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Opinión: La guerra o la paz

Opinión: La guerra o la paz

León de Montecristo es autor de «El último rey» (Minotauro, 2012): http://leon-de-montecristo.blogspot.com/


guerra

Estaba preparando un artículo completamente distinto a éste, viendo las noticias de medianoche, cuando me llegó una foto que un amigo compartió por Internet. Era terrible. Mostraba a una niña llorando, atada a un poste, y la leyenda de la foto decía que eso estaba ocurriendo en Siria y que la estaban obligando a presenciar la ejecución de sus padres. En otra foto mostraban a la misma niña, muerta.

Me quedé helado. Todavía hoy, varios días después de aquello, no puedo sacarme de la cabeza la imagen de esa niña. Recuerdo que esa noche lo único que hice fue acudir a la pieza de mi hijo, que dormía, y abrazarlo con fuerza sin decir nada.

Las noticias de esa misma noche daban cuenta de que el conflicto en Siria seguía en pie, y que los muertos ascendían a más de cien mil, ante la indiferencia más o menos generalizada de la comunidad internacional. De esos muertos, se calculaba que el cuarenta porciento eran civiles. Como la niña de esa fotografía.

Pero para la mayoría de nosotros esos muertos no tienen rostro. Son un número, casi una anécdota cotidiana de algo que ocurre muy lejos como para oír los balazos o los gritos pidiendo ayuda. Algunos comentan lo terrible que es el conflicto, pero lo cierto es que nadie hace nada por evitarlo o se habla de la guerra con una liviandad que me produce escalofríos.

Sin ir más lejos, hace poco escuché las palabras del Jefe de Estado Mayor Conjunto de Chile, en que señalaba, a propósito del fallo de La Haya próximo a conocerse, de que el ejército estaba preparado para “ejecutar lo que el Presidente, en su momento, disponga (…). Estamos listos”. Hubo quienes defendieron sus dichos, otros trataron de bajarle el perfil. Es evidente que todo ejército siempre está preparado para una guerra, los que no lo estamos somos los civiles de ambos bandos. No había necesidad de decirlo, menos en el contexto del fallo. Equivale a decir que, si éste es adverso, Chile está preparado para abandonar la vía diplomática y pasar a la vía militar.

Eso, la verdad, es saber poco de guerra, es desconocer el horror que éstas conllevan.

Pero no le achaquemos la responsabilidad al Jefe del Estado Mayor. Él, mal que mal, hace su trabajo. Lo han entrenado y le pagan para ello. Paradójicamente, la mayor parte de las guerras no las inician los militares. Las inician los civiles, en mayor o menor grado, ya sean sus autoridades, sus comerciantes desde cómodos asientos o incluso el individuo común y corriente como usted o yo.

Escojo la guerra cuando, anteponiendo mis intereses económicos, prefiero que mueran algunas personas en vez de que suba el precio del petróleo, o cuando quiero adquirir el control de éste, o del guano, o de los diamantes, o del oro. También lo hago cuando someto a un pueblo porque necesito un mercado numeroso para el opio que estoy vendiendo, o cuando compro droga sin importarme cuántos han muerto por ella para que yo pueda consumirla.

Escojo la guerra cuando creo que los prejuicios raciales sólo se daban en la Alemania nazi y desconozco lo mal que lo pasan los inmigrantes en nuestro país. Cuando digo que este país es de los chilenos, cuando afirmo que los mapuches son una manga de flojos revoltosos que sólo quieren beneficios gratis y no me doy cuenta de que son una nación, y que como tal necesitan espacio.

Escojo la guerra cuando opino abiertamente que ni cagando le daría mar a Bolivia.

Escojo la guerra cuando, como autoridad, no escucho a ni transo con los estudiantes en sus legítimas aspiraciones, disponiendo verticalmente mis órdenes, comunicando a la prensa lo que yo quiero que la gente escuche, provocando la reacción violenta de los manifestantes que, frustrados, cada vez están más descontentos.

Escojo la guerra cuando, siendo estudiante, comienzo a tirar piedras y me siento un héroe por hacerlo, por sentir que soy el único que hace algo de verdad, o cuando, siendo un infiltrado en ella, lo hago porque me pagan para así justificar el accionar de la policía o de la autoridad de turno.

Escojo la guerra cuando no me fijo en qué andan metidos mis hijos, cuando los dejo solos, cuando no sé si llegan a casa con olor a trago o ignoro si les ha pasado algo, o cuando yo mismo despotrico contra el sistema de manera violenta sin darme cuenta de que esa violencia se la estoy traspasando a ellos.

Escojo la guerra cuando soy insolente o violento con mis padres, con los ancianos, con los vecinos, con los conductores en un taco, con mis compañeros de trabajo, con las personas que son más débiles que yo.

Escojo la guerra cuando golpeo a mis hijos, a mi mujer, a mi polola, o a cualquier ser humano, y la escojo también cuando descargo mi ira con los animales.

Escojo la guerra cuando creo que mi religión es mejor que las otras, o que es la única que llevará a la salvación divina, opinando pestes de los creyentes de otros credos y no respetando la diversidad. También la escojo cuando soy ateo y pienso que aquellos que creen en Dios tienen poco intelecto, o me burlo de ellos transformándolos en una caricatura.

Escojo la guerra cuando creo que mi verdad es la única y que el otro está equivocado, cuando soy prejuicioso, cuando acepto como un hecho de la vida que los hombres deban ganar más que las mujeres, y también cuando no alzo la voz ante la injusticia.

Hay muchas, muchísimas formas de escoger la guerra en vez de la paz.

Alguien dirá: ¿no estará exagerando el autor de este artículo? Pero, seamos honestos: el que no trabaja activamente por la paz, escoge la guerra. Pues, si el mundo se ha transformado en un gran basural y usted no contribuye a limpiar, entonces sólo puede estar participando de dos maneras: estorbando o ayudando a ensuciar.

Lo triste del caso es que nos hemos acostumbrado a no asombrarnos. El arte de la fotografía, con su retrato vívido y atemporal de cada época, hoy más que nunca está al alcance de las masas, tanto para tomarlas, como para contemplarlas en la Web. No obstante ello, son tantas que ya no nos conmueven o bien se han perdido entre tantas imágenes. Parece que es cierto aquello de que los árboles no dejan ver el bosque.

La manoseada iconografía de la guerra no nos deja conmovernos ante ella. Pero aún, pese a ello, diariamente podemos escoger entre la guerra o la paz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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