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El guardián de la casa embrujada: ex soldado que sirvió en casona de la Dina volvió a trabajar ahí 40 años después En el inmueble tuvo oficina el Mamo Contreras y Sergio Arellano Stark

El guardián de la casa embrujada: ex soldado que sirvió en casona de la Dina volvió a trabajar ahí 40 años después

Walter Saldías, suboficial retirado, trabajó como cocinero del ejército en la histórica casona de República 550 en 1973, época en que la DINA la ocupó como centro de tortura. Cuarenta años después volvió a trabajar allí, esta vez como guardia de seguridad. Hoy es el único cuidador que queda. “En esta casa penan mucho. Se sienten ruidos en las noches, sombras (…) Es lógico que si murió gente aquí dentro, las ánimas queden dando vueltas”, afirma.


Una tarde cualquiera de otoño, don Walter se dirigía a su trabajo en calle Exposición. Su labor era estar de guardia de 20:00 a 3:00, como había hecho los últimos años en el edificio de Correos de Chile. Ya casi era de noche cuando, al llegar, su supervisor le dijo “Vas a tener que irte a República”. A último minuto la empresa se había quedado sin guardia para la antigua casona.

Doña Ramona sólo había durado una noche en su nuevo puesto. La mujer había tenido una experiencia que la dejó tiritando. Según contó, se había quedado dormida mientras cumplía su labor, en una caseta instalada para los guardias en el primer piso. Cuando volvió a abrir los ojos, estaba en el tercer piso. «Despertó a las cinco de la mañana, con ataque de histeria, llorando… Nosotros le creímos porque era una persona seria y muy buena funcionaria», recuerda don Walter.

La misma noche que le informaron, lo fueron a dejar en camioneta a su nuevo lugar de trabajo, ubicado en República 550. A nadie le mencionó que ya había estado antes en esa casa.

El militar

Walter Saldías (60), nació en Temuco, pero debido al trabajo de su padre, ferroviario, vivió su infancia y juventud en distintas ciudades del país. Su familia se radicó en Santiago, una vez que su padre fue reubicado en la maestranza de San Bernardo. En dicha ciudad, y cumplidos los dieciséis años, ingresó la escuela de suboficiales. “Siempre me gustó la instrucción militar. Era dura, pero bonita. Allí recibí una buena educación”, recuerda hoy.

Era 1973, y la escuela se ubicaba donde hoy funciona el Museo Histórico Militar. Walter Recuerda dicha época como de mucha unión y camaradería, y destaca el papel de uno de sus instructores, el general Óscar Bonilla. “Él nos enseñó a distinguir la vida militar de la civil. Era una excelente persona. Nos decía que todos los seres humanos valemos lo mismo, y que para ser respetado, primero hay que respetar al otro”, recuerda Saldías. Por esos mismos tiempos, Bonilla se encontraba colaborando con la planificación del Golpe de Estado.

El 11 de septiembre, los estudiantes de la escuela fueron levantados más temprano de lo habitual, y se les ordenó formarse en el patio. “Se nos avisó que en ese momento había un pronunciamiento militar, y que los generales de arriba se tomaban el poder”. Poco después, el soldado Saldías fue destinado a labores de “rancho”, como llamaban al trabajo de cocina, en la casona de República 550.

Construida en 1923 por el aclamado arquitecto Josué Smith Solar y su hijo, todavía es posible apreciar la firma de ambos en la fachada del inmueble de estilo tudor. La imponente casa, de tres pisos y un subterráneo, fue habitada por la familia Smith hasta la década de los ´40. Época en que pasa a manos del Estado, para ser usada por la Universidad de Chile como pensión para los estudiantes de provincia de la Escuela de Economía y Administración, ubicada en el inmueble de enfrente. Uso que conservó hasta 1973.

La DINA se tomó varios palacios abandonados del barrio República, y el hogar de los Smith lo convirtieron en centro de detención y tortura. “Nos sentimos incómodos. Éramos sólo estudiantes y no sabíamos a qué veníamos. Nos empezamos a dar cuenta cuando hacíamos guardia en la parte de atrás. Entraban y salían camiones, siempre de noche, y con gente”.

