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Hijo de Pablo Escobar: «Si alguien después de leer mi libro queda con ganas de convertirse en gángster, he contado mal mi historia» Juan Pablo Escobar publicó «Pablo Escobar, mi padre: Las historias que no deberíamos saber»

Hijo de Pablo Escobar: «Si alguien después de leer mi libro queda con ganas de convertirse en gángster, he contado mal mi historia»

Héctor Cossio López
Por : Héctor Cossio López Editor General de El Mostrador
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En 500 páginas, el hijo mayor de Pablo Escobar hace un detallado relato de los momentos que le tocó vivir al lado del mayor narcontraficante del mundo y autor de múltiples atentados terroristas, cuyo dolor siguen sintiéndose en Colombia y en el mundo. Hoy, reinscrito con el nombre Sebastián Marroquín Santos, afirma tener plena conciencia de que la historia de su padre «merece ser contada, pero jamás repetida». El libro (Ed. Planeta) se encuentra entre los cinco más vendidos de Latinoamérica.


escobar4Hay tres cosas sobre las que Sebastián Marroquín Santos, hijo de Pablo Escobar Gaviria, dice tener plena certeza: que el narcotraficante más buscado del mundo fue un buen padre y que su amor por él es incondicional, no negociable; que fue el bandido más salvaje que ha conocido la historia de su país, cuyo dolor causado a Colombia y al mundo sigue vigente; y que todo lo que te da el narcotráfico, te lo quita.

Cuando han pasado poco más de 21 años desde que Pablo Emilio Escobar Gaviria muriera mientras escapaba de los «Pepes» (Perseguidos por Pablo Escobar) por los tejados de Medellín, su hijo Juan Pablo, que debió cambiar su nombre por Sebastián Marroquín para salvar su vida, decidió contar su historia, la suya y la de su padre, la de Colombia y sus víctimas, en el libro Pablo Escobar, mi padre: Las historias que no deberíamos saber (Editorial Planeta, 2014).

En casi quinientas páginas, Juan Pablo Escobar asegura no callar nada, ni los sabios consejos que como padre alguna vez le dio y quedaron impresos en sendas cartas, ni los brutales crímenes, con alevosía y sin compasión, que su padre libró en una guerra suicida que terminó por convertir, en la década de los 80, a Colombia en uno de los países más peligrosos del mundo.

Con la historia de su padre llevada a la televisión en cientos de documentales, en formato telenovela con El Patrón del Mal, en decenas de libros de investigación y de ficción y, últimamente, también en el cine con Benicio del Toro en el papel del narcoterrorista en Escobar: Paradise lost, su hijo decidió contar sus experiencias íntimas, llenas de excentricidades, violencia extrema y peligro, en una narración sincera, en la que antes de comenzar se permite hacerle una invitación al público: «Soy un ser humano que espera ser recordado por sus actos y no por los de su padre. Invito al lector a que no me olvide durante el paso por mis relatos, ni me confunda con mi padre, porque esta es también mi historia».

Horas extras

En los primeros capítulos del libro, Sebastián Marroquín se hace cargo de una de las principales incógnitas que derivaron de la muerte de su padre, en diciembre de 1993. ¿Qué pasó con toda la fortuna que amasó Pablo Escobar y que llevó a la revista Forbes a ubicarlo dentro de los 7 hombres más ricos del mundo?

Siendo su vida, con 16 años, un trofeo de guerra para los enemigos de Pablo Escobar, tan violentos y crueles como él, y mientras la policía colombiana y las autoridades estadounidenses daban a conocer los detalles de la muerte del capo, Juan Pablo Escobar Henao tuvo que comprar su vida, debió sentarse frente a todos los líderes mafiosos para convencerlos de que no buscaría venganza, y que de esta manera le permitieran a él, a su madre y a su hermana, añadirle algunas horas extras a su sentencia de muerte, dictaminada por el Cartel de Cali, los enemigos declarados del Cartel de Medellín.

Juan Pablo escobar y su padre Pablo Escobar

Juan Pablo escobar y su padre Pablo Escobar. Foto, gentileza Familia Marroquín Santos.

Marroquín Santos cuenta que cada uno de los mafiosos, incluidos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, capos del Cartel de Cali, y Carlos Castaño, líder del paramilitarismo al servicio del narcotráfico en Colombia, pidieron su indemnización en millones de dólares por todo el gasto efectuado durante la guerra contra su padre, y que costó no solo millones sino también la vida de sus familiares en manos de Escobar. Así fue que, pagando con dinero, propiedades y obras de arte, se logró la pacificación en Colombia, y el hijo de Pablo Escobar pudo comprar su vida. Acto que, hasta el día de hoy, con los Rodríguez Orejuela extraditados a Estados Unidos, sigue agradeciendo, como si dicha transacción fuera un acto de benevolencia de quienes hicieron de la violencia el pan de cada día.

