Publicidad
“Before Midnight»: Cuando el amor es para siempre “Before Midnight” de Richard Linklater

“Before Midnight»: Cuando el amor es para siempre

Enrique Morales Lastra. Periodista.


antes

“Cada uno de nosotros es el total de sumas que no ha contado: reducidnos de nuevo a la desnudez y a la noche, y veréis cómo empezó en Creta, hace cuatro mil años, el amor que ayer terminó en Texas”.

Thomas Wolfe, en “El ángel que nos mira”

Una mañana, el sol radiante. Grecia, al sur de la península del Peloponeso, aeropuerto de Kalamata, verano septentrional de 2012.

El escritor Jesse Wallace (Ethan Hawke), ahora de 41 años, despide a su hijo Hank, un adolescente de catorce, quien espera abordar un avión que lo llevará a Chicago —donde vive el resto de la temporada—, después de pasar las vacaciones junto a su padre, la mujer de éste y sus medias hermanas.

Afuera, a Jesse lo espera Céline (Julie Delpy), que habla por celular en francés. Al interior del vehículo familiar en que se trasladan, duerme un par de gemelas rubias, las hijas de la pareja. La delicada música compuesta por Graham Reynolds, “The Best Summer of My Life”, acompaña y ayuda a expresar con claridad la desazón del novelista por tener que ver crecer a su primogénito, a miles de millas de distancia. Son los dolores de un hombre divorciado.

La descripción corresponde a las primeras secuencias de “Before Midnight”, la tercera de las películas protagonizadas por Hawke y Delpy, dirigidas por el cineasta estadounidense Richard Linklater. El filme se estrenará en Chile el próximo jueves 8 de agosto.

“Antes de la medianoche” es el nuevo capítulo de la historia entre Jesse y Céline, la que comenzó hace casi dos décadas en “Antes del amanecer” (1995) —cuando se conocieron en un vagón de tren, cerca de Viena—, y que continuó con el reencuentro de ambos en París, durante el estío de 2004 —bajo el título de “Antes del atardecer”—, paseo en lancha sobre el río Sena incluido.

Al final de esta última cinta, mientras Julie Delpy imitaba la interpretación de una canción de Nina Simone, “Just In Time”; se insinuaba que Hawke perdería el avión que lo devolvería a Nueva York, daría un vuelco a su vida, y aprovecharía la oportunidad que le presentaba el azar de revivir las ilusiones de esa jornada austriaca perdida en el pasado.

Jesse termina con su infeliz matrimonio, abandona a su esposa, al pequeño Hank, publica dos novelas —las que rememoran sus lances con Céline—, consolida su carrera literaria y se establece en Francia con su compañera, después de una breve estadía por la Gran Manzana.

antes3

Pasan ocho años. En ese punto, y luego de disfrutar seis semanas de descanso en las bahías del golfo de Mesenia, con Delpy, el niño y las gemelas; la cámara en tiempo real de Linklater retoma los planos largos, las caminatas bajo el sol y los diálogos existencialistas.

A diferencia de los filmes anteriores, en los cuales el argumento central era la idealización del objeto deseado, y la esperanza personal se entregaba sin reparos a la consecución del amor romántico, su hallazgo e hipotético regreso; en esta ocasión, el director sitúa a sus actores en una etapa inédita de sus caminos: la de vivir el compromiso cotidiano, el instante de la exigencia práctica, ese que sucede al entusiasmo onírico del primer momento.

Otra vez es un día, veinticuatro horas de una jornada verídica diseminada en una ficción de 108 minutos de celuloide.

Posterior a los cuadros en el aeródromo, Céline y Jesse prosiguen con su rutina. Se detienen a comprar comestibles en una tienda, y arriban al chalet mediterráneo, toda luz perenne, olivos, tomates, mar paradisíaco y cielo azul, en el cual han alojado durante su estadía, debido a la gentileza del propietario, Patrick (Walter Lassally), un viejo escritor ateniense.

Aparte del anciano, en el lugar hospedan su nieto Achilleas, la novia de éste, la francesa Anna, el matrimonio conformado por  Ariadna y Stefanos, además de Natalia, una mujer mayor, amiga del dueño de casa.  Esta interacción más definida con otros personajes, ausente y accesoria en las otras cintas de la saga, constituye otra evidencia de la fase pragmática y estructurada en que ahora se desplazan Céline y Jesse.

En la conversación ulterior al almuerzo que celebra el grupo, emergen significativos fragmentos del guión, conducentes a entregar las profundas diferencias que existen entre las posturas vitales de Hawke y Delpy, en contraste con los demás asistentes.

antes1

Los jóvenes Anna y Achilleas desconfían de la noción de amor eterno, desencantados por el ejemplo mezquino de sus respectivos padres, y apuestan a descubrir la felicidad en la amistad y el desempeño de un oficio, pese a citar a Shakespeare y la novelesca forma en que se “toparon”, justo en el verano anterior; el escéptico Patrick se inclina por el conocimiento acabado de uno mismo, y la añoranza  de la vida en abstracto, antes que a la admiración a una persona en específico; Ariadna y Stefanos, cuarentones al igual que los roles principales, son cínicos y autocomplacientes en su vínculo primario, de índole claramente sexual, fundado en el temor a verse solos y desplazados por la velocidad de las cosas.