En la casona vivió con los otros veinte miembros de su unidad, en unas instalaciones adaptadas en el patio trasero. Su rutina se limitaba a pelar papas y cebollas, y, durante los fines de semana, iba a visitar a sus padres en su casa de Quinta Normal. Cuenta que le tocó saludar en varias oportunidades al general Manuel Contreras, director de la temida DINA, quien tenía oficina en el inmueble, en el que fuera el living principal de la casa. De dicho personaje, no guarda los mejores recuerdos. “Si salía a tomarse un café, uno se tenía que parar como a diez metros de él…”, asegura el ex uniformado. En la misma instalación, donde todavía hoy se pueda apreciar la chimenea de la casa, también tenía oficina el general Sergio Arellano Stark, director de la Caravana de la Muerte.

Su unidad tenía muy poca libertad de movimiento. Sólo estaban en la cocina, pero sabían que en el subterráneo funcionaba un calabozo, y en el centro de dicha planta, un sótano, totalmente amurallado, al cual nunca llegaba la luz del sol. Lo que pasaba allí dentro era un misterio. Los militares lo acondicionaron para que no saliera ningún ruido de él.

De dicha planta entraban y salían constantemente agentes de la DINA. Eran los únicos vestidos de civil, con terno negro y lentes oscuros. Cierto fin de semana, aprovechando que no había centinelas vigilando, el soldado Saldías y el soldado Pedro Valdés, en ese entonces su yunta, bajaron al calabozo a llevarle comida a los prisioneros. “Estaban engrillados, semidesnudos, sólo con calzoncillos, eran por lo menos 50 personas. Hombres y mujeres”. Dicha imagen se le quedó grabada en la retina para siempre. Por haber desobedecido las órdenes de no bajar, Saldías y Valdés fueron castigados.

En República, el soldado Saldías se desempeñó entre octubre de 1973 y marzo de 1975. Por las mismas fechas, el general Bonilla, quien había manifestado su oposición al general Contreras, murió en un accidente aéreo en extrañas circunstancias.

Después de eso, fue destinado a la Escuela Montaña en plena cordillera. A pesar de que la crisis del Beagle los tenía en constante estado de alerta ante la inminencia de una guerra, don Walter afirma que fue la destinación que más le gustó, donde aprendió a esquiar y escalar, además de manejar fusiles SIG y granadas, entre otras cosas. Allí estuvo hasta 1978, después lo destinaron a distintas partes del país. Lo más duro que le tocó, asegura, fue una temporada de diez meses en la Antártica.

La casa de los espíritus

Poco antes de que llegara la democracia, en 1990, vino una reestructuración dentro del ejército. “Me despidieron por un tema administrativo”, asegura don Walter. Salió del ejército con el grado de suboficial, sin llegar al rango de mayor, y sin la posibilidad de jubilar con Dipreca. Misma situación vivieron uniformados de otras unidades, a los que apodaron los “exonerados”. “Salimos como desorientados ¿en qué íbamos a trabajar afuera, en la vida civil? y unos suboficiales nos llamaron y nos dijeron que tenían una empresa de auxiliares de guardias. Nosotros dijimos ¿qué es eso? bueno, esto se trata de cuidar instalaciones, nos explicaron ¿y qué es una instalación…?”.

Luego de un curso de seis meses, Walter Saldías ya estaba trabajando como guardia de seguridad. Como civil, pudo dedicarle más tiempo a su esposa (quien conoció dentro del ejército) y sus dos hijos. Pasó por distintas empresas de seguridad y por varias instalaciones. En 2012 se encontraba en Correos de Chile, cuando le llegó la orden de trasladarse a República. Hacía muy poco que Fuerzas Especiales habían desalojado a los grupos Okupa que se habían tomado la casona. “Cuando llegué acá me llevé una pena muy grande por el estado en que la encontré”, cuenta don Walter. Aún hoy es posible apreciar los distintos grafitis y murales que dejaron los okupas, quienes además se llevaron cables de electricidad y cañerías.

Durante dos años trabajó de 20:00 a 3:00, casi siempre sólo. Los compañeros que le ponían no duraban mucho, ningún guardia de seguridad quería trabajar allí. “La verdad es que en esta casa penan mucho. Se sienten ruido en las noches, que corren por la escalera, por los pasillos, golpean las puertas, las ventanas, cortan la luz, se apaga el televisor…», asegura el ex militar.

El compañero que peor lo pasó fue don Nelson López. Patrullaba la casa de manera obsesiva todas las noches, asegurando puertas y ventanas (a pesar de que nunca han entrado a robar en el tiempo que lleva don Walter allí). Hasta que, una noche, mientras rondaba por el tercer piso, recibió inexplicablemente un golpe en el rostro, que la dejó todo el lado izquierdo hinchado. Tras esto, volvió aterrado a la caseta con su compañero. «No, esta cuestión no es pa´ mí», le dijo López. Al poco tiempo, renunció a ese trabajo.

Don Walter asegura que nunca le ha pasado nada terrible. La “talla más grande”, fue cierta vez en que estaba durmiendo con otro compañero en la caseta de guardias en el segundo piso (se instalaron ahí porque era el lugar menos frío de la casa). A eso de las tres de la mañana, inexplicablemente se prendió el televisor. Don Walter se paró a revisar quién lo encendió, pero el aparato estaba desenchufado. “Quedé más loco que cabra de cerro… salimos y amanecimos sentados afuera, fumando y conversando, con más miedo…», recuerda.

En esa época, la casona se hizo popular por los hechos paranormales narrados por los distintos guardias. Lo que llamó la atención de distintos medios de comunicación, y de rostros como Salfate y Freddy Alexis, e incluso de la empresa de cazafantasmas “Miedo Maestro”. Después, en 2014, la Corporación del Patrimonio Religioso y Cultural de Chile se hizo cargo de la casona con la intención de convertirla en un centro cultural. Si bien se ha limpiado su interior, el proyecto sigue estancado. Desde entonces que está prohibido el paso a nuevos visitantes, y que don Walter es el único responsable de vigilar el inmueble. Hoy prácticamente vive allí.

Es usual ver a don Walter, de un metro sesenta y tantos, con jockey, lentes, y suéter, sentado en el patio de República 550. De repente conversa con gente que se acerca a tomar fotos, y con varios vecinos del sector con los que se ha hecho amigo. En este tiempo, ha podido descubrir nuevos secretos  de la casona (varios de los cuales prefiere no revelar), como la existencia de un subterráneo secreto. “Leímos un libro que nos prestaron acá, sobre la historia de la casa. Allí sale que Smith construyó un segundo subterráneo, y un túnel secreto que conecta con el edificio de enfrente. Y han pasado varios ancianos por aquí, que me han comentado, ‘nosotros vivimos aquí, cuando estudiamos en la escuela de economía’, y me lo han confirmado». Aunque desconozca la razón de su existencia, el cuidador nunca ha sentido la tentación de bajar a comprobarlo. De todos modos el sótano, donde se cometían las torturas, se encuentra enrejado, y ya no es posible bajar.

El único día libre del solitario cuidador es el martes. No obstante, incluso en ese día suele venir a darse una vuelta, sólo por si acaso. “No sé por qué, pero la casa me atrae. Me gusta vivir y trabajar acá. El trabajo es tranquilo y relajado, quizás es verdad que estoy un poco rayado”, asegura entre risas.

Cada noche suele pasearse por la casa por lo menos dos veces. Después, vuelve a su caseta de guardia, donde tiene su televisor, el monitor con las cámaras de seguridad, su biblia, y el libro mormón (dice no adherir a ninguna religión, pero que le gusta estudiar esos temas). El único día del año en el que trata de no venir a trabajar es la noche del 10 al 11 de septiembre. “Afuera se ponen romerías y la gente prende velas. Como que se pone más tensa la casa. Se escuchan más ruidos y pasos. Sobre todo en el sótano. Otros colegas han dicho que se ven sombras allí”.

Consultado por el tema de las torturas, el ex militar reconoce que murió mucha gente inocente en la casa. Pero que tiene la consciencia tranquila. “Es lógico que si murió gente aquí dentro, las ánimas quedan dando vueltas. Pero en esa época yo no hice nada contra ellos. Pienso que me tienen afecto, y que a la vez me cuidan. Por el cariño que le tengo a la casa. Cuando me voy a mi día libre les digo ‘chao chiquillos, cuídenme la casa’”.

En varias oportunidades se ha reunido con ex compañeros que trabajaron con él en el ´73. Varios de ellos, lamenta, quedaron “rayados”. “Se toman muy a pecho el tema y se encierran en sus creencias, sobre todo en la parte mala. Entran a la vida civil y creen que aún están en la vida militar. Se andan cuadrando, andan saludando, en forma militar, de lo único que conversan es de cuando estuvieron en la instrucción militar. Si usted les habla contra los militares, se enfurecen”.

Sin embargo, a diferencia de don Walter, ninguno de sus ex colegas quiere saber nada de la casona. “Saben que estoy acá y me dicen ‘puta, ¿pero cómo estai ahí?’. Yo les digo, ