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«Tomar hormonas fue como tener síndrome premenstrual, pero 100 veces peor»: La experiencia de una mujer que decidió donar sus óvulos Testimonio

«Tomar hormonas fue como tener síndrome premenstrual, pero 100 veces peor»: La experiencia de una mujer que decidió donar sus óvulos

¿Por qué alguien donaría sus óvulos para ayudar a un extraño a tener un hijo? Elaine Chong le explica sus razones a la BBC.


La primera vez que escuché sobre donación de óvulos fue mientras estudiaba en la universidad en Estados Unidos. Estudiamos sociología, psicología y biología de la donación de esperma y de óvulos, y me inspiró mucho la naturaleza de entrega que conlleva hacerlo. Supe que era para mí.

El profesor nos dijo que los bancos de óvulos buscaban a mujeres jóvenes y sanas que tuviesen educación superior, pero que había una fuerte escasez de donantes que no fueran blancas.

Pensé en gente como yo, de ascendencia china, que puede tener problemas de fertilidad y desea mucho tener hijos. Pensé también en mis amigos gays que hablaban sobre lo mucho que querían ser buenos padres y cómo mi regalo podría ayudarlos.

El profesor hablaba sobre cómo un óvulo podía tener un valor de hasta US$3.000, lo que hizo que todo el aula de clases exclamara: «¡Ooooh!».

Decidí probarlo y me registré en una página web adornada con fotos de bebés felices y regordetes.

Desafortunadamente, reprobé el proceso de selección casi de inmediato. Cualquiera que haya vivido en Inglaterra por más de seis meses entre 1980 y 1997 se considera no apto por el posible riesgo de transmitir la variante humana de la enfermedad de Creutzfeld-Jakob (vECJ), causada por comer carne infectada.

Esto también significaba que no podía donar sangre ni entrar en la lista de donantes de órganos.

Pero me quedé con la idea, y cuando regresé a Inglaterra para estudiar un posgrado, decidí intentarlo de nuevo allí.

Una gran diferencia es que los donantes en Inglaterra reciben una tarifa de compensación de US$990 para cubrir los costos. Pero no lo hacía por el dinero.

Me apunté en otra página web adornada con fotos tiernas de bebés y recibí la invitación para un riguroso proceso de selección.

Me hicieron muchas preguntas; el administrador, el enfermero, el médico, todos querían saber por qué quería donar mis óvulos.

Lo resumí a: «Quiero que las familias se sientan completas».

Me enteré también de que en Inglaterra hay escasez de donantes de minorías étnicas.

Hasta donde sé, no hay nada en la cultura china que prohíba la donación de óvulos o gametos (células sexuales), pero aun así tardé mucho en decirle a mi madre que quería hacerlo.

Mi madre siempre ha insistido en que, al morir, le gustaría donar cualquier órgano que pueda ser útil para alguien.

¡Pero los óvulos! Eso es un poco diferente, porque la gente estaría caminando por ahí con nuestros genes. ¿Verían mis padres a estas personas como sus nietos?

Cuando finalmente hablé con mi madre, su reacción inmediata fue: «No le digamos a tu padre».

Cuando me aprobaron para ser donante, me explicaron que no sería como en las películas y que después de la donación no recibiría ninguna noticia sobre posibles descendientes hasta que fuesen adultos. Y solo si estos pedían a la Autoridad de Fertilización Humana y Embriología (HFEA, por su sigla en inglés) información sobre su donante de óvulos.

Me pareció razonable.

Pensé mucho en cómo me estaba presentando ante los potenciales padres. Rellené los formularios con información sobre mi estatura, peso, el color de mis ojos y mi historia médica, pero eso no me refleja como persona.

¿Cómo podrían los padres saber que a su hijo podrían gustarle los deportes, la comida tailandesa, los animales y vestir de negro?

La clínica sí me preguntó por mis aficiones y si tocaba algún instrumento musical, pero sentí que escribía un currículo bastante escueto, para ser honesta.

Durante las siguientes semanas me sometí a muchos exámenes médicos. No me gusta que me saquen la sangre, así que al final de cada sesión me consentía comiéndome una samosa (una empanada frita u horneada típica de la comida oriental). Como consecuencia de eso, las samosas ahora sirven para animarme.