El literato norteamericano y su mujer, en cambio, son conscientes, sin enunciarlo, de que su caso es único, extraño y poco común: el de las almas gemelas, que como dice la frase hecha nunca escuchada, han logrado reunirse y pueden sentirse conectados. De hecho, más adelante, acontece una escena en la que Céline y Jesse aprecian la caída del sol, absortos, uno al lado del otro: el astro se esconde tras una montaña, desciende y se apaga en las aguas del Mediterráneo.

Quien parece acercarse misteriosamente a ellos, es la viuda Natalia, la que al concluir la comida, comparte sus reflexiones en torno al recuerdo que tiene de su fallecido esposo, sus constantes paramnesias con la imagen del hombre desaparecido, para finalizar sus pensamientos, sin saberlo, con un concepto ya desarrollado cinco siglos antes por Michel de Montaigne, en sus “Ensayos”; que como hacemos aparición nos esfumamos en la línea del mundo, intervalo brevísimo y corto, donde a modo de consuelo, sólo podemos transformamos en figuras importantes e irremplazables para unas cuantas personas. “Por estar de paso”, dice el brindis que cierra la merienda.

Técnicamente el filme es impecable. La fotografía saca ventaja de la iluminación natural de las costas del sur helénico, de sus prodigiosas locaciones y ruinas. La consecuencia se manifiesta en planos y secuencias de un gran esplendor visual.

antes4

Entrada la tarde, Jesse y Céline caminan desde los vestigios de un castillo bizantino, hasta la cercana y turística ciudad de Kardamyli, próxima a la mencionada Kalamata. En la víspera han recibido un regalo de Stefanos y Ariadna, que consiste en el uso gratuito de una habitación —en un acogedor hotel con vista al mar—, por el espacio de una noche.

 El trayecto se inicia entre las piedras y restos de la fortificación medieval. Hawke y Delpy intercambian opiniones acerca de los cambios padecidos durante las temporadas en que se han apuntalado, la preponderancia de las niñas en sus itinerarios como padres, en cómo el nacimientos de ellas marcó sus comportamientos y estilos de vida. “¿O seguimos siendo los mismos?”.

Por ahí se vocea el nombre de Arthur Rimbaud, a fin de ilustrar las comparaciones pedantes y habituales en que caía el grupo de escritores jóvenes frecuentado por Jesse.

Coinciden en el deber de mantener la pasión, ya no tan natural con el paso del tiempo, para ver, buscar, auscultar, observar, y conservarse activos.

Céline le pregunta a su novio si con más de 40 años, la pérdida de cabello que la ha afectado, y su cuerpo voluptuoso de mujer que ingresa a la madurez, éste aún la invitaría, tal cual hace 18 años, a bajarse de un tren y a recorrer en su compañía las calles de Viena. Unas cabras, típicas en la zona, al costado del sendero. El viento, el cielo del verano que se desintegra.

antes5

 Hablan de boda, se refugian en una capilla milenaria, dedicada a la Virgen de los ciegos, profanada por los turcos mientras la ocupación. Se extienden nuevamente sobre la necesidad de estar entrelazados. “Pero creo que yo a veces respiro oxígeno y tú helio”, explica Céline, en una reiteración del “yo voy al oeste y tú al este”, que había pronunciado ella, en el viaje por la carretera, luego que Jesse expresara su temor a que Hank se hiciese adulto sin su compañía, y deslizara la posibilidad de volver a residir en Norteamérica. ¿Me soportarás 56 años más?, le pregunta Delpy a Hawke, en una petición de amor incondicional, después de oír que los abuelos de Jesse fueron marido y mujer por 74 largos inviernos en Texas.

Está oscuro, el resort, la mesa de la recepción, la pieza, un flirteo, besos, caricias, e imprevistamente afloran las tensiones, los reproches, las culpas, las ausencias y ciertas frustraciones contenidas… las que desembocan en francas descalificaciones. Ni Jesse es Henry Miller, ni Céline es Sylvia Plath, se acusan y enrostran. Amenazas, ultimátum.

Ya es de medianoche. El marco es bellísimo: luces de casas, la bóveda transparente, el agua de la estrecha bahía refleja la luna, el clima cálido.

antes2

Hawke se acerca a la mesa que ocupa la enojada Delpy. “La vida real no es perfecta, pero es verdadera, y yo te amo, te ofrezco mi vida, que es lo más valioso que poseo, te digo que eres preciosa, pero no vendré invariablemente a sentarme como un perro a tu lado…”.

La semana pasada, leí la novela “Como en el cielo”, del escritor irlandés Niall Williams. Un texto magnífico, que anota lo siguiente en su primer párrafo:

“En el mundo sólo hay tres grandes enigmas, el enigma del amor, el enigma de la muerte y, entre los dos y parte de ambos, el enigma de Dios.

Dios es el mayor de los enigmas”.

“Antes de la medianoche”, ahonda con maestría en el secreto del amor y de la muerte, eso revela en parte su poder y la vigencia de su propuesta en un conjunto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias