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La disrupción desacelera el ritmo de cambio en el mercado laboral FT Weekend

La disrupción desacelera el ritmo de cambio en el mercado laboral

Irónicamente, los empleados se mudan y se cambian de trabajo con menos frecuencia.


Vivimos en una época de cambio constante. Al menos eso es lo que nos dice una industria de consultoría que ha prosperado al difundir su mensaje de disrupción, y los periodistas que generalizan sobre el terremoto en su propia profesión.

Es fácil encontrar evidencia anecdótica de dicha volatilidad: la crisis financiera; la supremacía cultural de invenciones como Facebook (apenas en su adolescencia) y el iPhone (aún más joven); y el auge de partidos políticos extremistas y un presidente heterodoxo.

Pero la evidencia estadística de esta disrupción es menos convincente. Una clara prueba de este fenómeno es el bajo crecimiento de la productividad en muchas economías avanzadas. Entonces, si el ritmo de cambio realmente es tan frenético, ¿por qué no se ha reflejado en las estadísticas de productividad?

Una medida obvia de la volatilidad es la frecuencia con la que los empleados cambian de trabajo. Cuando yo ingresé en el mercado laboral del Reino Unido a finales de la década de 1990, la idea de que un trabajo era de por vida ya no existía. Sin embargo, actualmente la permanencia en el empleo es mayor que en esa época.

Las personas están eligiendo cambiar de trabajo con menos frecuencia. Esto se aplica tanto en el Reino Unido como en EEUU.

En la década de 1990 y a principios de la de 2000, entre 3 y 3.5 por ciento de las personas empleadas cambiaban de trabajo cada trimestre por un nuevo y mejor empleo. Durante la crisis financiera ese porcentaje cayó a menos de 2 por ciento. Ha repuntado desde entonces, pero sigue estando muy por debajo de las normas históricas. El descenso fue particularmente pronunciado para los individuos de menos de treinta años de edad.

Pero, ¿por qué importa, con tal de que las personas estén empleadas? Importa porque cambiar de trabajo a menudo significa que el empleado ha conseguido un mejor trabajo o ha recibido un aumento de salario. Cuando un empleado —especialmente los trabajadores jóvenes — permanece en el mismo trabajo año tras año, llega un momento en el que ya no es considerado como estabilidad sino como estancamiento.

En EEUU, la historia es similar: ha habido un descenso a largo plazo en la tasa de transición de empleo que no puede ser explicado por un cambio en las características demográficas de la fuerza laboral.

El descenso de la movilidad geográfica en EEUU también es una tendencia paralela. El porcentaje de estadounidenses que se trasladan de un estado a otro en un año específico se ha disminuido en un cincuenta por ciento desde 1990, un declive significativo y sorprendente dada la narrativa estándar de una sociedad dispersa y atomizada. Y si es verdad que los estadounidenses no conocen a sus vecinos, entonces deben de estar haciendo un gran esfuerzo para evitarlos, porque están viviendo junto a ellos durante mucho más tiempo que antes.

Tal vez nos atemorizan más que nunca los cambios. El nuevo libro de Tyler Cowen, The Complacent Class (La clase complaciente), el autor argumenta que actualmente los estadounidenses son menos aventureros. Un álbum musical de hace dos décadas ahora complace a los gustos modernos; las películas más populares envuelven a viejas historias y personajes conocidos con nuevos efectos especiales. La principal expresión de nuestra valentía cultural es salir a cenar al nuevo restaurante de moda. La cocina de Etiopía tal vez ofrezca sabores frescos y deliciosos pero no es la fuerza motriz de una revolución cultural.

El argumento de Cowen es fascinante. Pero no necesitamos invocar la cultura para explicar el estancamiento del mercado laboral. Un estudio de 2016 de los economistas Mike Konczal y Marshall Steinbaum argumentó que la razón principal por la que las personas no dejan sus trabajos actuales o se mudan para encontrar un mejor empleo es que hay menos buenos trabajos disponibles. Si las compañías realmente estuvieran buscando nuevo talento, pero los empleados potenciales se negaran a trasladarse, los salarios se dispararían en un esfuerzo por convencerlos. En la mayoría de las industrias esto no está sucediendo. Los economistas Greg Kaplan y Sam Schulhofer-Wohl tienen una teoría más positiva, al menos a nivel superficial. Ellos señalan que, gracias al Internet, las personas pueden encontrar el trabajo perfecto en el lugar perfecto sin necesidad de trasladarse. (La misma lógica indica que aplicaciones y los sitios de citas románticas reducen el número de las primeras citas desfavorables. Estoy seguro que muy pocos están de acuerdo).

Pero Kaplan y Schulhofer-Wohl también señalan que las economías actuales son más homogéneas que antes. En el pasado las personas que querían trabajar en la industria automotriz se trasladaban a Michigan para fabricar coches o a las zonas portuarias para trabajar en los embarcaderos; pero ahora todos los empleos pertenecen al sector de servicios. Ya sea que trabajes en un restaurante de comida rápida o seas un neurocirujano, puedes trabajar en cualquier estado, así que no existe un fuerte motivo para trasladarte.

Esto es plausible, pero también es triste. Sugiere que aunque tenemos la habilidad para trasladarnos, nos estamos quedando donde estamos. Me recuerda a un estudio de amistades universitarias realizado por los psicólogos Angela Bahns, Kate Pickett y Christian Crandall. Ellos encontraron que los estudiantes en un campus grande y diverso buscaban y establecían amistades con estudiantes muy parecidos a ellos. En las universidades más pequeñas que ofrecían menos opciones, los estudiantes tenían grupos más variados de amistades porque la alternativa era no tener amigos.

Nuestra inclinación a conformarnos con el estatus quo no es nueva, pero tal vez estamos aprovechando nuevas maneras de satisfacerla.

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