Publicidad
Crítica teatral: «El feo» una obra política pero superficial Todos los fines de semana, hasta el 20 de diciembre, en el Teatro Mori

Crítica teatral: «El feo» una obra política pero superficial

“El Feo” es una obra interesante, profundamente política, sin duda, pero que (al menos en este montaje) permanece en la superficie de los temas que trata. Eufórica, de fácil aceptación, es mucho más un pastiche que una parodia, por lo que no deja de quedar gusto a poco cuando uno deja la sala. Las actuaciones de Andrea García Huidobro y de Diego Muñoz, son de las mejores. La de Nicolás Saavedra es correcta pero superficial y la de Gonzalo Valenzuela es, quizás, la más baja en desarrollo actoral.


“El Feo” es el nuevo montaje con temporada en el Teatro Mori del Parque Arauco. La obra muestra la historia de Lette, un hombre inteligente, ingeniero eléctrico que, de hecho, inventa un tipo de enchufe mejor que los ya existentes; un hombre que podría ser extraordinariamente triunfante pero que, en su propia existencia, comete un pecado mortal dentro de la posmoderna sociedad tardo capitalista en que vivimos, este pecado fatídico es, por supuesto, ser feo.

Esta es la premisa fundamental de “El Feo”, una premisa inteligente, aguda y que tiene un carácter particular, en principio, es políticamente incorrecta, punzante incluso, reconoce una realidad universal que es, al mismo tiempo, secreta, algo que todos saben, pero que nadie dice, como la masturbación o la infidelidad; así pues, el dramaturgo propone un problema de carácter universal que aunque tratado de manera divertida, no deja de ser una suerte de tragedia epocal.

elfeo2

El problema de la belleza, asociada la autopercepción, al amor propio, en suma, a la identidad de las personas, sin duda, conduce también a un asunto más de fondo, la ética de nuestra posmoderna sociedad, la ética del consumo, del deseo consumista como sustrato último que moviliza a las pasiones, una suerte de fetiche de la imagen como centro que constituye una gran parte de la dinámica social de hoy.

Es de esta forma que Marius von Mayenburg (el autor) propone una lectura de nuestra identidad, vinculada al deseo y su consumo, como uno de los pilares de la economía, de las formas de producción, del sistema social mismo, en su mero centro motor. El problema, en mi opinión, es que si bien la premisa y la primera mitad de la obra está muy bien construida, desde la segunda mitad en adelante, comienza a perderse.

¿Por qué?

Fue una difícil pregunta para mí, debo decir que quedé con cierta perplejidad al salir de la sala, ¿qué no encajaba? ¿Qué sucedía con esta idea brillante, escrita con oficio y estructurada competentemente? ¿Qué no terminaba de ensamblar?

Un buen amigo, literato, profesor, escritor, entre copa y copa de vino, acertó a lo que creo que es el (único) problema del texto: una falta de compromiso con su propia idea.

Quiero aclarar: no digo que la obra no posea un compromiso político, evidentemente, la premisa del texto es una excusa para poner en la palestra, precisamente, un asunto de carácter político e ideológico, para asentar una discusión sobre los modos de valorización de lo humano en una sociedad tardo/capitalista de consumo extremo. Lo que no termina de encajar (y es lo único) es el silencio del autor sobre ese mundo…

Puede ser que tal vez no esté siendo del todo justo, porque finalmente hay una especie de mirada apocalíptica, el mundo presentado parece no tener vuelta y nadie, absolutamente nadie, al final de la obra, puede escapar de este deseo construido para el consumo; pero justamente allí es donde falta de fondo, la mirada política, esta es (creo yo) que otro modo de relacionarse, de producir y, por tanto, de construir una sociedad, es posible y esa posibilidad, ya no digamos que se crítica o se ve como ingenua, sino que simplemente se pasa de largo.