«No me cansaré de agradecerles por perdonarme la vida y darme otra oportunidad que nunca desaproveché», afirma el hijo de Escobar Gaviria, en conversación con El Mostrador Cultura+Ciudad.  «Los enemigos, que de mi padre heredé, han cumplido a cabalidad su palabra. La prueba: yo sigo vivo aún, después de 20 años de horas extras. Aquellos para quienes la violencia es pan de cada día los conozco bien, pues me crié con muchos de ellos, y créame que a todo ser humano, por más poder que ostente, le llega el momento del hartazgo y el arrepentimiento por la violencia proferida. A los enemigos de mi padre les llegó ese momento y quisieron entonces que se hiciera la paz entre los carteles», explica Marroquín, desde Buenos Aires, donde reside actualmente.

Traición

En el libro Pablo Escobar, mi padre, el primogénito del narcotraficante aprovecha la ventana de publicidad de su texto, hoy dentro de los cinco libros más vendidos de América Latina, para saldar cuentas con su familia paterna, especialmente con Roberto Escobar Gaviria, quien –asegura– traicionó a su padre, colaborando con la DEA para su captura o muerte, luego de haber vivido a sus expensas como los dueños del mundo, y quien, a diferencia del Cartel de Cali, sería su principal perseguidor.

«Al único que nunca vi con una actitud conciliadora sino violenta y destructiva permanentemente es a Roberto, que hoy me odia más que lo que odió a su propio hermano, aquel que se lo dio todo en la vida», cuenta el hijo de Escobar.

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Foto: Gentileza familia Marroquín Santos.

En uno de los párrafos que Sebastián Marroquín dedica a lo que llama su «ex familia» paterna, describe que, tras la muerte de Pablo, su tío lo manda con criptográfico mensaje a hablar con el número 1 de la DEA en Colombia para negociar un asilo en ese país. Cuenta el autor que, durante esa entrevista, el agente de la DEA le ofrece ayuda a cambio de que él o su madre escribiera un libro en el que se atestiguara haber visto «con sus propios ojos» cómo Pablo Escobar le entregaba un millón de dólares a Vladimiro Montecinos, el oscuro jefe de inteligencia de Alberto Fujimori.

Ante la negativa de la viuda de Escobar de relatar hechos que «no le constaban», ganándose con ello un problema adicional en circunstancias de que en esos años Fujimori ostentaba el poder total en Perú, la familia Escobar desiste de la solicitud de la DEA y comienza su vagancia por el mundo en busca de asilo. Al poco tiempo, escribe Marroquín, Roberto Escobar saca su libro Mi hermano Pablo, donde se narran los mismos datos que la DEA pidió que se relataran.

Pocos meses después de la muerte de Pablo Escobar, el hijo de Roberto, Nicolás Escobar Urquijo, buscó asilo en Chile, provocando uno de los grandes escándalos policiales que ha habido en el país, especialmente luego que contratara los servicios profesionales de Humberto Neumann, abogado en ese tiempo del «Mamo» Contreras, quien a raíz de este suceso optó por prescindir de su representación legal, por defender a un «delincuente».

Sobre este hecho, el hijo de Pablo Escobar dice no conocer detalles, pues la última vez que vio a Nicolás –afirma– estaba junto a los enemigos de su padre.

«A Nicolás la última vez que lo vi fue cuando él andaba de la mano de los jefes del Cartel de Cali, junto a mi abuela paterna Hermilda y sus hijos pretendiendo usar sus influencias –después de sus alianzas macabras con Cali– para que nos despojaran, por la vía de la violencia y en favor de ellos, de la totalidad de los bienes heredados. Nicolás fue la única persona, entre miles, que salió con vida e ileso de un secuestro de los enemigos, lo que forma parte de la irrefutable evidencia de que ellos en su conjunto eligieron entregar a mi padre a cambio de su impunidad y sus vidas. Hace más de dos décadas que no tengo relación alguna con la mal llamada ‘familia’ de mi padre», sentencia.

