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Lemmy, la película Crítica de metal

Lemmy, la película

Los metaleros hemos aprendido a ser marginales, en muchos sentidos. Porque pocas veces suena la música que nos gusta, se habla de cosas que no nos interesan, se ve otro cine, se usa otra ropa (nuestras poleras negras asustaron abuelitas en providencia durante años), etc. Siempre fuimos mal mirados y de alguna forma, esa mala mirada, ese temor, esa desconfianza generalizada, nos hacía sentir más fuertes. Lemmy representa la gran mayoría de las “virtudes” que los metaleros hemos defendido o aspirado a encarnar durante muchos años.


Como parte de la fiebre que ha generado la muerte del general del rock and roll Lemmy Kilmister, el Cine Arte Alameda ha repuesto en exhibición el documental Lemmy de Greg Olliver y Wes Orshoski.

Para los fanáticos del metal, que llevamos dentro el alma de rebeldes y marginales del sistema, las expresiones de los medios de comunicación, en torno a la muerte de nuestro poeta, resultan contradictorias.

Por un lado, hay una cierta alegría, un tufillo a revancha, al ver que todos los medios de comunicación han debido rendir pleitesía a uno de los nuestros. Sobre todo, cuando se trata de uno así, que vivió siempre al límite; en la frontera entra la locura y la razón.

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Pero de otro lado, hay una sensación latente de temor. Un miedo de ver que se exponen en todos lados esas virtudes que eran solo nuestras. Ese miedo a que nuestros secretos, se vuelvan “comerciales”.

Los metaleros hemos aprendido a ser marginales, en muchos sentidos. Porque pocas veces suena la música que nos gusta, se habla de cosas que no nos interesan, se ve otro cine, se usa otra ropa (nuestras poleras negras asustaron abuelitas en providencia durante años), etc. Siempre fuimos mal mirados y de alguna forma, esa mala mirada, ese temor, esa desconfianza generalizada, nos hacía sentir más fuertes. Lemmy representa la gran mayoría de las “virtudes” que los metaleros hemos defendido o aspirado a encarnar durante muchos años.

Por eso, cuando vemos que el diario El Mercurio le dedica una página completa como panegírico o los críticos de cine del Wiken recomiendan ver este documental y la califican con cuatro de cinco estrellas posibles, uno tiende a fruncir el ceño, se aprieta el estómago y uno tiende a no querer leer.

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Pero muchachos, el mundo está cambiando. Los tatuajes ya no son exclusividad de anarquistas, las poleras negras con calaveras son un artículo de moda que se venden en las grandes tiendas, el pelo largo o la barba descuidada se ven en las pasarelas y las botas vaqueras o las cadenas se han vuelto chic. De hecho, muchos de los que partimos con los primeros discos de Motörhead u otras bandas que dieron inicio al metal, estamos en los cuarentas, tenemos trabajos formales y cuidamos a nuestros propios hijos. Las historia de sexo, droga y rock and roll, hoy tienen en muchos casos, olor a pañales, relaciones estables y trabajo. Pero sigue presente el rock and roll.

El documental es sensacional. Tiene sus años ya en todo caso. Se puede ver desde dos puntos de vista.

Por un lado el interminable desfile de estrellas que se confiesa admiradora de Lemmy (Metallica, Anthrax, Rob Zombie, Dave Navarro, Blondie, Dave Grohl, etc). Las locuras de Kilmister, sus excesos de drogas, las cientos de anécdotas de carretes hasta con Jimi Hendrix, su colección de artículos nazis, hasta se le puede ver vestido de soldado disparando un tanque. Esa parte es muy entretenida.

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Pero por otro lado, da cuenta de un viaje. De un hombre que se enfrentó a la vida desde sus convicciones y que actuó solo. De un músico con una capacidad creativa ilimitada y que pese a ser un viajero solitario, siempre tuvo algo que dar. Un gozador que agradeció a las amistades que los acompañaron por momentos, pero que no hizo ataduras. Es cierto, tuvo miles de mujeres, pero como él mismo lo reconoce, solo dos amores. Tocó con todos los músicos que es posible imaginar, pero controlaba todos los aspectos de su música. Despreció el establishment y a la industria musical y se entregó a su propia experiencia.

También es posible tomar algunas de sus ideas más profundas, como su recelo de las religiones y su negación de Dios.

Su relación con sus hijos muestra un aspecto que puede parecer brutal o irresponsable, pero da cuenta al final de la experiencia, que finalmente, los afectos eran parte central de su vida.

Pero esas son solo conclusiones de un admirador. La película es muy entretenida. Si no la han visto, ¡no se la pueden perder!

¡Qué viva el rock!

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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