La obra es fuertemente política, no cabe duda, pero no supone una postura de respuesta, sino tan solo ilustrativa sobre el tema que aborda, de hecho (en términos de estructura de la reflexión), me recordó poderosamente a Foucault, quien en su enorme e importante obra, es capaz de exponer, ilustrar y desarrollar una verdadera arqueología del poder y su uso, pero que guarda un desagradable silencio en torno a su propia postura en torno a lo que muestra.

elfeo1

Por su parte, el montaje, es correcto, competente, pero no es capaz, tampoco de explicitar la doble articulación del discurso. Quiero decir que el acento no está en la exposición del evidente contenido político del texto, sino en su construcción formal y en el desarrollo de la anécdota, la que se impone por sobre las (posibles) múltiples lecturas que la dramaturgia permite.

Así, Andrés Céspedes, el director, hace que la representación se quede en la superficie de las palabras, equilibrándose en la exposición de los diálogos, sin hurgar en los sentidos más hondos que la dramaturgia permite, por lo que textos de enorme peso que contienen una lectura feroz sobre el mundo en el que vivimos, son dichos con una simpleza que tiene más relación con la mera repetición de palabras dadas que con la cavilación de lo que dichas frases exponen. Parece entonces, que el problema de la dirección pasa por abordar de modo liviano un discurso cuya carga es más compleja, extensa y llena de relaciones ideológicas de lo que en escena se aprecia.

Las actuaciones, por su parte, son –en términos generales- competentes.

Gonzalo Valenzuela (al menos en la función a la que yo asistí) es probablemente quien tiene un desarrollo actoral más bajo en este montaje, sobre todo porque los dos personajes que representa, los trabaja casi idénticamente, así, cuando hace el papel de “jefe” articula una caricatura un poco estrecha en su construcción (pero no es esto un problema importante, la obra está jugada a personajes “tipo” en ciertos momentos y, evidentemente ello es intencional, es una opción estética), el asunto es que cuando después hace de “médico” y repite casi la misma actuación, con lo que ambos personajes parecen más bien dos hermanos gemelos que han seguido caminos diferentes: uno empresario, el otro, cirujano plástico.

No es una mala actuación en sí misma, sino que desconcierta (y molesta un poco) que los dos personajes sean prácticamente idénticos, tratándose de roles diversos.

Nicolás Saavedra desarrolla su personaje correctamente, aunque con cierta superficialidad, las emociones por las que se ve pasar al personaje, en su actuación, tienen un rango estrecho, pasa de estar más o menos triste a estar más o menos feliz, de más o menos feliz a más o menos angustiado y tanto su cuerpo, voz y rostro, no llegan nunca a exponer las emociones y pensamientos que, a todas luces si uno sigue el texto con atención, son más brutales, incómodas, inciertas y apabullantes para el personaje (protagónico por cierto) que a él le toca desarrollar. Su trabajo, repito, es correcto, no hay errores garrafales y se observa oficio, pero no se ve (al menos a mis ojos) una profundidad en la construcción del personaje, más bien, pareciera como si este se limitara a “mostrar”, como se espera que sea, al “Feo” en escena, siguiendo de manera ordenada, pero superficial, la indicaciones del texto.

Distintos son el caso de Diego Muñoz y Andrea García Huidobro. Diego Muñoz logra dar profundidad a su actuación, sus personajes pasan por múltiples emociones y es reconocible en los roles que le toca desarrollar una personalidad que, aún permaneciendo en la tipología, contiene cierta interioridad, esto es, marcas específicas que le entrega a sus personajes de modo tal que dejan de ser un simple estereotipo, para convertirse en seres con identidad, con un desarrollo propio, así, aunque sus personajes no son roles protagónicos, cuando aparece en escena, el espectador termina por prestar más atención a ellos y a lo que tiene que decir, que a otros.

Por último, el caso de Andrea García Huidobro es, en mi opinión, el mejor. La actriz construye personajes con su voz, su cuerpo, su mirada y con una intensa compresión de lo que sus textos dicen, cada frase que emite tiene un acento, intención y sentido, construido de modo orgánico junto con sus movimientos, con sus emociones, con la energía que instala motoramente a la hora de salir a escena, su trabajo es sin duda brillante y como mi buen amigo literato me comentara, ella es una de las actrices jóvenes a las que hay que prestar atención.

“El Feo” es una obra interesante, sin duda, pero que (al menos en este montaje) permanece en la superficie de los temas que trata. Eufórica, de fácil aceptación, es mucho más un pastiche que una parodia, por lo que no deja de quedar gusto a poco cuando uno deja la sala.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias