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Audacia, honestidad y experimentación: Los pilares en la obra de Pedro Chaskel, el documentalista que retrató la realidad chilena al desnudo El mítico realizador fue homenajeado en el Ficvaldivia 2014

Audacia, honestidad y experimentación: Los pilares en la obra de Pedro Chaskel, el documentalista que retrató la realidad chilena al desnudo

El autor de “Aquí vivieron”, “Aborto” y “Venceremos”, entre otros memorables filmes, habla de sus orígenes artísticos, de la efervescente vida cultural santiaguina en la década de los ’60, de lo que significó en su biografía el 11 de septiembre, del exilio en Cuba, de la edición de “La batalla de Chile” junto a Patricio Guzmán, y de su personalísima concepción de la labor cinematográfica: “un trabajo honesto, interesado siempre en el ser humano, y preocupado de relatar una verdad bien dicha”.


“Me acosté en la camilla, tomé la cámara Reflex de 35 milímetros que teníamos, y enfoqué y grabé con el lente, como si yo fuera la mujer anémica que estaba a punto de caer en coma, y que recoge con su mirada, el rostro angustiado y afligido de su esposo, cuando la sacan moribunda del conventillo donde vive directo a la ambulancia, camino para ser atendida de urgencia en la Posta Central…”.

"Aborto"

«Aborto»

Así describe Pedro Chaskel Benko (Alemania, 1932), el famoso plano contrapicado de Aborto (1965), ese encuadre que sedujo estéticamente a un crítico conservador como Mariano Silva, y que produjo que en ese entonces, un joven Carlos Flores del Pino abandonara la carrera de Veterinaria que estudiaba en Valdivia, y se dirigiera raudo a Santiago para matricularse en el Departamento de Cine de la Universidad de Chile, y asumiera una vocación profesional, que le sería personalmente definitiva.

Para su autor, Aborto fue la primera película chilena que aplicó al pie de la letra, los cánones ideológicos y cinematográficos del neorrealismo italiano en el país. Pero antes de eso, debió enfrentarse a la precariedad de una industria casi inexistente, cuando a mediados de los años ’50 del siglo pasado, formó, junto a otros pioneros, el Cine Club de la Casa de Bello (1954).

"Aborto"

«Aborto»

“En Chile, en esa época –declara Chaskel-, el cine era un entretenimiento de fin de semana, fue recién en los años ’60, cuando se formuló una profesionalización de la actividad en todo sentido, desde la técnica hasta en el lenguaje que se utilizaba para rodarlo”, precisa.

Acerca del rol que le cupo en ese acto “fundacional”, por llamarlo de alguna manera, dice: “Yo nunca me sentí pionero en nada, la verdad, sólo había un clima cultural de nuevas búsquedas, de inconformismo con lo que había, se daba a nivel de teatro, en el Experimental de la Chile y en el grupo de Ensayo de la Católica. También tenemos a “La Nueva Canción”, el canto popular de Víctor Jara, a la Violeta Parra. A nivel de cine se dio una situación análoga, en un nivel muy parecido”, explica el director de No es hora de llorar (1972).

"No es hora de llorar"

«No es hora de llorar»

“El cine en Chile –continúa-, estaba mal hecho, no técnicamente, pero sí en su estética: era realizado sin imaginación, sin creatividad, muy convencional, bastante pobre en términos de lenguaje, si se quiere. Y luego, más encina, creando una imagen de país que era totalmente falsa. Esa ruptura se produjo, primero, con el trabajo de Sergio Bravo, con el largometraje documental Mimbre (1957), porque, hay que afirmarlo, el género documental, históricamente, ha sido la vanguardia técnica del cine chileno. De lo que se edita actualmente, reconozco que he visto poco, pero no me extrañaría que esa característica se siga manteniendo en el tiempo”, opina Pedro Chaskel. “En esa obra que te nombro, fue la primera vez que se mostraba en el país a un artesano real y de verdad, trabajando con sus manos, a un filme centrado en la figura de un obrero”, expresa.

