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De Tolkien a Neruda: Una historia de una idea y una vuelta Opinión

De Tolkien a Neruda: Una historia de una idea y una vuelta

Cristóbal Aguilera Medina
Por : Cristóbal Aguilera Medina Abogado, Universidad de Los Andes
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Como todo buen escritor, tanto Tolkien como Neruda fueron observadores de la realidad. Y la realidad que uno y otro se detuvieron a admirar, fue la naturaleza. Es aquí donde ambas personalidades, que se veían tan apartadas en un comienzo, se unen para desplegar esta fascinación en sus escritos.


¿Qué tienen en común dos autores aparentemente tan distantes como Pablo Neruda y J. R. R. Tolkien?

A primera vista, nada. Sus vidas, desde todos los ángulos posibles, no parecen asemejarse. Cultivaron géneros literarios distintos, sus ideas políticas eran, en varios sentidos, contradictorias, sus experiencias de vida, de religión, de familia, también tienen poco en común.

Pero como todo buen escritor, tanto Tolkien como Neruda fueron observadores de la realidad. Y la realidad que uno y otro se detuvieron a admirar, fue la naturaleza. Es aquí donde ambas personalidades, que se veían tan apartadas en un comienzo, se unen para desplegar esta fascinación en sus escritos. Con todo, nuevamente la forma de materializar esta común vocación, por decirlo de algún modo, presenta algunos distingos.

Neruda se dedicó, a través de su poesía, a “entrar” en la madera. En la tierra, en el enmarañado bosque chileno, en un moscardón que recorrió su jardín de niño, obtuvo el poeta su inspiración. Desde ahí, salió –como él mismo lo escribió– a “cantar por el mundo”. Su aproximación a la naturaleza fue –si cabe la contradicción– a la vez material y espiritual. Para Neruda, el roce del río o la áspera corteza de un pino, decían algo más que el significaba en su poesía. Su espiritualidad no era sobrenatural, no era religiosa. De hecho, solo en sus primeros poemas, y de manera tangencial, Neruda se refiere a Dios. En vez de fijar los ojos en el cielo, puso su atención en el suelo. Se puede decir que renunció al reino eterno, para residir en la tierra. Lo dice Hugo Montes: para Neruda, las catedrales fueron los bosques y su oración la poesía.

Tolkien se aleja, en lo último, de nuestro poeta. El autor del Señor de los anillos era un hombre profundamente religioso. Tenía, por cierto, una pasión similar por la naturaleza, pero su manera de observarla no era equivalente. No distinguía en ella a un dios, sino que ella era una prueba de que existía un Dios. Así, puede decirse que Tolkien veía en la naturaleza lo que Tomás de Aquino advertía en la última de las vías para comprobar la existencia de Dios. Sin embargo, ello no le impedía admirarla. Como se aprecia en sus escritos, Tolkien era un espectador atento, y se detenía –sin importar el número de hojas que le valiera– a describir cada musgo, cada hoja que se desploma del árbol. No cabe duda que Tolkien comprendió la tierra como un regalo, como una fiesta que escondía una magia. Pero, a la vez, y de la mano de lo que en alguna oportunidad escribió Chesterton, también comprendió que detrás de esa magia había un mago, una personalidad.

El máximo común denominador, entonces, entre Neruda y Tolkien, es su asombro por el mundo, su tierra, sus bosques, ríos, su vida en general.

Sin embargo, si me presionaran a encontrar otro punto en común entre ambos autores (confieso que, en realidad, aquí era donde quería llegar), diría que hay un poema. En el libro primero del Señor de los anillos, Bilbo Bolsón entona una canción poco antes que su sobrino más querido (Frodo) abandonara Rivendel para emprender la aventura que terminó por definir el destino de la Tierra Media.

Es difícil explicar lo que voy a decir, pero advierto en las palabras de Bilbo una especie de recorrido o resumen de la poesía de Pablo Neruda. En esta canción escucho gran parte de lo típico de los escritos de nuestro poeta, además de descubrir en ella una intensidad similar. Hay incluso aliteraciones que son casi idénticas. En fin, percibo un tono nerudiano permanente.

Lo describiría de esa manera: Por un lado, hay una nostalgia que se asemeja mucho a los primeros poemas de Neruda, en su libro Crepusculario: “Me siento junto al fuego y pienso / cómo el mundo será, / cuando llegue el invierno sin una primavera / que yo pueda mirar”. Hay también rasgos de poesía telúrica, que es el centro de la poesía de Neruda, y que llega, en mi opinión, a su máxima expresión en Residencia en la Tierra: “en flores silvestres y mariposas “; “En hojas amarillas y telarañas”. Finalmente, puede advertirse una similitud con el probablemente mejor poema de Neruda, Alturas de Machu Picchu, por su referencia al tiempo pasado, presente y futuro: “en las gentes de ayer, / y en las gentes que / verán un mundo / que no conoceré”.

Todo un Neruda Tolkien, o al revés.

Aquí la canción completa:

“Me siento junto al fuego y pienso / en todo lo que he visto, / en flores silvestres y mariposas / de veranos que han sido. / En hojas amarillas y telarañas, / en otoños que fueron, / la niebla en la / mañana, el sol de plata, / y el viento en mis cabellos. / Me siento junto al fuego y pienso / cómo el mundo será, / cuando llegue el invierno sin una primavera / que yo pueda mirar. / Pues hay todavía tantas cosas / que yo jamás he visto: / en todos los bosques y primaveras / hay un verde distinto. / Me siento junto al fuego y pienso / en las gentes de ayer, / y en las gentes que / verán un mundo / que no conoceré. / Y mientras estoy aquí sentado / pensando en otras épocas / espero oír unos pasos que vuelven / y voces en la puerta.” (El Señor de los anillos. La comunidad del anillo, p. 389).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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