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Basura y abandono público: la postal del casco histórico de Santiago que no queremos ver Esta imagen, según especialistas, es la consecuencia del desprecio ideológico a lo público

Basura y abandono público: la postal del casco histórico de Santiago que no queremos ver

El gobierno, municipios y organizaciones turísticas privadas lanzaron un concurso para definir el nuevo logo capitalino, un paso más en un trabajo tendiente a potenciar la “marca Santiago” y proyectar la capital al exterior. Sin embargo, diversos expertos en urbanismo plantean sus cuestionamientos y dudas debido a la degradación que se observa en el casco histórico, incluyendo sectores que hasta ahora no han sido escenario de manifestaciones ciudadanas.


Avenida San Diego es un mingitorio a rajo abierto cuyo olor resulta insoportable en los meses estivales. Las fachadas de los inmuebles situados en las avenidas y las calles del centro histórico de Santiago, especialmente las más emblemáticas, lucen atiborradas de rayados (no graffitis) sin mayor sentido. Las veredas y áreas verdes del centro de Santiago, núcleo del poder político del país, se ven hoy sembradas de papeles, cartones, plásticos, botellas, colillas de cigarrillos, bolsas de basura laceradas por los perros vagos que, muchos famélicos y enfermos, pululan como en ninguna otra capital sudamericana.

La realidad de la verdadera postal del centro histórico de Santiago al parecer dista mucho de la pretensión de la iniciativa Santiago Turístico, que mediante un concurso público busca elegir la mejor postal de Santiago, esa que refleje en toda su magnitud el pasado glorioso de la ciudad, cuando era señalada como la capital más limpia del continente. Hoy especialistas en urbanidad y espacio público creen que tan honorífico reconocimiento estaría en entredicho.

Crisis de lo público

La primera explicación que surge de los expertos converge en una tesis que ya pocos discuten: la crisis del espacio público es la manifestación de la crisis en las relaciones sociales promocionada por el desprecio ideológico a lo público: por la educación pública, por la salud pública, por la política pública, por la cosa pública, la televisión pública… Así las cosas, ¿podría salvarse el espacio público? “No. Que la gente no tenga cuidado, ensucie o raye la ciudad, habla de una sociedad profundamente castigada por medio de la debilitación del tejido social y los sentimientos de pertenencia. En el fondo se observa esa sensación de ‘ajenidad’ que lleva a muchos a decir ‘me da lo mismo ese lugar porque no es mío’”, asegura el académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile Eduardo Santa Cruz, especialista en industria cultural, cultura popular y espacios públicos.

“Nos cuesta entender que uno no crea un espacio público construyendo una plaza. Pero en las últimas décadas se ha vivido un proceso de individualización y fragmentación intenso que cree que con eso basta. Santiago en el fondo es una ciudad que explotó en innumerables fragmentos. Las personas viven en sus barrios o encerrados en sus casas, y no les interesa nada más allá”, agrega.

La idea es compartida por el arquitecto Iván Poduje, socio del equipo directivo de la oficina de urbanismo Atisba, quien se declara preocupado por el grado de deterioro que experimentan varios sectores de la capital. “El espacio público no se percibe como propio y ello hace que muchos no sólo no lo cuiden sino que lo destrocen, o incluso lo aprovechen para poner comercio, como ocurre con muchas plazas, aceras o parques”, asegura Poduje, quien luego agrega que “la situación es más grave en comunas de bajos ingresos, ya que ahí los municipios no tienen recursos para invertir ni menos para mantener los espacios públicos, y el paisaje resultante es desolador. Se ve mucho abandono, deterioro y rejas por doquier”.

El tema no es irrelevante si se considera el deseo del gobierno de explotar la imagen de Santiago. “Todo esto afecta la imagen de la ciudad y también su valor patrimonial y económico”, agrega Poduje, “especialmente cuando restringe el turismo, lo que es grave en ciudades que viven de ello. La situación de la iglesia San Francisco, por ejemplo, es francamente lamentable: graffiti, rayados, publicidad, etc.”.

Eduardo Santa Cruz dice que este fenómeno es más evidente en Chile que en otros países de la región. “Uno puede ver que en Buenos Aires todos están orgullosos de su ciudad, independiente del barrio en que viva y de su condición socioeconómica. Aquí no; el sueño es marcharse el fin de semana largo o envejecer en una casa del extrarradio. Es decir, mucha gente quiere huir de aquí”, agrega el profesor de la Universidad de Chile.

“Pero eso de valorar su capital se ve incluso en Quito”, refrenda el urbanista Jonás Figueroa, académico de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Santiago. “Ahí las personas manifiestan aprecio por su patrimonio. En Chile asumimos que aquello que es público no es de nadie, siendo que lo público es de todos. No valoramos el hecho de que lo público es aquello que nos iguala, es un espacio solidario, pero como no hay solidaridad en Chile, ¿qué podemos esperar?”, añadió.

