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Envuelto en su fantasía paranoica, muere Leopoldo María Panero, el último de los poetas malditos Llevaba más 40 años encerrado en una institución mental

Envuelto en su fantasía paranoica, muere Leopoldo María Panero, el último de los poetas malditos

Encerrado en el hospital psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria, donde se hallaba recluido desde que tenía poco más de 20 años, falleció a los 65 años el gran poeta maldito de España, ése que le temía a la muerte, que odiaba el siquiátrico y que para aplacar su esquizofrenia no pedía salir del encierro, sino que todos entraran en él. Panero, que siempre estuvo al margen, en la otra orilla, en el límite, ya consiguió su pasaje de vuelta, pero nos deja su palabra, su desencanto, su juego con la transgresión y el inconformismo.


Loco, inteligente, con aura de Baudelaire, Rimbaud o Peter Pan, y obsesionado con la muerte, el caos, la Coca-Cola, el tabaco, la soledad o el sexo con sabor a absenta, Leopoldo Panero era el último poeta maldito, el que estaba al otro lado del espejo y al que sólo le unía al mundo la palabra ya desquiciada.

Leopoldo María Panero falleció este miércoles a los 65 años en el Hospital Psiquiátrico de las Palmas de Gran Canaria, un lugar donde él nunca quiso estar y al que llamaba un sitio «cruel, un circo romano».

Pero Panero ya estaba muerto desde hace mucho años, para sí mismo y para la sociedad, que le arrinconó hace ya más de 40 años, cuando visitó el primer psiquiátrico, en Mondragón (Guipúzcoa, norte de España).

«Yo soy un hombre muerto al que llaman Pertur/

En la cena de los hombres quién sabe si mi nombre algo aún será:

ceniza en la mesa o alimento para el vino…» escribe Panero en «Requiem», su poema de «El último hombre», en 1984.

leopoldo-maria-panero(2)Leopoldo María fue uno de los nueve nombres incluidos en la antología de poesía Nueve novísimos (1970) por el crítico literario catalán José María Castellet.

Hijo del «radicalismo» y la revuelta juvenil de los años 60 y 70, tuvo una vida personal transgresora. Estudió Filosofía y Letras, que abandonó en segundo curso, en protesta contra el «conocimiento formal».

Publicó por primera vez en 1968 el poemario Por el camino de Swant, al que siguieron Así se fundó Carnaby Street (1970), Teoría (1973), El que no ve (1980), The last river together (1980), Dioscuros (1982) y El último hombre (1984), entre otros títulos.

Tras un año en París, regresa a España en 1979 y publica Narciso en el acorde último de las flautas, uno de sus libros más celebrados.

Su cuento «Paradiso o le revenant» obtuvo el premio de cuentos Gabriel Miró 1984, pero le fue retirado por haber sido editado antes en la revista literaria La luna de Madrid. Publicó ese mismo año el relato «Aquello que callan los nombres».

Luego se publicaron Dos relatos y una perversión (1984), Antología (1985), Poesía, 1970-1985 (1986) y Poemas del manicomio de Mondragón (1987).

Esquizofrenia

Lepoldo María Panero caminaba por la vida solo con su sombra y su fantasía paranoica desde hace años. En 2013 murió su hermano Juan Luis Panero, con el que no tenía trato ni se llevaba bien, pero al que reconocía ser «buen poeta». Aunque él era o fue el mejor de toda la familia de escritores.

El autor  fue hijo de Lepoldo Panero, considerado el poeta oficial del franquismo, aunque con un pasado de izquierdas; hermano también de Michi Panero, un agitador cultural que se movió bien en la «movida» madrileña de los 80, e hijo de Felicidad Blanc, también escritora y actriz con la que el poeta mantuvo una relación de amor y odio.

Una familia que destapó su miserias y sus sombras en la película El desencanto, de Jaime Chavarri, en 1975, un filme de culto que se rodó tras la muerte del padre y en el que sin tapujos traslucía el autoritarismo del padre, los malos tratos y la crueldad silenciosa que se respiraba en esa familia. Un familia que hubiera hecho las delicias de otro cineasta, el austríaco Michael Haneke.

A los 17 años le fue diagnosticada esquizofrenia a Panero, pero eso no le impidió escribir poesía, ensayos y narraciones, además de traducir. Y fue libre en todo, con unos inicios llenos de fuerza y pulso poético.

Tenía una memoria prodigiosa y una cultura de libro con la que disparaba constantemente en sus entrevistas, cuando utilizaba la palabra; a veces transparente, las menos, y las más, opaca y grasienta, pero afilada como un cuchillo contra todos y contra todo.

En los últimos años dejaba por unos días el psiquiátrico e iba a la Feria del Libro de Madrid, donde se dejaba ver en las casetas de libros. Allí firmaba ejemplares de su obras, casi 60, la última, una reedición de Last river together. Y fumaba y fumaba y bebía Coca-Cola tras Coca-Cola.

«No paro de escribir. La única esperanza que me queda es la literatura, que es lo que me salva la vida», decía.

Pero que la vida «era una mierda» para el autor era una constante de sus poemas. «Es sólo un inmenso cenicero, violeta pálida…».

«Vivo dentro de la fantasía paranoica del fin del mundo y no sólo quiero salir de ella sino que pretendo que los demás entren en ella». Así hablaba el Capitán Garfio en diálogo con Peter Pan, en un guión que escribió Leopoldo María Panero, gran conocedor del infierno.

Peter Pan, la conciencia de la pérdida de la juventud, la muerte, la negritud, la soledad y la preocupación por que nadie llorase en su tumba, son los ejes centrales de la obra de Panero, como también mostró en uno de sus últimos y desvencijados trabajos, «Papá dame la mano que tengo miedo», en el que expresa su miedo cerval a la muerte.

Panero, que siempre estuvo al margen, en la otra orilla, en el límite, ya consiguió su billete de vuelta pero nos deja su palabra, su desencanto, su juego con la transgresión y el inconformismo, con poemas de vanguardia que hablan de sexo, miedo, de la heroína, la imposibilidad de amar, la necrofilia y su eterno aullido contra la vida.

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