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Crítica de cine: «Surire», un viaje no sólo en el espacio, sino también en el tiempo.

Crítica de cine: «Surire», un viaje no sólo en el espacio, sino también en el tiempo.

Mucho se habla de los secretos de la piel, sobre cómo nos cuenta en silencio la historia de una persona. Aquella capa que cubre a cada individuo, absorbiendo la realidad de su entorno y exteriorizando el pesar de la experiencia humana. Bettina Perut e Ivan Osnovikoff saben de ello y lo trabajan a través de la observación en el documental Surire: ¿Qué realidades transpiran los cuerpos de los ya escasos ancianos aimaras que pueblan el salar de Surire? Las cicatrices y el esfuerzo; las arrugas y la sabiduría. Los cineastas traen a la pantalla una obra magnífica, el silente deterioro cultural adornado bajo la belleza del norte chileno.


En el salar de Surire pareciera ser que lo único que se mueve son los camiones mineros que rondan el lugar. Sin embargo, a 4300 metros por sobre el nivel del mar y con condiciones atmosféricas extremas, existe un grupo humano que aún se las ingenia para sobrevivir allí: ancianos aimaras, pueblan las cicatrices del salar; mezclándose con sus paisajes y compartiendo vida con la fauna del sector.

Bettina Perut e Ivan Osnovikoff traen a la pantalla lo que solo puedo definir como una composición purista entre la inmensidad estática y la pequeñez en movimiento. Y es que los cineastas se encargan de demostrar cómo dentro de un inmenso paisaje, respiran vidas únicas y hermosas, respetando la pureza de todo el espectro filmado. Así, a través de grandes planos generales y la utilización de la cámara fija, los cineastas muestran cómo el salar pareciera estar quieto, sin movimiento alguno, hasta que un ser se mueve dentro del encuadre: sea una persona, un animal, un camionero en su máquina, o la interacción entre estos. Es en ese entonces cuando, sin miedo alguno en el montaje, aparecen planos más cerrados – incluso los detalles – para conocer más a fondo la realidad del paisaje.

SURIRE

Solo ayudados por fuentes de luz naturales, el director de fotografía Pablo Valdés, continúa con la propuesta purista de los directores para abarcar de la manera más honesta posible lo que significa Surire. Un trabajo perfeccionista a la hora de componer: Valdés se aprovecha de las distintas tonalidades de los paisajes norteños para darle ritmo a los encuadres. Es una escalera de colores otorgada por el cielo, la montaña y la tierra. Incluso los flamencos, propios de la fauna del lugar, aportan con su característico color rosado, para diversificar la estética de la película. Gran trabajo de paciencia y observación para captar la naturaleza del lugar. Lo mismo con el trabajo sonoro, donde el silencio es el mejor narrador: ausencia de música extradiegética y la atención puesta sobre los ruidos únicos de Surire en conjunto de los escasos diálogos de los personajes.

Pero el documental no es solo una genialidad visual, ya que lo que retrata detrás de sus imágenes es el triste desgaste de una cultura: casi la totalidad de los personajes son ancianos, únicos sobrevivientes de la cultura aimara del lugar, y quizás los últimos. Ellos se entremezclan con la inmensidad del paisaje que los rodea, interactúan con él y pasan a ser parte del salar. El documental invita al espectador a acercarse a estos desconocidos, seres silenciosos del norte chileno. A lo largo de Surire, se podrán dar cuenta del pasado de los personajes a través de la contemplación: desde cómo interactúan entre ellos hasta las heridas se sus pieles. Allí se esconde la verdad del documental, la piel desgastada de los pies caminantes, el cansancio y deconstrucción de una cultura. Temática que va de la mano con la explotación minera que ronda el salar, siendo así, el tránsito de camiones una constante dentro de las imágenes del largometraje.

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¿Qué es entonces Surire? En mi opinión, es más que un viaje por un salar, incluso más que el retrato de sus personajes. Surire es una cicatriz en el norte chileno, es un recordatorio sobre la extinción de una cultura. Así mismo, es un sentimiento encontrado, porque rodeando tal tragedia, hay un paisaje hermoso. Este documental es una ambivalencia perfecta: entre lo estático y el movimiento, la inmensidad y el detalle, la tragedia y lo sublime. Queda invitado entonces a disfrutar de esta experiencia, una contemplación de un mundo que desaparece en el norte, pero puede permanecer en nuestras retinas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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