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Pucha que hace frío

En noches frías como las que arrecian estos días, nuestros modestos y escasos escenarios santiaguinos -aquellos disponibles para el espectáculo musical- constituyen un desafío térmico francamente grande y por eso no ha de extrañarse que estas semanas haya, de recitales, poco y casi nada.


Porque, por ejemplo, hay que ser valiente para aventurarse en pleno invierno, a través de los gélidos pasillos del Teatro Monumental, y soportar de pie o sentado el frío de muerte que desciende desde su bóveda central. Eso si no sale hacia los corredores a comprar una bebida donde, por ingenuo, será atacado a mansalva por las corrientes cuasi-polares que acechan desde los varios forados que rodean el recinto y que ejercen, ocasionalmente, de reglamentarias salidas de emergencia, aunque si se asoma uno por allí -que se puede, porque los guardias de seguridad se preocupan poco de ellas- siempre encontrará usted algo que, al menos, entorpezca esta función, como un montón de sillas arrimadas o basura nada más.

Pero el Teatro Monumental -que parece haber cerrado su temporada con el espectacular concierto de Manu Chao y un meteórico encuentro de hip hop- es sólo uno de los locales santiaguinos que en invierno toma un giro francamente fatal. ¿Sabe usted el frío que se puede llegar a sentir, por ejemplo, una noche en el Gimnasio de Santa Rosa de Las Condes? ¿Especialmente cuando se está allí, no en el sano ejercicio deportivo sino nada más escuchando música? Literalmente escalofriante. Ya en abril, a poco andar el otoño, no la tuvieron fácil los heroicos compatriotas que se reunieron para ver a Cesaria Evora. Especialmente aquellos que llegaban, además, ligeramente húmedos tras la caminata junto a las canchas siempre-verdes del estadio o, peor aún, derechamente embarrados después de recorrer el tramo inicial, entre el estacionamiento y el recinto mismo. Hubo quienes, en ese trance, sintieron, más que asombro, verdadera preocupación cuando vieron que la diva de los pies desnudos iba, efectivamente, descalza y sintieron fundadas aprensiones ante las consecuencias que en su salud dejaría el lacerante hielo san rosino.

Eso es respecto a los locales techados que son, mal que mal, los que se pueden ocupar en invierno. Por muy poco que llueva, malamente los productores podrían arriesgarse a traer un grupo para cantar a cielo abierto. Y si así fuera, las alternativas son pavorosas: ya bastante sufren los hinchas futboleros con el clima pre cordillerano de San Carlos de Apoquindo, donde no canta nadie desde que Luis Miguel se presentara en VIP y con encarpado. En Macul, como si el smog abrigara, las cosas son sólo un poco más llevaderas; el Velódromo y el Court Central son casi soportables, pero la lluvia, ya se dijo, es una amenaza constante.

No se extrañe entonces, que este invierno los conciertos sean pocos. El Teatro Providencia es una de las pocas plazas disponibles, y se agota rápido. Daniel Vilches, por ejemplo, tiene copados los próximos días en el recinto de Manuel Montt.

Santiago merece algo más. Ya se ha visto con qué ganas sale la gente a la calle cuando puede. Hay que dejarla poder. Para oír música popular, las opciones en la capital son demasiado escasas. A lo nombrado hay que sumar el Teatro Municipal, que lo prestan poco y el Oriente, donde alguna vez cantara el inolvidable Gilberto Gil. El Teletón, quizás el más adecuado de nuestros recintos, se encuentra inexplicablemente fuera de actividad.

Precisamente para remediar esta situación, la productora latinoamericana DG Medios -que ha funcionado en Chile por años en calidad de cuasi monopolio- anunció en 1998 la construcción de un recinto adecuado para estos efectos. Anunció un zoológico también, pero eso no se lo vamos a reprochar. No aquí al menos. Lo reprochable es que la gente que en el país está en el negocio, se lo tome tan poco en serio y ofrezca tan pocas alternativas. Así las cosas, no habrá derecho para quejarse cuando las cosas mejoren y el público siga prefiriendo el tibio calor hogareño a la siempre incómoda aventura musical.

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