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El habitar como derecho: pensar el territorio desde un feminismo de los cuidados Yo opino Créditos: Foto de Sergio Omassi en Pexels

El habitar como derecho: pensar el territorio desde un feminismo de los cuidados

Francisca Fernández Droguett
Por : Francisca Fernández Droguett Vocera del Comité Socioambiental de la Coordinadora Feminista 8M
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Históricamente las mujeres y disidencias de los pueblos hemos organizado y sostenido la vida, desde una forma de habitar que configura una pertenencia territorial, desde la huerta, la calle, el barrio, la plaza, el campo, y otros espacios en que hemos desplegado nuestros saberes y haceres.

El territorio se nos presenta como una realidad pero también como un horizonte de construcción comunitaria, entendiendo su carácter múltiple y diferenciado según las prácticas y los símbolos desplegados y en relación con la naturaleza (Salazar, 2017), y no hay duda, que nuestro primer territorio es el cuerpo, como nos han señalado las feministas comunitarias, y por lo mismo desde donde pensar el habitar como un gran acuerpamiento desde una política de los cuidados.

[cita tipo=»destaque»] La ciudad se convierte en el (no)lugar de los privilegios sostenidos por las condiciones de precarización del habitar de mujeres, disidencias, pueblos originarios, afro, migrantes, niñes, personas en situación de discapacidad o movilidad reducida. [/cita]

El extractivismo en todas sus expresiones, en territorialidades rurales y urbanas, a través de la megaminería, la agroindustria, el monocultivo forestal, las grandes obras hidráulicas, la presión inmobiliaria, ha despojado y precarizado nuestro habitar, conformando espacialidades en que se privilegian las ganancias de las corporaciones por sobre la vida, que irán replicando y difuminando espacios desprovistos de dignidad, desterritorializados, fragmentados, que en muchos casos han sido uno de los motivos de grandes desplazamientos de humanos y animales ante la depredación de los ecosistemas.

Hoy todo territorio es proclive a ser sacrificado para mantener el flujo de capitales, y por eso, mientras se mantenga la misma matriz productiva, energética y de consumo capitalista neoliberal ciertos lugares serán destinados al ecocidio.

En nombre de la ideología del progreso, las comunidades allí asentadas aparecen invisibilizadas, las economías regionales devaluadas o sus crisis se exacerban, a fin de facilitar el ingreso de otros proyectos de desarrollo que terminan convirtiéndose en agentes de ocupación territorial. (Svampa, 2014:31)

Desde el Movimiento por el Agua y los Territorios-MAT, compuesto por diversas organizaciones sociales y territoriales a nivel plurinacional, más allá de hablar de zonas de sacrificio, categoría utilizada para referirse a espacios con altos índices de contaminación asociados a la presencia de termoeléctricas de carbón, hemos posicionado el término “territorios en sacrificio”, ya que no son zonas las afectadas sino territorios en que la mercantilización y depredación de los bienes comunitarios naturales se enmarca en procesos globales de una economía mundial erigida sobre la base de la explotación de los pueblos y de la naturaleza.

En estos espacios, los cuerpos de mujeres, disidencias y niñas son apropiados y violentados siendo puestos al servicio de la acumulación de capital (García-Torres, 2016), operando a su vez la extracción de las mujeres de sus funciones vitales, simbólicas y materiales (Costanzo, 2017), remitiendo a una visión hegemónica del territorio y de los cuerpos como lugares a ocupar y poseer (Segato, 2003).

Las ciudades neoliberales son una expresión más de estas políticas del desecho/despojo, configuradas bajo el ideario de segmentación y segregación espacial, pero también, al igual que los territorios rurales en sacrificio, desde la masculinización del habitar, en que lo público es edificado como el lugar de las hegemonías (de clase, género y raza). Estas ciudades no son pensadas para el habitar de todos los pueblos y las personas, sino exclusivamente para ciertas castas políticas y económicas, en que se priorizan las ganancias y lo productivo por sobre los buenos vivires.

La ciudad se convierte en el (no)lugar de los privilegios sostenidos por las condiciones de precarización del habitar de mujeres, disidencias, pueblos originarios, afro, migrantes, niñes, personas en situación de discapacidad o movilidad reducida.

El derecho a la vivienda digna y a la ciudad, al habitar, será clave para repensar lo territorial desde el acceso y protección a los bienes comunitarios, la ruralización de lo urbano a través de huertas comunitarias barriales, el diseño de espacios de flujos y transportes populares, en que se coloque en el centro el cuidado de la vida y en que se plasmen proyectos comunitarios emancipatorios, más allá del extractivismo y neoliberalismo de y en la ciudad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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