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“No fue culpa de la lluvia ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!” Parte III Historias de sábanas

“No fue culpa de la lluvia ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!” Parte III

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Ahora ya sé lo que siente un hombre ante un pelotón de fusilamiento, lo mismo que sentí yo anoche cuando mis amigas decidieron freírme viva, y aunque no sea tan fácil de reconocer, me pasó por caliente, cuando veo a Mauricio toda la pose de mujer dura, liberal y fuerte, cae por los suelos, es simplemente que él puede conmigo y mi voluntad… y bueno, con mi cuerpo entero también.

Menos mal que es domingo y estoy en casa de mi madre y ella me distrae con mil y un cosa sobre mi padre y mis hermanos, que dicho sea de paso son unos ingratos por no venir, convirtiéndome a mí en la hija pródiga. Bien entrada la tarde me devuelvo a mi mansión y no puedo evitar pensar en todo lo que sucedió ayer, eso sí, lo bueno que me pasó ayer, y ahora en la soledad de estas cuatro paredes de verdad no sé qué hacer. Si antes odiaba los lunes, hoy los odio un poco más, y siento que estoy en el dilema de mi vida. Si no voy a trabajar, mis amigas, sobre todo Fran, me matan, y como si eso fuera poco, estoy segura de que el sr Costabal aparecerá por acá pidiéndome explicaciones, y eso sí que ya sé cómo terminaría. ¡Dios! ¡¿Pero qué digo?! Decido despejarme la mente y tomar una ducha fría, eso aclarará mis pensamientos.

Como siempre, el despertador suena a las seis cuarenta y cinco, y ni siquiera me sobresalto, llevo despierta más de media hora. Como la mujer segura que me creo, me pongo la falda que me compré en la última liquidación de una de las grandes tiendas, esa que miré cien veces cada vez que me iba del trabajo y que esperé pacientemente que bajara de precio, eso sin contar con que escondí la talla un par de veces, pero eso es harina de otro costal.

Cuando me bajo del metro, creo que todo confabula a mi favor, ¡si hasta sentada me vine! Mientras camino hacia el edificio me repito como mantra mi decisión de no poner en peligro mi trabajo por una calentura. Por muy rico que este el “hdp” de mi jefe, hombres hay muchos, ¿ahora como él…? Muevo la cabeza para no seguir pensando en estupideces, parezco colegiala frente al profe “weno” de la clase.

Al ser temprano y lunes, no hay mucha gente en el vestíbulo y estoy sola, esperando a que llegue el ascensor, cuando de repente escucho esa voz ronca y sexy que me pone los vellos de punta:

– Si espera a que el ascensor le hable o le dé respuestas es que está peor de lo que creía.

– ¡Señor Costabal!- exclamo casi sin voz, girándome. Nuestras miradas se encuentran y sí, tengo que tragar saliva para sacar la voz, hoy está más guapo que de costumbre, y sólo por este momento me gustaría tener la personalidad feminista de mi amiga Fran, que le soltaría unas cuantas verdades por la forma en que me está mirando, o mejor dicho, escaneando.

– Señorita Andrade- responde bajo-, veo que me ha hecho caso.

– Por supuesto- me atrevo a decirle- no voy a dejar el trabajo por usted.

– No me refería a eso- me dice esbozando una sexy sonrisa-, me refiero a que está usando falda.

– ¡Pero qué es lo que se cree!

– Nada- gruñe acercándose peligrosamente a mí- simplemente soy el jefe. Dicto las reglas y decido como dirigir mi piso. Si no estuviera siempre en su mundo, lo sabría, ¿o ha sido diferente alguna vez? ¿El sábado por ejemplo?

Mi boca se abrió en una perfecta “O” e imágenes del sábado irremediablemente se vienen a mi cabeza, respiro profundo para no convertirme en un vampiro y lanzarme directo a su cuello mientras una sonrisa de suficiencia aparece en su rostro.

– Como usted diga– ladro, tragándome la rabia- pero no fui yo la que tuvo que bajar de su torre de cristal, en un día NO laboral, simplemente para remediar algo que usted solo, siendo “el jefe”, no pudo solucionar.

Antes de que pueda responderme, me meto en el ascensor que gracias a Dios viene con más gente, y de inmediato saludo amablemente a todos para que los pisos se me pasen más rápido. De reojo, veo que tiene los puños apretados, digna señal de cuando él está a punto de estallar. Como siempre me bajo un piso antes para marcar tarjeta y llevarme un café, creo que hoy será un día difícil.

Luego de justificar mi inasistencia del viernes con una mentira, al fin me siento a trabajar, empieza un nuevo ciclo contable, y es como comenzar de cero, y como si eso fuera poco, necesito que mi jefe dé el visto bueno a varios de estos clientes, pero me niego a entrar en su oficina, y así es como en la siguiente hora me pillo mirando a su puerta para ver si lo veo. Y cada vez que lo hago siento mariposas, ¡no! qué mariposas, dragones en mi estómago es lo que siento. ¡Qué mierda estoy haciendo! ¿Qué me está pasando? Cierro los ojos un momento para tranquilizarme y pensar en una solución, no puedo seguir así.

Justo cuando estoy retomando mi trabajo, sale el diablo de su oficina y el desgraciado ni siquiera me mira y habla como si yo no existiera.

– Estaré fuera el resto del día- le habla a Susi, que hace como de secretaria-. No me pase llamadas.

– ¿Y las urgentes?- pregunta con la cara contraída, en realidad no soy la única que le teme.

– ¿Qué parte de “no llamadas” no entendió?- responde con desdén y es el momento en que me sale lo defensora de los pobres.

– Señor Costabal- le llamo- necesito unas firmas aquí para poder ingresar a estos clientes, y como usted es el jefe- le azuzo con rabia, no sé si porque se va o por cómo le habló a mi compañera.

Sacando chispas de los ojos me mira, camina lento hasta mi escritorio y firma los papeles sin siquiera mirarlos, pero antes de terminar suelta:

– ¿Necesita que le firme algo más, señorita Andrade? Mi novia está esperándome.

Me quedo literalmente en shock, “novia”. Puedo ver claramente cómo el muy cabrón está disfrutando con mi actitud, pero para no ser menos contesto:

– Entonces no se preocupe, no la haga esperar.

Asiente con esa diabólica sonrisa y camina hacia el ascensor, en tanto, yo siento que si no me paro al baño voy a vomitar aquí mismo.

– ¡Ah, señorita Andrade!, mañana termino con usted todo lo pendiente- añade con falsa dulzura, haciéndome más polvo aún.

– Imbécil- murmuro entre dientes mientras lo veo abordar el ascensor y desaparecer.

Mi tarde avanzó lento, no me podía concentrar en nada, hasta que de pronto suena mi celular.

– Dime que estás bien y no tengo que matar a nadie- me habla mi salvadora, Claudia.

– No, pero…

– ¡Qué mierda te hizo el cabrón de tu jefe!- me grita, y no sé si es sólo percepción mía, pero creo que su grito se escucha por todo el rededor.

– Ha… hablamos más tarde, un beso- le digo y antes de que me dé respuesta, le corto.

No pasan ni dos segundos cuando entra un correo en mi bandeja de entrada.

De: <claudiapavic@yahoo. com>
Para: <beatrizandrade@gmail. com>
Fecha: 3 de mayo de 2016 16:30
Asunto: ¡te mato!
¡Espero que el teléfono se te haya quedado sin batería!
Dime qué mierda pasó.
Claudia P.

De: <beatrizandrade@yahoo. com>
Para: <claudiapavic@gmail. com>
Fecha: 3 de mayo de 2016 16:31
Asunto: ¡te mato!
¡Tiene novia! Por favor no me digas nada ahora.
Beatriz A.

De: <claudiapavic@yahoo. com>
Para: <beatrizandrade@gmail. com>
Fecha: 3 de mayo de 2016 16:32
Asunto: ¡te mato!
¡Hijo de la san puta!

Cuando se enteren las chicas lo matan, y de verdad, y ni que decir de Fran, se quedará sin bolas.

Pero, ¿tú estás bien?

De: <beatrizandrade@yahoo. com>
Para: <claudiapavic@gmail. com>
Fecha: 3 de mayo de 2016 16:31
Asunto: ¡te mato!
Ahora estoy trabajando, hablamos a la noche, y sí, estoy bien.
Beatriz A.

De: <claudiapavic@yahoo. com>
Para: <beatrizandrade@gmail. com>
Fecha: 3 de mayo de 2016 16:31
Asunto: ¡te mato!
Si tú estás bien ¡¡yo soy la virgen María!!
Claudia P.

De: <franciscamatus@yahoo. com>
Para: <beatrizandrade@gmail. com>
Fecha: 3 de mayo de 2016 16:33
Asunto: CSM!
¡Quien se cree que ese hijo de la gran puta! Con las mujeres no se juega, hay que cortarle las bolas
Francisca M.

Lo que me faltaba, que se enterara Fran, pienso agarrándome la cabeza a dos manos, ahora sí que no podré trabajar más por el resto de la tarde, y antes de responderle a mi amiga entra un nuevo correo.

De: <paulamartinez@yahoo. com> Para: <claudiapavic@gmail. com> franciscamatus@gmail. Com > <beatrizandrade@gmail .com >
Fecha: 3 de mayo de 2016 16:34
Asunto: tranquilas ¡tengo la solución!
Este fin de semana nos vamos a la playa y nos despejamos, lo que te falta es un buen polvo para olvidar.
Paula M.

Por culpa de los polvos es que estoy así, pero a pesar de todo, sí quiero irme un par de días a la playa y descansar.

La tarde se me pasa volando, y en la noche me es inevitable no pensar en la novia del diablo, y con eso sentirme una mujer utilizada sólo para saciar a un desgraciado.

El martes pasa sin pena ni gloria, y lo único que recibimos del jefe a última hora es un correo diciendo que el sábado tendremos un almuerzo en uno de los mejores restoranes de Santiago para celebrar nuestro esfuerzo en la Operación Renta.

-¡Y tiene que ser justo el sábado!- chillo cuando lo abro, en tanto mis compañeros me quedan mirando con cara de no entender nada, porque claro, ellos están todos felices y celebrando.

Frustrada regreso a mi casa mientras, en el whatsapp de amigas, voy leyendo cómo las chicas planean el fin de semana y no soy capaz de decirles que no podré ir.

Al otro día el maldito despertador suena y esta vez sí que doy un salto, dormí pésimo pensando en que hoy tengo que enfrentarlo y decirle que no iré al almuerzo, mis amigas están primero.

Como ya se me hace costumbre, me arreglo para verme despampanante y sí, también subirme así un poquito la moral. Llego justo a la hora y mis compañeros me soplan que el señor Costabal está de malgenio y que no quiere que nadie lo interrumpa.

Dejo pasar un par de horas para ver si sale de su infierno, o para pensar si yo entro en él, hasta que después de un mensaje de Fran diciendo que ya tiene arrendado el hotel me decido, es ahora o nunca.

Me paso la mano por el pelo alisándolo, quiero tener un aspecto presentable, y…serio. Pienso un momento en que todo sería más fácil si el diablo que está detrás de la puerta fuera feo, con cachos, y piel roja y no tuviera esa mirada de hielo que simplemente me anula, para bien o para mal dependiendo del momento.

Cojo aire, y sin pensarlo dos veces, camino decidida a su oficina sin ver a nadie, y ¡zaz! que choco con el chico de la fotocopiadora, las hojas vuelan desparramándose por todo el piso. Todos me miran y yo como tonta le pongo una carita de disculpas a él y a los demás, que en vez de venir y ayudarnos se quedan mirando el espectáculo, ¡flojos de mierda! Porque seguro están jugando solitario o mirando cosas para comprar por internet, de eso estoy segura, porque trabajo, lo que se dice trabajo, hoy no tenemos. Después de ayudarle, toco la puerta. No le doy tiempo a que me responda, si no estoy segura que gritaría de vuelta que no lo molesten.

Al abrir noto de inmediato que no está de buen genio. Su mirada es fría e incluso me atrevería a decir feroz y con esa expresión mi valentía empieza a tambalear.

Deja a un lado los papeles y se acomoda en la silla cruzando los brazos. Es tan, pero tan guapo, que me abruma, más ahora que sé perfectamente lo que hay debajo de la camisa azul cielo que lleva puesta.

-No he pedido café- me dice molesto, lo hace para ofenderme, como si yo fuera su secretaria, pero paso de la pesadez y prosigo en lo mío.

– Tengo un problema. Necesito hablar con usted- le digo sin avanzar ni un centímetro más, prefiero estar lejos de su alcance.

Él sonríe con soberbia, tanta que me dan ganas de borrársela de una sola cachetada, ya me imagino lo que está pensando.

– Y por supuesto soy el único que lo puede solucionar- levanta una ceja y me mira directamente la blusa, y yo siento como mis pezones me traicionan, a sabiendas que tiene novia.

– Por supuesto, es el jefe.
– Dígame entonces- responde de mala gana, concentrándose en el escote otra vez.

– Necesito que me autorice a faltar el sábado.

– Olvídalo- me tutea tajantemente.

-Pero… ¡tengo un compromiso!- exclamo seria.

-No me importa- contesta y sonríe abiertamente sacándome de mis casillas.

– ¡No puedo venir el sábado!- grito pensando en el pelotón de fusilamiento que me espera si no me dan libre el sábado.

– ¿Por qué? ¿Tienes un velorio, operan a alguien de tu familia?- me pregunta ahora apoyándose en la mesa en modo de cabreo monumental, retándome a un duelo.

– No, nada de eso- respondo tomando aire para no estallar.

– Entonces no hay permiso, no insista.

– ¡Mauricio!- le reclamo como si fuera una niña de siete años, sólo me falta patear el suelo por la frustración.

– ¡Beatriz!- repite imitándome el tono infantil.

– Es que es de vida o muerte- me sale del alma, viendo la imagen de mis amigas con metralleta en mano y a Francisca enarbolando la bandera de lucha de la libertad.

– Puede retirarse señorita Andrade, y cierre la puerta cuando salga.

– Por favor- ruego- necesito el sábado.

– Dame al menos una explicación creíble- y ahora vuelve a recostarse sobre la silla.

Cierro los ojos un momento, y cuando los abro respondo con mi mejor cara de mentirosa:

– Voy a la ruta del vino con mis amigas, teníamos tomado el tour hace mucho, no puedo cancelarlo ahora.

– ¿Y crees qué te voy a creer?, cuando en realidad lo que quieres es irte a la playa con tus amigas a echarte un polvo- gruñe Mauricio y yo me pongo roja como un tomate. Debería responderle de inmediato, sentirme ofendida, pero mis neuronas tienen una parálisis momentánea. Cuando me recupero chillo:

– ¡Hackeaste mi computador!

– En todo caso, no es tu computador, es de la empresa- sonríe pasándose la mano por el pelo.

– ¡No tienes derecho!- le reprocho rabiosa y ofendida a la vez.

– Pero sí tengo derecho a negarte el permiso, y no me da la gana darte el sábado libre para que te vayas a tirar a un imbécil a la playa- me dice y me parece ofendido.

– ¡Es mi vida!

– Y esta mi comida de agradecimiento, así que si ya terminaste, puedes retirarte, estoy ocupado- me aclara y él mismo se levanta para abrirme la puerta, y como no quiero que nadie se dé cuenta, no me queda otra opción más que salir de su oficina y sentarme en mi puesto.