Narcotráfico actual

Después de haber vivido con los sicarios más temibles de Colombia, de rodearse de opulencia como ningún otro (a los nueve años llegó a tener una colección de 30 motos de agua y otras 30 de terreno, entre miles de otras excentricidades), de haber permanecido oculto mucho tiempo «en caletas» para evitar que fuera secuestrado por los «Pepes», de haber sobrevivido a atentados terroristas del Cartel de Cali, de sentir en carne propia cómo la violencia se le devolvía a su familia cada vez que su padre cometía un crimen, un secuestro o un acto de narcoterrorismo, de haber estado en el fuego cruzado en una de las guerras más violentas que se ha experimentado en América Latina y de haber conocido de primera fuente la corrupción del poder político por el tráfico de drogas, Marroquín analiza el presente del narcotráfico, en comparación con los tiempos en que le tocó vivir en compañía de su padre.

«(El poder del narcotráfico) no solamente es el mismo, sino exponencialmente mayor a los tiempos de mi padre, pero más oculto y hasta algo más ‘sabio’, porque si algo se aprendió de historias como las de mi padre, es que no es buena idea enfrentarse a los poderes institucionales, pues a la larga se pierde, porque las instituciones sobreviven a los hombres», señala. Pero justamente -enfatiza– «se aprendió a usar la corrupción como el arma que más amenaza y desafía a las democracias. Amparada en el enorme caudal de dinero que garantiza la alta rentabilidad de la prohibición, siendo ésta última gran patrocinadora de la violencia, que es también otro gran negocio por la venta de armas, la compra de vidas y el mantenimiento de la absurda idea de Nixon de declararle la ‘Guerra a las Drogas'».

«Mientras persistan las políticas prohibicionistas, el narcotráfico seguirá viento en popa, sobreviviendo a la totalidad de sus propios jefes narcos», opina.

Con respecto a la violencia que se vive día a día en México producto del narcotráfico, Sebastián Marroquín contó a El Mostrador Cultura que, hace unos 4 años, advirtió –en un diario uruguayo– que la situación de México sería cada vez peor.

«Dije tener la sensación entonces de que la violencia asociada a los narcos podría ser mucho peor, en esa querida tierra mexicana, que la que ya vivió Colombia. Dije que los mexicanos ostentaban más poder militar, económico y corruptor del que alguna vez soñó mi padre, y entendí que había aún cierta ‘timidez’ en ellos para ejercer toda la violencia de la que eran capaces. Lamento mucho haber tenido la razón aquella vez y me duele que se siga entendiendo, allí y en el resto del mundo, que las antiguas ideas de Nixon del siglo pasado son las indicadas para resolver –por no llamar empeorar– las cosas», sostiene.

E insiste: «El que defienda la prohibición, patrocina la guerra y la violencia asociada a las drogas ilícitas. No hay un solo narco a favor de la legalización».

Una historia para contar y no repetir

Antes de este libro, Sebastián Marroquín protagonizó el documental Pecados de mi padre. En este filme, el hijo de Pablo Escobar se reunió, para pedirles perdón, con los hijos de las víctimas políticas más emblemáticas de Colombia, a quien su padre ordenó asesinar: los del candidato presidencial Luis Carlos Galán y el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. En el libro, confiesa Marroquín, sigue siendo ése su principal objetivo.

«Mi libro es una muestra de que las víctimas tienen que tener el derecho a la verdad real –no solamente a la oficial– como uno de los principios fundamentales de la reparación. El lector –y las víctimas de mi padre– son quienes me juzgarán si estoy haciendo bien o no las cosas. Desde allí pido perdón a todos sin excepción por la violencia desatada y sufrida, pues siento la responsabilidad moral de pedirlo en nombre de mi padre y como parte de mi camino, en mi búsqueda incesante por la paz en todas sus dimensiones, latitudes y familias», consigna el descendiente de Escobar Gaviria.

Para Marroquín, sin embargo, saberse el hijo de uno de los delincuentes más violentos del siglo XX y «buscador incesante de la paz» –como él mismo se describe–, no lo hacer perder la conciencia de su historia.

«No reniego de mis apellidos originales ni de mi padre; a todos les dejo claro que mi amor por él es incondicional y no negociable. Cambiar mi nombre fue para poder salvar las vidas y escondernos de sus enemigos. Desde pequeño me acostumbré a que me llamen «el hijo de…», pero con el tiempo aprendí que al final yo soy mis actos, no los de mi padre», señala con firmeza.

«Estoy consciente hasta la médula de que ésta es una historia para ser contada, pero jamás para ser repetida. Si alguien vio mi documental Pecados de mi Padre o leyó Pablo Escobar, mi padre y quedó con ganas de convertirse en gángster, entonces yo habré contado mal mi historia», concluye.

En la última página del libro hay un agradecimiento:

«A mi padre, que me mostró el camino que no hay que recorrer».

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