Muy similar a lo que dice Santa Cruz respecto de los valores que cruzan a la sociedad chilena, una que ha tendido a instalar la rentabilidad como principio rector de la existencia.

“Lo público es salir de mí, del yo, y es ubicarme en otro lugar, participando de instancias públicas como los partidos, organizaciones ciudadanas, juntas de vecinos, clubes deportivos, la iglesia, lo que sea… Ir a lo público no es salir a la calle. Es instalarme en un lugar de significación colectiva. Todo eso está en crisis. Hoy los vecinos ni siquiera barren su vereda, además que no saben dónde dejar la basura que recojan”, declara el académico de la Universidad de Chile.

Sin embargo pocos reparan en este fenómeno, asumiendo que el viejo Santiago es la clásica postal de ensueño, olvidando que la realidad boyante que se observa en unas pocas manzanas o en un puñado de comunas vecinas en ningún caso puede hacerse extensible a la totalidad de la comuna ni a las más de treinta restantes. A menudo se dice que tal distorsión de la realidad obedece precisamente a la burbuja que supone la segmentación urbana, su gran pecado original.

Jonás Figueroa es de los que está de acuerdo con que la única manera de revertir este proceso es aumentar las experiencias culturales. Mal que mal, hay quienes dicen que la cultura es el mejor antídoto contra el lumpen: “Debemos revalorizar los espacios, sacando el arte de los museos a la calle, brindando espacios para la expresión de la cultura popular con el involucramiento vecinal… hasta los maratones me parece muy bien que se hagan. Lo lamento por los automovilistas”.

 Lumpen de todos los linajes

Pero Santiago guarda rincones que encandilan a cualquiera. Cerros ornamentados en medio de la ciudad, el tren metropolitano, las viñas (algunas dentro del radio urbano), una criminalidad baja en comparación a innumerables capitales de América, centros de ski en las cercanías. Eduardo Santa Cruz rescata el creciente carácter cosmopolita de Santiago, ya que “de vez en cuando me arranco a Estación Central y veo a muchos chinos, indios, pakistaníes… en La Vega hay peruanos, haitianos… También hay muchos europeos y todos se ven conviviendo sin problemas en medio de esa diversidad. Eso tiene el Santiago clásico. Otros buscan huir por temor a los que son distintos. Las clases populares, contrario a lo que se dice, son más receptivas a estos flujos migratorios de lo que uno piensa. Me parece que el rechazo proviene de las personas que viven en aquellos sectores más aspiracionales, donde hay un mayor compromiso con el ‘modelo’, y que sólo viven tranquilos si están con sus iguales”.

Pero hay otro tipo de vandalismo que ha causado un inconmensurable daño a la capital. Los desarrollos inmobiliarios irregulares, facilitados por la obsecuencia y la complicidad de  funcionarios públicos, también habrían coadyuvado al aniquilamiento de la racional que se observaba en décadas pasadas, situación que también se observa en regiones. El fenómeno se ha agravado con otros atentados urbanísticos como la construcción del ya famoso Mall de Castro, uno de los principales adefesios arquitectónicos de todo Chile (quizás sólo superado por el Mall de San Antonio). Abundan también las quejas de vecinos en Valdivia, que han visto cómo son demolidos inmuebles del centro a efectos de liberar terrenos para estacionamientos. Y así, suma y sigue.

Este fenómeno es común en Santiago, que pierde toda su distinción histórica no ya sólo por obra y gracia de los terremotos. Hoy es común asistir a campañas de vecinos que pretenden detener la demolición de edificios o sectores patrimoniales y, por consiguiente, impedir la construcción desatada de grandes bloques habitacionales que les resultan muy invasivos tanto para sus casas como para sus barrios.

El académico Eduardo Santa Cruz es vecino de Santiago y ha debido padecer los efectos de la desregulación, o la regulación abundante en vacíos destinada precisamente para facilitarle las cosas al inversionista. En poco tiempo más estará terminado un edificio que rodea todo el inmueble en donde vive. Cada piso que es levantado le recuerda que la luz del sol, en poco tiempo más, ya no tocará radiante a sus ventanas. “Yo vivo en Cumming y tendré que irme de ahí. Perderé la luz del día”, sostiene.

“Es un problema. Las regulaciones son muy generales y permiten que se levanten edificios sin consideración por el entorno, incluso a metros de una zona patrimonial protegida”, afirma Iván Poduje. “Además las leyes para preservar el patrimonio son poco efectivas, ya que no ponen recursos públicos ni crean incentivos para que los propietarios las mantengan. El  resultado: se deterioran, los abandonan o los queman. La densificación tiene un lado positivo, ya que permitió que decenas de miles de personas de clase media pudieran vivir más cerca de sus trabajos o parques. Sin embargo ello no justifica el negativo impacto que producen las torres en su entorno, el descuido por los espacios públicos o la falta de innovación y calidad constructiva de los diseños”, sostiene Iván Poduje.