[cita tipo=»destaque»] En este momento, la adrenalina comienza a recorrerme por las venas, me pongo frente a él y con todas mis fuerzas le doy la cachetada que tanto se merece. Mauricio ni siquiera se mueve y el silencio cae entre nosotros, mientras él se toca el lugar que seguro ahora le arde, porque se le ha enrojecido en milésimas de segundos. [/cita]

Durante la tarde, el sr Costabal entra y sale de su oficina, pidiéndonos diferentes cosas, cual más apurada que la otra, ni me sorprende cuando lo veo acercarse a mi mesa, durante las últimas horas lo único que ha hecho es regañarme en público, supongo que encuentra algún tipo de regocijo haciéndolo, pero yo, en la mía, solo he respondido, “sí señor, no señor” no pienso darle en el gusto, es más, ni siquiera salí a almorzar para evitar que me dijera algo.

Tengo cientos de mensajes de whatsapp. Las chicas están alborotadas porque este fin de semana se celebra una fiesta electrónica y Paula consiguió entradas para todas. Todas necesitamos un fin de semana libre. Ellas, para salir de la rutina, y yo, para sacarme de la cabeza a Mauricio. Necesito pensar y alejarme, pero, sobre todo, dejar de pensar en quien será la bendita novia del diablo, porque lo peor es que me la imagino como a Elizabeth Hurley en Al Diablo con el Diablo y eso me está matando desde el lunes. Al verlo venir me pongo tensa y nerviosa, parece estar preparando el tridente para apuntar en mi dirección. Mis compañeros están en lo suyo, nadie excepto yo repara en el jefe, que se sienta en la mesa de junto y lentamente se desabrocha el botón de su chaqueta y luego se mete las manos al bolsillo de su pantalón. Trago saliva visiblemente nerviosa, y doy un salto cuando el teléfono de mi mesa suena.

– ¿Si?

– ¿Bea?- me dice por el otro lado la chica de recepción- Ha llegado un paquete a tu nombre, te lo mando con el guardia, ¿o bajas tú a buscarlo?

Ante la sola posibilidad de salir un segundo del lugar respondo:

– Bajo yo Margarita- y mirando al sr Costabal le pido permiso para salir.

A la vuelta me cruzo con él a la mitad de la sala, y como ha sido la temática de la tarde me mira con mala cara.

– ¿Comprando por internet, señorita Andrade?

– No, ha sido un regalo- respondo sólo por ser cortés, porque en realidad no lo sé muy bien, el mensajero fue más bien escueto, y a continuación de mi respuesta, entra en su oficina dejando la puerta abierta. Estoy segura de que quiere ver de qué se trata, y yo le voy a dar en el gusto, total, él no tiene por qué saber que no me lo manda ningún novio, sino que debe ser algo que me envían las chicas.

Con cuidado abro el paquetito, sé que todos están pendientes, pero disimulan bien. Dentro de la caja, hay otra más pequeñita, que también saco, pero antes leo la tarjeta que viene dentro.

“Si tienes tantas ganas de tirarte a alguien, no es necesario que viajes a la playa, lo puedes hacer en la intimidad de tu casa”.

Ahogo un grito cuando termino de leer y tomo el vibrador que viene dentro. Todos mis compañeros me miran sin entender nada.

– ¿¡Qué mierda se cree!?- murmuro realmente furiosa levantándome de la silla para caminar directo a su oficina como un verdadero vendaval, él al verme se levanta, hasta podría decir que un poco sorprendido.

– Luego de lo que me dijiste hoy, creí lógico hacerte un regalo, ya que no viajarás con tus amigas- dice tajante, luego de borrar cualquier signo de nerviosismo después de haber cerrado la puerta. Ese hombre tiene una capacidad increíble de retomar el control de la situación.

– ¿Perdón? -le digo moviendo la cabeza con incredulidad, aparentando una calma que no poseo- me estás regalando un vibrador para que no me tire a nadie- lo tuteo sin pudor.

– Claro, es para reemplazar…- se detiene para replantear su respuesta- no para reemplazar porque eso es imposible, pero sí para que no necesites de otro que no sea yo.

– ¡Hijo de puta!- me acerco enrostrándole el maldito vibrador, ¡y rosado más encima!- ¿Crees qué tienes algún derecho sobre mí?

La verdad es que no sé con quién estoy más furiosa: si con él por ser un desgraciado, o conmigo misma por permitir que todo llegue hasta este punto.

– Tengo derecho sobre ti.

– ¡Serás imbécil! Toma tu maldito vibrador y métetelo por donde mejor te quepa- le digo, lanzándole el vibrador al pecho, para luego salir rápidamente de su oficina, coger mi cartera y literalmente correr hacia el ascensor.

– Cabrón de mierda, ególatra de cuarta- murmuro mientras apretó una y otra vez el maldito botoncito, como si con eso fuera a aparecer más rápido. Suspiro un par de veces para tranquilizarme, claro, él no tiene la culpa de todo, esto me pasa por tirarme al jefe, ¡me pasa por caliente!

– ¡Señorita Andrade!- me grita y yo, ignorándolo, entro por fin al ascensor vacío apoyándome contra la esquina. Cuando las puertas del primer piso se abren, veo al guardia con una cara de compungido. No me deja bajar de inmediato.

– ¿Qué pasa?– pregunto sin entender nada, pero justo en el momento en que me va a responder, las puertas de la escalera de incendio se abren y aparece visiblemente cansado, el diablo. Que le da las gracias al guardia y se mete junto conmigo al ascensor, apretando el botón del menos tres.

– ¡Qué mierda quiere ahora, señor Costabal!- digo ahora sí golpeando el suelo, estoy en mis cinco minutos, bueno, no en mis cinco, en realidad, en mis diez.

– Necesitamos hablar, ¿podría comportarse como una mujer normal?

– ¡Normal y una mierda! ¡Me acabas de tratar como si fuera tu puta particular!- le digo mirándolo directamente a los ojos, sin amilanarme ni un ápice.

Ahora sí que su cara se transforma en desconcierto, impresión y confusión, ¡como si fuera yo la que lo he ofendido! El timbre nos avisa que ya hemos llegado, el lugar esta oscuro y no miento cuando digo que no se ve ni un alma, y eso que este es un estacionamiento público.

Tira de mi brazo enfadado y caminamos hasta lo que supongo es su auto, no la camioneta que yo ya conocía. Abre la puerta y lanza mi bolso dentro.

– ¡Cómo puedes creer que te veo como a una prostituta!- grita furioso, poniéndose tenso, mirando para todos lados.

En este momento, la adrenalina comienza a recorrerme por las venas, me pongo frente a él y con todas mis fuerzas le doy la cachetada que tanto se merece. Mauricio ni siquiera se mueve y el silencio cae entre nosotros, mientras él se toca el lugar que seguro ahora le arde, porque se le ha enrojecido en milésimas de segundos.

– Eres mi jefe, nada más y ni te pienses que eres lo mejor que me ha pasado- le escupo con sorna.

– ¿Sabes qué?- me dice acercándose peligrosamente- no te quejaste en mi oficina- da otro paso- ni en tu casa cuando te abriste de piernas para mí, y no he oído ni una sola palabra negándote.

Mi respiración se empieza a acelerar tanto que me cuesta respirar y al retroceder choco contra el cristal del auto, solo me basta con subir la cabeza para que nuestras bocas se junten, incluso puedo sentir su aliento cálido en mi frente.

– Me voy- anuncio con dificultad.

– No- susurra negando con la cabeza acercándose aún más, de modo que de inmediato sentí eso que tanto me gustaba de él, su erección.

– Yo… me tengo ir… tú, estás…- me atropello con mis propias palabras, porque la verdad no estoy segura de lo que quiero, y mucho menos de lo que siento.

– ¿Una vez más?- dice levantándome la cara, con tanta suavidad que me derrite.

– Esto no está bien- susurro en sus labios- ni para usted ni para mí.

Mauricio respira como un toro ensanchando las aletas de su nariz, y justo cuando creo que me dejará ir, apega sus labios a mi boca, atrayéndome completamente hacia él. Gimo desde lo más profundo de mi ser cuando su aterciopelada lengua toca la mía. El suave beso se convierte en uno exigente, más caliente, que pide más sin ningún cuestionamiento y pierdo los estribos cuando él flexiona las rodillas y siento en mi pelvis su erección.

