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“Campo minado”, historias de guerra en un admirable formato documental Comentario teatral a los puntos altos de Santiago a Mil

“Campo minado”, historias de guerra en un admirable formato documental

La tensión entre memoria e historia adquiere en esta obra de Lola Arias un vuelo trágico sin caer en maniqueísmos ni discursos. Pese a los materiales elegidos (vestuario, revistas, fotos, el uso del rock como dispositivo casi terapéutico) el relato es eminentemente oral pero su efecto es muy potente en la personificación de los actores y el tiempo transcurrido: en esos cuerpos hoy aparentemente “sanos” hay un relato intenso que la directora va construyendo con gran pericia hasta alcanza un clímax notable, que deja con el corazón apretado con el tema rock que todos interpretan en un final de gran fuerza dramática.


En 2012, la directora y artista argentina Lola Arias estrenó en el Festival Santiago a Mil el montaje “El año en que nací”, una especie de continuación de su obra “Mi vida después”, donde puso en escena a un grupo de jóvenes que relataron sus vidas y las de sus padres en la Dictadura militar. Si bien el concepto que se acuñó para definir a la obra fue el de Teatro documental, hasta ese momento no era una idea asimilada con propiedad en el quehacer teatral local, pese a que había algunas compañías que ya estaban trabajando en esa dirección como La Laura Palmer, la más destacada agrupación de este tipo de teatro y que justamente tuvo a dos de sus integrantes en dicho montaje: Nicole Senerman e Ítalo Gallardo.

“El año en que nací” causó un gran impacto y se convirtió con los años en un éxito de público, realizando giras internacionales. La semilla que dejó en la escena local ha sido evidente, con tres montajes de teatro documental estrenados el 2016 que fueron de los mejores de la temporada: “Los que vinieron antes” e “Hija de tigre” (ambas de la citada compañía La Laura Palmer), y “Ñuke” (de Paula González Seguel). En ese contexto Lola Arias vino a Santiago a Mil a presentar su nuevo montaje: “Campo minado” en el Centro Cultural GAM.

Estrenada en Inglaterra (la crítica dijo que se trataba de “Un ejercicio extraordinario de excavación de la memoria y de puesta en escena de la historia”) y Argentina durante el 2016, la idea de partida es de una potencia tremenda: juntar a seis veteranos de guerra argentinos e ingleses que lucharon en la Guerra de las Malvinas, y reconstruir sus recuerdos y experiencias en un dispositivo teatral. Producto de un exhaustivo casting en cada país, Arias opta por un tono amable y hasta lúdico para entrelazar las historias de sus protagonistas: desde el proceso de casting que es recreado por ellos, hasta la manera en que presentan sus propias profesiones y actividades son mostrados inicialmente de manera casi descriptiva, echando mano a diversas materialidades como el testimonio, la recreación, el video de apoyo, fotografías o proyecciones, en que los seis protagonistas nos introducen en un nivel que podríamos llamar “informativo”, sin carga dramática particular.

A scene from Minefield by Lola Arias @ Royal Court, Jerwood Theatre, Downstairs. Developed by The Royal Court and LIFT. (Opening-03-06-16) ©Tristram Kenton 06/16 (3 Raveley Street, LONDON NW5 2HX TEL 0207 267 5550  Mob 07973 617 355)email: tristram@tristramkenton.com

A scene from Minefield by Lola Arias @ Royal Court, Jerwood Theatre

Así, conocemos las historias de Marcelo Vallejo, un conscripto sin mayor futuro que encuentra en el ejército una forma de escapar de la pobreza; Gabriel Sagastume fue fiscal luego de participar en el conflicto y hoy está jubilado; Rubén Otero canta y toca guitarra en una banda tributo a The Beatles; Lou Armour es un miembro retirado de la Royal Marine; Sukrim Rai es un nepalés ex gurkha que trabaja como guardia de seguridad y vive en Gran Bretaña, y David Jackson es un sicólogo que trabaja con niños de condición vulnerable.

De manera sutil, Arias va tejiendo un espesor dramático cuando las historias que conectan con la guerra de 1982 adquieren eco en las actuales vidas de los ex combatientes, cuando la dramaturgia logra entrar en esos espíritus fracturados e ingresamos como testigos de un horror que se van revelando muy lentamente.

Hay dos historias que ilustran esta idea. Una es la de Vallejo, quien reconoce que luego de la guerra cayó en un largo período de adicciones a las drogas y alcoholismo, resentido con el gobierno por el horror vivido. Hay en su historia una tremenda experiencia que el novel actor transmite admirablemente desde una posición de contención que muestras las fisuras de una vida maltratada. Algo similar ocurre con Armour, el militar profesional quien se reconoce en la portada de una revista argentina y que narra como un soldado argentino muere en sus brazos. La interrogación sobre la brutalidad del conflicto y las decisiones tomadas por ambos gobernantes (Thatcher y Galtieri, quienes son parodiados con discursos y máscaras) van resquebrajando el tono inicial y nos adentramos como espectadores en una narración sombría y áspera.

Un momento especialmente logrado es cuando Sagastume reconstruye con video y soldaditos de juguetes un episodio definitivo que marcó la guerra: cuando un grupo de compañeros suyos ingresó a una casa a buscar alimentos y a su regreso pisó una mina y murieron todos, siendo él -quien se quedó vigilando afuera- el único sobreviviente. El responsable de poner la mina fue el propio ejército argentino, quien no dio el aviso. Es quizás el momento más específicamente teatral y se advierte un minucioso trabajo de memoria emotiva de la directora y el dispositivo elegido (juguetes) para contar el episodio y potenciar el relato.

La tensión entre memoria e historia adquiere un vuelo trágico sin caer en maniqueísmos ni discursos. Pese a los materiales elegidos (vestuario, revistas, fotos, el uso del rock como dispositivo casi terapéutico) el relato es eminentemente oral pero su efecto es muy potente en la personificación de los actores y el tiempo transcurrido: en esos cuerpos hoy aparentemente “sanos” hay un relato intenso que la directora va construyendo con gran pericia hasta alcanza un clímax notable, que deja con el corazón apretado con el tema rock que todos interpretan en un final de gran fuerza dramática.

“Campo minado” dio cuenta de una directora en total posesión de sus medios para unir diversos lenguajes y plataformas, evitando el dramatismo vacío y jugando con los distintos tonos para contar un horror que siempre es matizado pero no por eso menos impactante. Una obra que abre nuevos caminos expresivos en el teatro documental en torno a la historia y la memoria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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