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Opinión: Todas somos Hijas de Perra

Opinión: Todas somos Hijas de Perra

Víctor Hugo Robles
Por : Víctor Hugo Robles Periodista @elchedelosgays
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El autor es periodista, apóstata y activista, conocido como“El Che de los Gays”.


“Amalia no era tan santa”, rezaba un irreverente graffiti al lado de la iglesia Santa Amalia, cerca del Metro Trinidad en La Florida. El palabreo provocaba comentarios e inquietud en medio del concurrido velatorio de la popular e inigualable performancista Hija de Perra , el pasado 26 de agosto de 2014. Ahí mismo -¡justo debajo!- las alocadas y maravillosas Putas Babilónicas -colectivo artístico homosexual del masculino Liceo José Victorino Lastarria- posaban coquetas para unas fotos -no tan fúnebres- celebrando la irrespetuosa existencia de la entrañable Hija de Perra. Sí, de Hija de Perra, la performancista, la actriz, la cantante, la educadora, la activista de la disidencia sexual local más bizarra, célebre y llamativa de los últimos años.

Una de Las Putas Babilónicas abrazaba cariñosamente a una perrita, negrita y callejera, tiritona y deseosa de casa propia, resistente como su oscuro color. ¡Es una hija de perra! -dijimos con la Toli Hernández- una amiga activista lesbiana amante de los animales y defensora de las causas posibles e imposibles. Fotos iban y fotos venían con la perrita quiltra que casi no se veía travestida de tanta loca oscuridad. Mientras la familia de Wally o Víctor Hugo Pérez -desconocida identidad estatal de Hija de Perra- rodeaba y acompañaba su adornado féretro, muchas otras, la muchedumbre maricona y culturosa, tomaba cerveza en lata y fumaba -fumábamos- marihuana en la calle. En eso estábamos hasta que Las Putas Babilónicas tuvieron que irse para la casa. La Toli y yo nos quedamos ahí, saludando a las más cono/sidas, mirando de reojo a la perrita, bella, pequeña y huacha que movía con esmero su colita en medio de tantas amigas colas.

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Fotografía de Jorge Sánchez

En eso apareció la Sole Falabella, una cómplice académica de la Universidad de Chile. Poco tuvimos que hacer para convencerla de llevarse a la “Wallita” –así le pusimos- para su casa en La Reina. “Es un regalo mágico de Hija de Perra”, dijimos a coro con la Toli. “Se llama Wallita en honor a Hija de Perra” –remarcamos- o Wally –como a ratos le llamamos- para abrazar la eterna e impertinente presencia de ese “hombre” serio y encorbatado que (re)posaba en un inundado velatorio, ni tan católico, ni tan apostólico.

Hija de Perra surgió desde los escenarios marginales y nocturnos. Se construyó en el festejo alternativo de la disidencia sexual en donde inicialmente solo ocupó el espacio escénico – teatral. Se presentaba como una post identidad de ficción instalada en espectáculos musicales, obras de teatro, videoclips y cortometrajes de galardoneada locura. Con el tiempo su sensible estética camp – popular, exagerada e irónica, transitó a espacios que conjugaron el arte y las políticas sexuales, entrecruzando fiestas temáticas, conferencias feministas en universidades -incluida la conservadora UC-, charlas sobre las enfermedades venéreas o Marchas del Orgullo Gay local. Allí –en esa intensa lucha- la conocí. Alegre, atrevida y provocadora, siempre acompañada de su conchera y revolucionaria amiga Irina Gallardo, la querida e inigualable Irina La Loca.

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La irrupción artística, política y cultural de Hija de Perra con su quebrada y juguetona voz al estilo “comic” -imposible no recordar con ella a varios de los personajes de las películas de culto de Ed Wood- desplazó los márgenes culturales de Chile al disputar irónicamente espacios canónicos que nunca quiso para sí.  Y cómo quererlos si Hija de Perra -el personaje- era de la noche callejera interminable, de la denuncia látex de la sodomía del poder, del cuestionamiento preciso “a la colonización del contexto sudaca, pobre aspiracional y tercermundista marica que se encanta con la heteronorma”, según se lee en uno de sus textos críticos que infectan la Internet.

Su inesperado fallecimiento ha dejado un forado, un hueco en un doble y simbólico sentido. Hueco por ser un espacio a llenar por otras lúcidas e intensas activistas. Hueco por maricón, cola, coliza, colipato, sodomita o como quiera que se llame al disidente sexual del ayer, hoy, mañana y siempre. Huecos rellenos por personas “huecas de homonormatividad”-como gritamos muchas veces junto a La Perra- cuando marchábamos; posando, resistiendo, encaminando, transformando y abriendo de par en par -a puro taco alto- no solo las emblemáticas “Grandes Alamedas” de Salvador Allende, sino que todas las calles, puertas, cielos e infiernos liberando un desbordante palpitar marica, lésbico, travesti, desviado, anormal, nunca, nunca, jamás igualado.

Quienes luchamos por la defensa de la disidencia sexual en Chile y nos cruzamos con ella en los excluidos espacios de la cultura alternativa, el glamour performero y la política post identitaria, no la lloramos, aunque sí mucho la extrañamos. Hija de Perra no ha muerto porque vive entre nosotras. Su muerte nos impactó y casi enmudeció nuestra irreverencia colectiva. Ella, la profesora, la Gabriela Mistral de la postmodernidad, la obrera de la visibilidad de lo inmundamente invisible murió portando las misteriosas razones en su juvenil última escena. Tal vez -operando o jugando en contrasentido- la más pública de todas nosotras, la más perra de todas las perras, guardó para su cuarto propio las indeseables, insuficientes, limitadas e inhumanas políticas públicas del VIH/SIDA.

Su despedida fue emotiva y performera. La protagonizó ella misma junto a su familia legal y una numerosa e ilegal parentela político – cultural. Ésta arribó al Cementerio Parque del Recuerdo de Huechuraba, inundando el campo (in)santo de colores, plumas, máscaras e intensa locura. Yo asistí junto a Marco Ruiz Delgado, activista fundador del Movimiento de Liberación Homosexual Movilh Histórico y mi querida amiga Francis Francoise -reina madre del transformismo local- uniendo así generaciones estético, político y homo – culturales. Los recuerdos, las imágenes, los saludos amorosos, el llanto honesto de María Basura y la zigzagueante voz de la mismísima Hija de Perra, se escucharon en un cálido y repleto salón mortuario. Si hasta la Wallita -ex perrita callejera- se hizo presente como testigo del primer milagro de nuestra impúdica santa nacional e internacional. La negra Wally ahora ladra feliz, corre, juega y come –como nos contaba la Sole- dando muchas gracias a Hija de Perra por el favor concedido. La Wallita y todas las hijas de perras ahí presente nos sentimos agradecidas por haber deseado, querido y (re)conocido a una perra loca, rebelde e inmortal.

¡Hasta siempre compañera Hija de Perra!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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