Tuve que inyectarme hormonas dos veces por día, y me sentía como si jugara al doctor. Guardaba las agujas en el refrigerador de la familia. Nadie me preguntó qué había en ese paquete de aspecto extraño.

La jeringa le preocupaba a mi madre, así que tenía que salirse de la habitación mientras me inyectaba.

Tomar hormonas fue como tener síndrome premenstrual, pero 100 veces peor.Me dijeron que las mujeres «experimentaban calambres» pero les digo, pasaban muchas cosas más. Engordé, me sentía inflamada. ¿Usar jeans? Olvídenlo, tenía que llevar pantalones con elásticos en la cintura.

También me ponía llorosa por cualquier cosa, canciones pop, videos de animales. Invertí mucho tiempo en el médico, las citas eran breves pero hubo muchas. Por fortuna, solo trabajaba media jornada, casi siempre por las tardes. El proceso total llevó casi tres meses.

Cuando ya estaba cerca de la fecha de la donación —o «extracción», como le dicen a veces— me llegó un mensaje de texto de un enfermero en el medio de la noche.

Había ocurrido un ataque terrorista cerca de la clínica y la zona estaba completamente cercada como una escena del crimen.

Nadie del equipo médico podía llegar al sitio y los pacientes con más urgencias tuvieron que ser trasladados a la clínica Harley Street. Solo me quedaban unos pocos días para la donación, así que tuvieron que volver a programar mi cita lo antes posible.

De camino al hospital a la mañana siguiente, pensé: «Si me matan en un ataque terrorista, ¿podría, por favor, ser después de que done? Porque tengo estos valiosos óvulos en mi vientre que necesitan ir a familias que dependen de mí».

No había caído en cuenta de la importancia de lo que estaba haciendo hasta ese momento.

La clínica Harley Street era lujosa. Había revistas de moda y, en lugar de tener que estirar el cuello para ver el ultrasonido, podía verlo en una pantalla de plasma gigante en la pared.

El técnico contó mis sacos de óvulos. Me había vuelto muy buena contándolos yo misma con el paso de las semanas.

Decidieron que estaba lista y me explicaron sobre el proceso de donación, que incluía ayunar la noche anterior.

Tuve que volver a la clínica temprano a la mañana siguiente. Decidí vestirme para la ocasión porque no quería sentirme como una paciente. Además, ¡era Harley Street!

Me llevaron a una sala de espera y detrás de las cortinas podía escuchar un murmullo constante de mujeres que también estaban allí para donar. No podía verlas, pero cuando escuché que alguien se refirió a mí como «la señorita china» asumí que las demás no lo eran.

Nunca me habían puesto anestesia general, ni siquiera había usado una bata de hospital. Hasta me tomé selfies en el baño pretendiendo que tenía un vestido con la espalda descubierta.

Al entrar en el quirófano puse mis piernas en los estribos y traté de mirar alrededor de la sala. Quería recordarlo todo, pero la anestesia me durmió y al despertar ya estaba en una silla en la sala de recuperación. La cirugía tomó solo 15 minutos.

Estaba bastante somnolienta y dormí intermitentemente. Una enfermera vino a preguntarme si quería una galleta. Incluso en mi estado de media consciencia, fui una «diva» y le pedí que me trajera una selección.

Me dieron una caja de chocolates con una tarjeta que decía «Gracias por donar».

Me dijeron que me habían quitado 11 óvulos en total, uno menos de una docena. Sería bueno si al menos uno de ellos se convirtiera en una persona.

Me pidieron que escribiera una carta de buena voluntad a los padres y a mi posible descendencia. Sería lo único que recibirían del donante hasta que los niños tuviesen la edad suficiente para decidir si querían contactarme o no.

Escribí una carta en mi celular tan pronto me fui de la clínica. Me emocioné repentinamente al imaginarme a todos estos niños hipotéticos y empecé a llorar.

Les dije que habían sido el resultado de mucha planificación y amor, y que mi familia, mi pareja y mis amigos los querían, así no los conocieran.

También les conté un poco más sobre mí, sobre mi pasión por la justicia social y mi falta de paciencia con la gente boba.

Espero que en 18 años pueda saber cómo les fue.

¿Lo haría de nuevo? Quizá. Creo que tomé la decisión correcta y no fue tan difícil como me lo imaginé.

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