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Cuatro décadas para descubrir las «cosas raras» que pasaban en Heidi

Cuatro décadas para descubrir las «cosas raras» que pasaban en Heidi

Nubes sólidas, columpios colgados del cielo, cabras saltarinas y montañas que hacían milagros. Estos son algunos de los misterios que encierra la serie que hace cuatro décadas se estrenó en España y América Latina y que marcó la infancia de varias generaciones.


Heidi, la serie animada japonesa basada en la obra de una escritora suiza Johanna Spyri se estrenó en España hace 40 años y hace 35 en América Latina.

Se trata de la historia de una niña de cinco años que quedó huérfana y que debió quedarse con su abuelo, un hombre de pocos amigos que vivía como un ermitaño en las montañas de Los Alpes. Ahí conoció a Pedro, un niño pastor, y se encariñó con una oveja a la que llamó «Copito de Nieve». Pero Heidi también debió pasar una temporada a Fráncfort con una niña minusválida de 12 años llamada Clara. Es ahí donde debió enfrentar la dureza de la institutriz de esta última, la temida «señorita Rottenmeier».

En sus 53 capítulos la serie dejó recuerdos a varias generaciones, como la canción «abuelito dime tú», y los gritos «¡Peeeedroooo! ¡Claraaaa!» –en el doblaje en español–,además de varias enseñanzas. Pero un artículo de la edición en español de The Huffington Post advierte que, al mismo tiempo, este programa de tono melancólico también dejó muchas preguntas sin resolver y afirmaciones que parecían muy claras, que los niños del momento apenas se planteaban, pero que en realidad eran realmente extrañas.

«¿Nadie se daba cuenta de que, en la cabecera de la serie, Heidi flotaba en una nube? ¿Es que acaso las nubes eran sólidas? ¿O por qué todos los protagonistas eran huérfanos? Heidi no tenía padres, Clara había perdido a su madre y Pedro vivía con su madre y su abuela. Realmente pasaban cosas muy raras…

Aquí un recuento de esas rarezas:

Las cabras saltan. Y saltan mucho

 

Había un columpio colgado ¿de las nubes?

 

Heidi iba en mangas de camisa aunque viviera en los Alpes. Y si se abrigaba, era solo con una capa. Y a veces hasta iban descalzos.

 

Y, aún así, nadie se enfermaba: la única vez que Heidi tuvo que acudir al médico fue en Fráncfort.

 

No hacía falta escolarizarse. Los niños se pasaban el día entre cabras.

 

Una niña de cinco años se pasaba el día haciendo tareas de casa.

 

Pedro tenía una fuerza sobrenatural.

 

La montaña no era peligrosa. ¿Acaso no había riscos, despeñaderos, ramas caídas?

 

La leche de cabra estaba buena y no hacía falta hervirla ni pasteurizarla.

 

Y, de hecho, podían sobrevivir todos los días a base de pan, leche y queso. Y con eso bastaba.

 

Clara podía moverse cómodamente por la hierba con la silla de ruedas.

 

Y la pureza de las montañas conseguía levantarla de la silla. ¿Quién quiere médicos pudiendo respirar el aire alpino?

 

Podían dar vueltas, y vueltas, y más vueltas, y nunca se mareaban

 

Un montón de paja estratégicamente colocada puede ser una perfecta cama.

 

Y, tras dormir en ella, en una fría buhardilla y solo con un camisón, Heidi se levantaba tan feliz y contenta.

 

Y, efectivamente, las nubes eran sólidas: si Heidi se montaba en ellas, cualquiera podía hacerlo… ¿o no?

 

 

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