– ¡Maldición…!- jadeo.

– Lo sé- dice contra mi boca, cogiéndome el trasero con ambas manos refregándose contra mi cuerpo- Te deseo, aquí y ahora.

– ¿Me lo estás preguntado?

En ese momento, como si yo fuera el mismísimo diablo y no él se aparta para mirarme.

– Métete en el maldito auto, ahora- me ordena con la voz ronca, proveniente de la mismísima ultratumba.

Lo miro fijamente esperando que algún pensamiento coherente pase por mi cabeza y me haga alejarme, pero en vez de eso, hago todo lo contrario y ni siquiera pienso en lo que debería hacer, sino que sólo pienso en lo que quiero hacer mientras mi cuerpo tiembla al saber lo que viene. La cordura se esfuma rápidamente mientras sube la mano por mi cabeza.

– Ahora.

Listo, sería, mi cuerpo había tomado la decisión y yo como su títere estoy obedeciendo. Abro la puerta de atrás y antes de que me repita la orden, ya le estoy tironeando la corbata para que me acompañe. Cuando la puerta se cierra, mi vestido mágicamente ya está por la cintura y odiaba la tela de su pantalón. Tumbada hacia atrás, tengo al diablo sobre mí en todo su esplendor. Sus dedos marcan un suave camino poniéndome la piel de gallina al tiempo que me separa las piernas, agradezco al cielo llevar medias de ligas que en este momento le causan un sonido de satisfacción.

– No me mires eso, las otras me aprietan.

Y antes de que me conteste vuelvo a asaltarle la boca en tanto nuestros besos se van haciendo más largos y más exigentes, con mis manos comienzo a soltarle el botón del pantalón para sentir eso que tanto ansío y saber que esto no es producto de mi imaginación, cuando lo hago, Mauricio gime.

-Ni te imaginas lo que quiero.

-Ordénemelo- le digo jugando a ese juego que sé que tanto le gusta jugar, excitándome yo cada vez más- ¿No se supone que es mi jefe?- susurro.

Se estremece ante mi respuesta, claramente no la esperaba.

– No quiero juegos esta vez, señorita Andrade- me ordena con las manos temblando, como si fuera la primera vez que hacemos esto, para a continuación quitarme la ropa interior. Lo único que nos mueve es la pasión, esto es diferente a todo lo que he hecho antes, y no puedo negármelo a mí misma, me encanta y en honor a lo que siento, lo aparto de unos segundos para que se siente y así yo quedo sentada a horcajadas sobre él.

Ya estoy perdida en la lujuria y frenéticamente bajo sus pantalones para sentir lo que tanto deseo mientras su aire caliente rosa mi cuello encendiéndome aún más.

Listo, ya estoy perdida y reacciono como una marioneta que obedece a su cuerpo, con su ayuda logro bajarle los pantalones mientras nuestras respiraciones son aceleradas e irregulares, de pronto la punta de su miembro me roza y yo siento que estoy en la gloria, ya nada existe para mí, la razón abandona mi cuerpo. Cierro los ojos bajando lentamente para disfrutar al máximo esta sensación, deslizándolo hasta el fondo.

-Diossss…- gimo, no porque él sea un ser supremo, ni mucho menos el creador, sino simplemente porque esto es lejos un placer celestial. Levanto las caderas y de a poco comienzo a cabalgar como si fuera un jinete desbocado sobre su caballo, ni siquiera me importa el dolor de sus dedos sobre mis caderas ayudándome con el ritmo, en este momento solo respiramos lujuria y placer. Costabal cierra los ojos y acalla sus propios gemidos contra mi pecho, haciendo que yo mire al techo para respirar un poco de aire. Cada movimiento es más intenso que el anterior y yo necesito nuevas sensaciones, agarro su pelo para que me mire y le suelto:

– Muérdeme…

No tengo que repetirle ni aclararle el donde, pues antes de terminar ya tiene su boca en mis pezones haciéndome jadear de verdad. Estamos en la misma sintonía, mi cuerpo reacciona al suyo como si fuéramos un solo ser en una lucha por tomar el poder. Nunca antes he pedido todo lo que le exijo, pero con Mauricio me pasan cosas extrañas, quiero sentir cosas nuevas y con él no me da vergüenza pedirlas, es más, cada vez que sus dientes rozan mi cuerpo, me excito un poco más.