Raúl Camargo entrega el Pudú Honorífico como reconocimiento a la trayectoria a Pedro Chaskel en FICValdivia 2014

En FICValdivia 2014 Raúl Camargo entrega a Pedro Chaskel el Pudú Honorífico como reconocimiento a su trayectoria

El legendario realizador, relata a El Mostrador Cultura+Ciudad que no tuvo una juventud fácil, que siempre guardó inmensas dudas vocacionales, pero que sus padres, un matrimonio de inmigrantes judío-alemanes llegados a Chile poco antes de la Segunda Guerra Mundial, fueron muy generosos con él, a la hora de ayudarlo para que pudiera dedicarse en exclusiva a sacar adelante el Cine Club de la Universidad de Chile.

“Luego de hacer el bachillerato en el Liceo de Aplicación –cuenta Chaskel-, estudié tres años arquitectura en la Chile, pero no me gustaba, y tampoco me iba bien, la verdad. Entonces, me salí, y estuve dando bote un poco, y después me dediqué al cine club, que había ayudado a formar durante el último año en que seguí cursos universitarios, pues no volví a estudiar formalmente. Yo soy un cineasta autodidacta, y me metí en cuanto curso había para desarrollarme: en esos tiempos no habían escuelas de cine”, describe.

“En la Católica –prosigue-, antes del Instituto Fílmico, antes de Rafael Sánchez, en la década de 1950, hubo un programa vespertino que estaba dirigido por un italiano de apellido Domier…, él era un charlatán…; pero lo interesante de esta especie de academia, era que habían profesores interesantes como Fernando Bellet, que fue uno de los pocos chilenos que había estudiado cine en París, en Francia, y él nos hacía clases. Él me dijo que yo tenía talento para el cine, y cómo fue el primero que me dijo que yo tenía talento para algo, es que me dediqué al cine, hasta el día de hoy. Tenía 25, 26 años, y me pasaba, todo el día, en el Cine Club. Nuestra Biblia era el libro Historia del cine mundial, de George Sadoul”, rememora.

"Venceremos"

«Venceremos»

Sobre esa actividad, en específico, cuenta: “Había que preocuparse de tener un afiche todas las semanas, para que la gente se informara, de escoger la película, de ir a las distribuidoras, de ver lo que había. Después, había que preocuparse de acondicionar la sala, la Fech nos apoyaba con una oficina, en un local que estaba en la Alameda, yo creo que el Cine Club se pudo consolidar porque me podía dedicar exclusivamente a eso, por lo cual no recibía peso, y porque me mantenían mis padres, quienes tenían un estudio fotográfico, ubicado en la calle Huérfanos Nº 757, en una galería cercana a la esquina con San Antonio, al lado de un restaurante que se llamaba “El Rincón Gitano”: los dos eran fotógrafos. Si no hubiera recibido ese apoyo, no podríamos haber hecho nada. Y allí, en mi casa, yo tenía todo el conocimiento técnico que necesitaba para revelar y filmar, procedimientos que eran pan comido para mí”, confidencia.

A poco andar, el Cine Club, increíblemente, realizaba sus funciones, semana a semana, en el Salón de Honor de aquella casa de estudios. Más tarde, ya contratado como funcionario, y junto al mencionado Sergio Bravo, Chaskel participa activamente del Centro de Cine Experimental de la Universidad de Chile, recién fundado, gracias al auspicio de Álvaro Bunster.

"Venceremos"

«Venceremos»

Luego, el realizador trabajó en Tres miradas a la calle (1957), como triple asistente de producción, dirección y montaje. Cumplió idénticas funciones en Deja que los perros ladren (1961), ambas películas de Naum Kramarenco (1923-1913).