Hay quienes creen que aquí no sólo se trata de una cuestión de goce estético. También hay intervienen otras cuestiones más pedestres como la codicia. El titular de Defendamos la Ciudad, Patricio Herman, es de los que cree que aquí la corrupción y las componendas están a la orden del día, recordando los múltiples casos que han terminado en la justicia o con gente tras las rejas. “Éste es el far west, aquí prevalece la ley de la selva… la única ley posible es la del mercado gracias al gentil auspicio de funcionarios municipales o del Ministerio de Urbanismo que sólo miran para el lado. Hay muchos intereses cruzados, con utilidades que han permitido enriquecer a la industria de la construcción”.

Así las cosas, Santiago estaría siendo asediado por todo tipo de lumpen, en el entendido de que por lumpen sería aquel conjunto de personas carentes de toda urbanidad y respeto por la propiedad pública y ajena, y por tanto dada a realizar actos que tienden a la marginalidad y la degradación. “Los planes reguladores parten de lo privado y luego van a lo público, cuando es al revés; empieza desde lo público y luego va a lo privado. Pero en Chile vemos que la única preocupación es sacarle el máximo rendimiento al metro cuadrado, a cualquier precio, sin medir las consecuencias sociales que eso genera. Yo mismo he medido veredas de ochenta centímetros de ancho, creadas para casas de dos pisos, frente a tremendos edificios de 20 o 25 pisos. Eso es una locura. Es un atentado”, se queja el urbanista Jonás Figueroa.

“No sé para qué están remodelando el Paseo Bulnes y la Plaza de la Ciudadanía si estos espacios van a estar todo el tiempo cerrados por vallas papales y rejas. No tiene sentido”, agrega el académico de la Usach.

Las batallas que vienen

Los urbanistas ven con preocupación el avance de una vieja iniciativa orientada a extender el límite urbano de Santiago en diez mil hectáreas, idea cuya materialización ha sido detenida por la propia Contraloría. Arquitectos y urbanistas ven en ello una tremenda amenaza toda vez que no se habrían tomado los resguardos necesarios en términos de planificación. Así las cosas, muchos creen que tal idea entraña otro gran negociado de especuladores de suelo a los que poco les importa si tal expansión genera bolsones de miseria y marginalidad. Ni hablar de que tal iniciativa se materializará a costa del suelo más fértil de todo Chile y sin atender las futuras restricciones en la provisión de agua potable, tampoco el reto adicional que supone para un transporte público ya muy exigido. Por lo demás, el solo hecho de impulsar tal medida desmentiría el interés expresado por múltiples actores políticos en orden a descentralizar el territorio y paliar la grave macrocefalia nacional, según Patricio Herman.

“Es una idea espantosa y tenemos nosotros más o menos claro quiénes son los que más van a salir beneficiados con el cambio de uso de suelo. Hay mucha gente vinculada a la Alianza y muchos, muchos que son parte de la Concertación. Aquí la desvergüenza es total. Con la basura pasa lo mismo: es un negocio difícil de desmontar porque hay muchos intereses privados  que no quieren que los chilenos y los capitalinos gestionemos la basura de modo más inteligente y sustentable. La Región Metropolitana está llena de vertederos ilegales”, declara.

Pese a que su recuento de beocias recuerdan autopistas urbanas que rompen los espacios públicos, calles reventadas por el tráfico, barrios en los confines que carecen de servicios y conformados por viviendas misérrimas, eliminación de áreas verdes y otras ordinarieces por el estilo, Patricio Herman dice sentirse optimista. Básicamente cree en que son cada vez más los que consideran intragable la idea de que el Estado -y en último término los contribuyentes- sea el que termine sufragando los altos costos de tales aberraciones. “La gente sabe y el próximo gobierno que asuma sabe también que no podrá dejar este laissez faire desatado”, afirma.

Santiago ha superado largamente los siete millones de habitantes, una comuna depende de la otra. No son unidades divisibles. Todos los grandes vicios que posibilitan este cuadro de deterioro se podrían solucionar, dicen otros, si se adopta la figura del “alcalde mayor”, que es lo que se ve en todas las grandes ciudades del mundo. Santiago es la única capital del continente sin un alcalde que gobierne en la totalidad del conurbano.

“Es imprescindible y fundamental”, sostiene Iván Poduje. “Alcalde mayor o intendente con poderes reales. Hoy para hacer cualquier proyecto relevante requieres la venia de 11 servicios y 37 municipios que suelen preocuparse del interés de sus vecinos y no del resto. Ninguna ciudad ha progresado con este modelo”, concluye.

 

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