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Sufrir por el reflejo BRAGA

Sufrir por el reflejo

Magda Escobar
Por : Magda Escobar Prevencionista de Riesgo
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Mi cuerpo es lo que según he escuchado corresponde al “cuerpo promedio de la mujer chilena”: caderas y muslos anchos, senos más bien grandes, estrías, harta – pero harta- celulitis, y lo que parece ser una sustancia imposible de eliminar en mi vientre bajo.

Hace unos 10 años pesaba fácilmente 15 kilos menos, lo que me ponía del lado “amable” de las tablas que cruzan peso y talla. Me sentía gorda.

Hace 15 años, era una niña; recuerdo que mi peso fluctuaba bastante, pero nunca fui obsesa. Me sentía gorda.

Llorar frente a mi reflejo se hacía cotidiano. Pero el mundo seguía, y había que salir a él como si nada.

Durante esa misma época, un familiar cercano mencionó que “la niña estaba gordita” … eso me partió el alma y me hizo llorar en silencio en mi pieza.

Ese silencio que se vuelve cómplice de las vivencias dolorosas. No me atreví jamás a decir cuánto daño me hizo esa sentencia, o como a lo largo de la vida mi mente hacia incansablemente el ejercicio de comparar mi apariencia a la de cualquier referente: desde la cantante pop del momento hasta la compañera rubia y delgada del colegio de monjas.

La violencia simbólica y los cánones impuestos no son ninguna novedad y aun así siguen muy presentes.

De acuerdo con cifras de La Rebelión del Cuerpo, un 90% de sus encuestadas cree que la imagen física afecta la satisfacción con la vida. Es decir, para ese 90%, su apariencia incide de forma directa en que tan felices o infelices se sienten en sus vidas. Brutal.

[cita tipo=»destaque»] Hablémoslo, llorémoslo, expongámoslo y desenmascarémoslo hasta que no aceptemos más el trueque de nuestra autenticidad (interna y externa), por una validación vacía y patriarcal. [/cita]

Mirarse al espejo y no gustarse, observar con detalle aquellas esquinitas de nuestro cuerpo que nos desagradan, anidar una especie de autoodio, hacerle el quite a lo que nos devuelve el reflejo es tremendo. Si a eso le sumamos que en ocasiones las mujeres descartamos usar tal o cual prenda para evitarnos el acoso callejero, ¿dimensionamos acaso la cantidad de presión a la que nos vemos sometidas solo para salir de nuestras casas? O sea, tenemos que hacer coincidir la prenda que al tipo de la esquina no le provoque acosarnos, con la prenda que la moda y el negocio de la belleza nos dicen que le queda bien a cada tipo de cuerpo, cuerpo con el cual por lo demás no estamos del todo satisfechas. Agotador es decir poco.

Existe una cifra de este revelador estudio, que me parece incluso más dura, y con la cual también me identifico: el 85% de las mujeres encuestadas manifestaron que han evitado visitar lugares, dar su opinión o realizar actividades que les agradan por no sentirse cómodas con su apariencia física.

Lo más impactante de esa cifra. es que revela cuánto nos importa el juicio hacia nuestra apariencia, y cómo nos hacen creer que aquello será la vara por la cual nos midan, más allá de cuanto nos guste cierto lugar, lo valiosa que sea nuestra opinión, o nuestro desempeño en alguna actividad.

A pesar de lo dramático, destaco que este estudio logró no sólo visibilizar las implicancias de la belleza impuesta y estereotipada, sino que también logró ponerle un número a esa sensación que quizás nos hacía pensar “debo ser la única a la que le pasa esto”.

Con los años, me hacen cada vez más sentido las crisis de identidad, la creencia de que necesitamos de la validación masculina, los trastornos alimenticios y los diagnósticos de trastornos dismórfico corporal. Todo ello sustentado directa o indirectamente por las imposiciones de belleza.

No quiero terminar esta columna con algún cliché de pseudo autoayuda, porque en lo personal nunca me han servido mucho y creo que hasta le quitan credibilidad a una tristeza que muchas mujeres arrastramos incluso por toda la vida. Y aunque no quiero aportar a la perpetuación de esa tristeza, sí quiero decir que es algo que debemos abordar ya, una problemática que no podemos seguir naturalizando; sobre todo para que las niñas pequeñas de hoy puedan crecer normalizando y amando sus cuerpos y no la violencia, y para que, ojalá, no tengan que llorar frente al espejo, abstenerse de comprar ciertas prendas, o entrar en una competencia de apariencias para determinar y dimensionar su valor.

Hablémoslo, llorémoslo, expongámoslo y desenmascarémoslo hasta que no aceptemos más el trueque de nuestra autenticidad (interna y externa), por una validación vacía y patriarcal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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