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Crítica de cine: “Desastres naturales”, los ángeles exterminadores El filme de Bernardo Quesney (1989) fue uno de los éxitos del 7º Festival de Cine B

Crítica de cine: “Desastres naturales”, los ángeles exterminadores

A sala llena se exhibió la película de este joven director chileno, en la principal muestra del séptimo arte independiente y alternativo de la escena local. Y su aplaudido recibimiento, no fue gratuito: a un aceptable guión, se le agregan las deslumbrantes actuaciones de Anita Reeves y de Amparo Noguera. Las únicas objeciones: la elección de ciertas técnicas de montaje impropias de un lenguaje fílmico, y la precaria credibilidad de algunos roles del elenco. Lo mejor, esa idea de la idiosincrasia nacional que subyace como un motor ideológico durante todo el largometraje: la de un país frágil emocionalmente, el retrato de un territorio donde la civilización siempre está a un paso de dejar su lugar a la barbarie, a lo salvaje y a la destrucción.


“Nunca salí del horroroso Chile / mis viajes que no son imaginarios / tardíos sí -momentos de un momento- / no me desarraigaron del eriazo / remoto y presuntuoso”.

Enrique Lihn, en A partir de Manhattan

En un pueblo del Valle del Aconcagua, se rodó esta cinta. La historia recrea la siguiente trama: A semanas de la PSU, los alumnos de un Cuarto Medio del liceo particular subvencionado Diego Portales, reciben la visita de su antigua profesora, la señora Raquel, quien no desea asumir que ha sido despedida, y que insiste, en un acto surrealista, subvertir el estado de las cosas, las condiciones objetivas de la situación que padece.

Con la complicidad y la ayuda de sus ex alumnos, la docente se “toma” el curso, la sala de clases y se da comienzo a una cuenta regresiva, a la espera colectiva de un terremoto, a la expectativa de un instante crucial. Esa profesional rural de la educación, jubilada y complicada, es interpretada en forma fenomenal por Anita Reeves.

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Sorprende encontrarse con un largometraje como Desastres naturales (2014), que salvo ciertas lagunas en su factura cinematográfica resulta bastante completo en su realización artística y estética, en su maduración ideológica, dicho en otras palabras.

Ese primer factor al que nos referimos, creo yo, se debe en gran medida al libreto compuesto por Pedro Peirano y Bernardo Quesney. La historia es riquísima en las variantes y significaciones dramáticas que propone. Y la cita que se hace de la figura histórica y política de Diego Portales, para nada es gratuita, y hasta propone un relato sociológico y hasta antropológico sobre la trayectoria del país, valiéndose de elaboradas imágenes y de códigos audiovisuales.

La soberbia actuación de Anita Reeves es el aspecto inicial a consignar en este análisis. Su forma de abordar a esa Raquel, viuda, setentona, irremediablemente solitaria, que no quiere aceptar su triste realidad, es conmovedora, a ratos hilarante, pero de un nivel artístico parejo, que anula lo impostado que puede encontrase en otros roles del reparto.

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Otro punto alto, que se suma al desempeño actoral de Reeves, se desprende de la breve, pero contundente aparición en el plató de Amparo Noguera (Lucía, la hija médico de Raquel), y cuya irrupción deja en evidencia una complicada red de increpaciones mutuas, acusaciones de abandono y de desolador desapego familiar. Este ha sido, sin duda, el año de esta actriz, si agregamos el hecho de su reciente rol en la Aurora (2014), de Rodrigo Sepúlveda.

Algo afirmamos en torno a la complejidad de esta historia en su articulación literaria-simbólica. Pero antes, revisaremos sus motivos y tópicos exclusivamente audiovisuales: el uso de la cámara, la concepción del montaje, y esa visión de mundo que se desprende de la utilización de aquellas modalidades escénicas.

La idea de la destrucción de las cosas, del discurrir del tiempo como un camino que conduce insoslayablemente a la desaparición de las personas y de los espacios físicos en que éstas se desenvuelven, se despliegan a lo largo de los 74 minutos de este largometraje. Igual que el enfrentamiento entre lo salvaje, lo agreste y la civilización, que aquí se manifiestan a través de planos que muestran a los animales que pululan alrededor del colegio, y en devastadoras fotografías de las instalaciones que albergaron al desaparecido proyecto educativo que antecedió al actual Liceo Diego Portales.

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Para expresar estas nociones, Bernardo Quesney echa mano al blanco y negro con el fin de demarcar la vitalidad del presente y la muerte del pasado, también apela a técnicas de montaje propias del circuito dramático televisivo: animaciones digitales que nos avisan que la puesta en escena de una obra de teatro escolar, importantísima en el tiempo diegético-ficcional, está a un paso de efectuarse, en tanto clímax y minuto culmine del desarrollo argumental. Me parece que la elección de esas opciones, le arrebató fuerza cinematográfica y altura artística a la tercera película de este joven director, queriéndonos insinuar una comicidad y una irrealidad, que se percibía por sí misma, sin la necesidad de esos artificiosos anuncios y aderezos computacionales.

Desastresnaturales7La rebelión de los alumnos del díscolo Cuarto Medio, la evasión y el escapismo de Raquel, la incapacidad de Valentina y de su inspectora por detener la sublevación, la vulnerabilidad de Lucía, el rapto de una joven profesora (la que reemplazó en su puesto de trabajo a la Anita Reeves), y la catarsis final que se suceden, con la victoria del apocalípsis material y mental, indican las influencias de las cuales bebió Quesney: del español Luis Buñuel y su obra El ángel exterminador (1962), de la Animal Farm (1954), de Joy Batchelor y John Halas, y en menor medida, del Fitzcarraldo (1982), del gran Werner Herzog.

La banda sonora de este crédito sorprende por su calidad acústica, instrumental y melódica, y cuando se estrene, sus temas se escucharan en las radios con una facilidad que sorprenderá. Por último, se haya esa visión de la historia de Chile de la que escribíamos al comienzo de estas líneas, esa que referencia al fundador de la República conservadora del siglo XIX: al voluntarista Diego Portales Palazuelos, cuyo busto observa Valentina, cuando no sabe qué hacer para acabar con la “toma” de sus alumnos.

 

 

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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