Marcelo Fierro, músico y concejal por Peñalolén.
Desde el 6 al 12 de abril tuve la fortuna de vivir una experiencia enriquecedora e inolvidable. Durante seis días, Bogotá, la capital de Colombia, se convirtió en la capital cultural del mundo. A la Cumbre Mundial Arte, Cultura y Paz asistieron representantes de 37 países y de todas las capitales regionales colombianas, con un solo propósito: transmitir y comunicar la profunda convicción de que para alcanzar la paz -en especial en Colombia, país azotado por 50 años de guerra- el arte y la cultura resultan fundamentales.
[cita] Mi gran admiración por el trabajo del pueblo colombiano radica en su capacidad de resiliencia. Después de 50 años de guerra, han sabido para ponerse de pie, quedando de manifiesto que su eje central, fundamental o columna vertebral es el “El Arte y La Cultura” que se vive día a día, principalmente con los más pobres, los más vulnerables, beneficiando actualmente a 40.000 niños y jóvenes de Bogotá con programas culturales después de su jornada de clases, en un reflejo nítido de que la cultura está en la esencia en las transformaciones sociales y humanas.[/cita]
El programa fue muy intenso, completo, variado y diverso. Se cantó, bailó, recitó y se discutió, pero lo más importante es que la Cumbre fue un espacio para escucharse y sentirse a través de los distintos ejes temáticos, como el académico con grandes y destacados panelistas nacionales e internacionales como Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo y su nieto Ignacio; el artístico con sus múltiples exposiciones, cineforos, obras de teatro y conciertos con grandes autores e intérpretes colombianos y de figuras internacionales como León Giecco y Carlos Varela.
Una de las conclusiones de esta jornada y que le da nombre a esta columna, es que “el arte y la cultura juegan un papel fundamental en el proceso de paz y que la sociedad necesita movilizar mente, cuerpo y espíritu para construir una cultura de paz en la que todos puedan ejercer una ciudadanía libre y democrática”.
Mi gran admiración por el trabajo del pueblo colombiano radica en su capacidad de resiliencia. Después de 50 años de guerra, han sabido ponerse de pie, quedando de manifiesto que su eje central, fundamental o columna vertebral es el “El Arte y La Cultura” que se vive día a día, principalmente con los más pobres, los más vulnerables, beneficiando actualmente a 40.000 niños y jóvenes de Bogotá con programas culturales después de su jornada de clases, en un reflejo nítido de que la cultura está en la esencia en las transformaciones sociales y humanas.
Otro aspecto destacable en las conclusiones fue la importancia de la mirada transversal, inclusiva y regionalista que debiera tener la perspectiva cultural, exigiendo a los gobiernos y a las instancias internacionales, los espacios necesarios para escuchar las propuestas de los artistas, gestores, líderes culturales y pensadores de la cultura del país, integrando, articulando, promoviendo y fortaleciendo la gran red de artistas y pensadores latinoamericanos, para incidir de primera línea en las políticas públicas.
En estos días, los pensamientos no han dejado de inundar la imaginación y extrapolación del trabajo con sentido. He transmitido en todas las direcciones de los puntos cardinales y a quién se cruce por mi camino, la maravillosa experiencia vivida en Bogotá, una ciudad que se reconstruye día a día pero no sólo de cemento, sino de lo más importante que son las personas, y que quienes fuimos testigos de ello pudimos compartir las alegrías y las penas de quienes lo han perdido todo, pero todo, menos la esencia y la esperanza de construir un mundo mejor, guiados de un elemento que trasciende fronteras, estratos sociales, ideologías y todas las barreras, El Arte y La Cultura.