“Yo hice de asistente en Tres miradas a la calle (1957) –puntualiza Chaskel-, el que fue un largometraje de ficción. Ahí yo hice de todo, desde limpiar la oficina, pasar el guión a máquina, y ser su asistente de dirección. Y en esa instancia, también, aprendí todas las técnicas cinematográficas…, las de esa época, por lo menos. Porque la parte expresiva personal, mi estética cinematográfica, se dio sola, con la práctica, en un diálogo mío e íntimo con la cámara”, se sincera.

Esa mirada nueva e innovadora, quedaría reflejada en títulos como Aquí vivieron (1964), Érase una vez (1965), la célebre Aborto (1965), La captura (1967/ nunca terminada), el impactante Testimonio (1969) -un reportaje en el Hospital Psiquiátrico de Iquique-, la mítica Venceremos (1970), y No es hora de llorar (1972). En todos esos créditos, Chaskel contó con el trabajo y la asesoría fotográfica de Héctor Ríos, estableciendo juntos, una de las parejas cinematográficas más prolíficas y de mayor calidad técnica, dadas por el cine chileno a lo largo de su historia. Para ambos era el homenaje que les preparó el Ficvaldivia 2014, en su ceremonia de apertura: no pudo asistir Ríos, por encontrarse convaleciente de una larga enfermedad, y debido a su avanzada edad.

"Aquí vivieron..."

«Aquí vivieron…»

Chaskel, igualmente, fue responsable del montaje de El Chacal de Nahueltoro (1969), la famosa obra de Miguel Littin. Posterior al Golpe de Estado de 1973, el director es exhonerado de sus funciones en la Universidad de Chile, y emigra primero hacia la Argentina y posteriormente a Cuba. Es en este país, fue el responsable de la edición de la película “La batalla de Chile” (1974- 1977), de Patricio Guzmán, con quien mantiene estrechos vínculos de amistad, hasta el día de hoy. Sólo volvería a Chile, recién en 1983.

En La Habana permanece durante diez años trabajando como montajista y realizador  en el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos). Allí, realiza uno de los más logrados documentales sobre el exilio chileno, Los ojos como mi papá (1979). Además, graba tres filmes dedicados al Che Guevara, de los cuales se recuerda especialmente Una foto recorre el mundo (1981), una reflexión audiovisual sobre el significado emblemático de la célebre fotografía que le tomara Alberto Korda al guerrillero.

Antes de ocurrir esas escenas en su vida, sin embargo, y desde las azoteas del edificio ubicado en Amunátegui # 75, la dirección donde funcionaba la oficina del Cine Experimental de la Universidad de Chile, Chaskel pudo grabar las famosas secuencias que muestran a los aviones Hawker Hunters, justo en el instante en que disparan los misiles Rockets que, en dramáticos segundos posteriores -impactarían para destruir-, el Palacio de La Moneda defendido heroicamente por el Presidente Salvador Allende, ese martes 11 de septiembre.

“Después del ’73 –reflexiona Chaskel-, mi vida y mi carrera cambiaron para siempre, ni yo ni Chile, pudimos ser los mismos. Pero siempre tuve el consuelo y el amor incondicional de mi esposa (Fedora Robles ,fallecida en 1997 y con quien tuvo dos hijos), gracias a la cual, a su apoyo, a su opinión, pude forjar mi obra. Muchos de mis documentales no serían lo que son, si no fuera por ella”, comparte con nosotros.

Finalmente, un testamento estético-ideológico para las nuevas generaciones de realizadores: “El documental es un arte cinematográfico que se preocupa del ser humano, si eso implica que haya un compromiso político, ya depende del autor, lo importante es ser honesto (yo soy un cineasta independiente de izquierda, pero jamás milité en un partido o movimiento alguno). No se debe mentir a sabiendas, lo que es todo y es mucho. La publicidad es la mentira bien dicha, mientras que la pieza documental es la verdad bien dicha. La honestidad implica conocer y empaparse de la realidad, investigarla, profundizar en ella, observarla a fondo, develar lo que para el resto de los espectadores, permanece ignorado y oculto”, termina diciendo emocionado, el gran Pedro Chaskel.

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