– ¿Le gusta duro, señorita Andrade? Quiere que la muerda en otro lugar, sólo tiene que pedirlo- me dice con la respiración entrecortada, ambos nos estamos aguantando y al mismo tiempo luchando para salir vencedores.

– ¿No sabe cuándo quedarse callado, señor Costabal?

No le gusta lo que le digo, y sin decir agua va, me tira contra el asiento, menos mal que este auto es grande y mi cabeza no queda estampada en el manillar de la puerta. Me separa las piernas y vuelve a entrar, esta vez duro y sin contemplaciones levanta mi pierna por sobre su hombro y me penetra hasta el final.

-¡Mierda!- ya no podía exclamar al ser supremo, sería pecado.

-¿Más duro?

Soy osada, pero nos soy capaz de responderle, así que ante su pregunta solo cierro los ojos, y él entiende perfectamente que sí, que me gusta y que quiero más, así que contra eso sube mi otra pierna y comienza acompasadamente a moverse, estoy en el cielo, no, estoy en el infierno, tampoco, ¿Dónde estoy? Simplemente en el limbo de las sensaciones intentando concentrarme en respirar y no morir en el intento.

– Me vas a matar, Andrade- susurra besándome la pierna sin detenerse ni un momento. Nuestros cuerpos brillan y no porque seamos vampiros expuestos a la luz, sino por el sudor, incluso las ventanas están empañadas. Lo miro sin creer lo que estamos haciendo, Mauricio está tenso por el esfuerzo y puedo sentir las ganas enormes que tiene de acabar y no puedo negar que yo… también.

– No pares ahora- pido con una humildad que no sabía que poseía arqueándome para quedar aún más cerca y es ahora cuando siento un espiral de emociones embargarme completamente, al tiempo que nuestros cuerpos se acercan como si estuvieran más que físicamente conectados y comienzan a temblar, entregándose todo lo que el ser humano puede dar en ese momento. Jadeo al terminar enterrando las uñas en sus hombros y el sabor de su piel en mi boca. En cambio, él suelta una palabra ininteligible con esa voz ronca que me hace vibrar y se deja ir al fin sin restricción. Cansado y temblando luego de unos segundos, sale de mí y baja mis piernas que están a punto de acalambrarse. No puedo resistirme al impulso de pasar el dedo por su hombro, produciéndole un escalofrío.

Cuando nuestras respiraciones se calman, me bajo la ropa y me siento como niña buena que no soy a su lado, en tanto él tiene las piernas abiertas y la mirada perdida en el techo.
Tengo una y mil preguntas en mi cabeza, pero no soy capaz de vocalizar ninguna.

– Deduzco, por lo que acabamos de hacer- me dice girando la cabeza como la niña del exorcista- que te queda claro que el sábado nos vemos en el almuerzo.

Mi boca se abre pero las palabras quedan atascadas en mi garganta, en tanto él se sube los pantalones con toda parsimonia.

– Perfecto, veo que me ha entendido, señorita Andrade.

Pasados unos segundos en donde la cordura vuelve a mi cuerpo, lo miro con indiferencia y me bajo del auto.

-Mi contrato es de lunes a viernes, señor Costabal, mañana le diré a Susi que le entregue una copia– digo, dándole un portazo a la puerta que seguro quedará giratoria, y me apuro en llegar a las escaleras. Ahora sí que necesito salir de aquí.
Cuando el aire me golpea en la cara, tomo de mi cartera el celular y tecleo en mi grupo de amigas.

* ¡Estoy deseando que llegue el sábado! ¡¡¡Vamos por un buen polvo!!!

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