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Un viaje y una historia: Cristóbal, el hombre del cine en el pueblo fantasma de Puerto Cristal Una crónica a campamento minero al interior del Lago General Carrera

Un viaje y una historia: Cristóbal, el hombre del cine en el pueblo fantasma de Puerto Cristal

David González se ha dedicado estos últimos años a recorrer Chile. En su camino no solo captura paisajes, su propósito es buscar historias, pequeños pedazos de vida, muchos de ellos congelados en el tiempo, que yacen en los rincones más apartados, bellos y entrañables del país. Esta publicación es la primera de una serie de reportajes, que fueron exhibidos en formato audiovisual para DirecTV Latinoamérica, y que ahora se publican escritos para el Mostrador Cultura. La historia de hoy trata sobre Cristóbal, un hombre que llegó hace 20 años a Puerto Cristal a proyectar películas. De un día para otro, todos se fueron, menos él. Esta es su historia.


Cristóbal a sus 80 años recorre todas las tardes el muelle en ruinas de Puerto Cristal junto a su perrita Paloma. Los maderos destruidos y fierros oxidados dejan ver el abandono en que vive.  Pasea entre las tablas que flotan a orillas del Lago General Carrera, elige cuál de todas sirve para el fuego de la cocina que le calentará el mate. Mientras selecciona troncos, mira a lo lejos esperando vislumbrar alguna embarcación que pueda aparecer: es que lleva 15 años esperando la barcaza  que traerá a los cristalinos de vuelta al pueblo.

Mi encuentro con Cristóbal fue a comienzos del 2011, cuando visité Puerto Tranquilo, en la Región de Aysén. Le pedí a Lenin Soto que me hiciera cruzar el Lago hasta el otro extremo, a Cristal. Lenin (cuya historia de su nombre merece un artículo por sí mismo) está acostumbrado a llevar turistas a las famosas Capillas de Mármol. Sin embargo, no entendía por qué mi deseo de ir a un pueblo “fantasma”.

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Cristóbal que miraba al horizonte con leños en la mano y su perrita al lado, no entendía por qué esta pequeña barcaza iba en su dirección, me comentaría después, que no sabía si preparar el mate o esperar a que pasáramos de largo.  Mientras nosotros nos acercábamos, él emprendía camino a su hogar.

Al desembarcar, Lenin me dice que esperaría en el bote, ya que ese lugar no es para él y que si no vuelvo antes de las 6 de la tarde se irá sin mí. Me pide con urgencia que no me quede allí. No entendí del todo su recomendación. Me acerco a la única casa del pueblo que tira humo por la chimenea, el viento frío arremolina los árboles, suenan las tejas de techos destruidos a lo lejos, frente a mí una muralla de cerros nevados cuya cumbre no puedo ver y atrás como telón de fondo el lago majestuoso, silente. Golpeo a la puerta y un pequeño hombre de no más de metro cincuenta nos recibe. Al verlo se me viene a la cabeza el “Hombre Ilustrado” del escritor Bradbury, ya que al igual que el personaje del libro las arrugas que agrietan su rostro pueden mostrar las  montañas y ríos que recorrió, las cicatrices del tiempo, incluso se pueden escuchar murmullos de voces de antiguos habitantes de su niñez. El escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez, dice que nada se sabe y nada sucede que no esté escrito de antemano sobre el cuerpo. Bastaba con ver a Cristóbal para saber su final.

cristobal4Llegó en los años sesenta a Puerto Cristal, en medio del Lago General Carrera, para trabajar en la mina de estaño que dio vida al pueblo. Comenzó a trabajar como ayudante en el manejo de la maquinaria principal, donde lo apodaron “Piedrita Azul”; fue el encargado de proyectar películas de vaqueros, las únicas 5 que existían en el pueblo durante 2 años. Aquí se casó, tuvo tres hijos y una esposa que murió de cáncer en 1994.  Mismo año en que cerraron la mayoría de las minas de la región. Por ello todos los cristalinos dejaron el puerto en la última barcaza que zarpó de la ciudad; todos menos él, que decidió quedarse.

Desde ese día todas las mañanas va a la tumba de su esposa y simplemente se queda de pie mirándola, con los dedos dibuja el nombre de su amada siguiendo el relieve en la lápida; se sienta mirando el horizonte, esperando que vuelvan los que se fueron, esperando que vuelvan por él.

Estuvo solo durante 15 años junto al lago. Yo fui su primer visitante en años, estaba deseoso de mostrarme el pueblo, de contarme su historia. Me contó cómo mantenía el pueblo en pie, reconstruye lo que la nieve destruye, limpia la escuela y saca las hojas de los árboles que ensuciaban la única cancha de fútbol. Enfermo de silicosis entendía que no le quedaba mucho, solo la esperanza de que la barcaza volviera. Mi presencia fue una especie de último desahogo.cristobal3

Me fui justo a las 6, Lenin aún me esperaba. Me despedí de Cristóbal a lo lejos. “Gracias por venir a verme…”, me decía, mientras le hablaba a su mascota, única compañera. Desde el regreso en bote hasta que llegue a mi hogar, me daba vueltas la soledad en la que vivía Cristóbal, si algún antiguo vecino lo reconocería o cuántos turistas que disfrutan de las Capillas sabrían que un poco más allá vivía una persona sola.

Volví un año después, no soportaba la idea de no poder registrar su vida, transformarlo en inmortal a través de una película. Llegué al mismo puerto derruido, pero esta vez no había humo en la chimenea, está vez no abrieron la puerta. Dormía junto a la cocina de leña, había partido al otro mundo quién sabe cuándo, con los ojos cerrados y abrazado a su chaleco, acompañado de su perrita Paloma, sin que nadie llorará su muerte, sin lágrimas ni palabras de condolencia. Murió solo, aislado, sin una persona para conversar. Por fin se volvió a encontrar con las almas de sus compañeros que deambulan por la ciudad, con su mujer.

Cuando volví al norte y mientras volaba sobre las nubes, me vino a la cabeza el cuento de Salvador Elizondo «La historia según Pao Cheng».  En ella un filósofo llamado Pao Cheng se internó por las calles de una ciudad, a través de una ventana vio a un viejo sabio lanzar una bocanada de humo azul; era un escritor, sobre la mesa estaban las páginas de un cuento, en él estaba escrito que el viejo sabio era un recuerdo de Pao Cheng. El escritor tomó las páginas de su cuento y leyó las palabras: “Si ese hombre me olvida, moriré…».

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Muchos viajes nos llevan a conocer personas y personajes, muchos dejan una huella en nuestra memoria que tiende a empolvarse y ocultarse tras una postal.  Me encantaría ser como “Funes el memorioso”, personaje inventado por Borges, un hombre que era incapaz de olvidar. Desde ese día intento descifrar el mensaje invisible de los tatuajes de mi cuerpo.

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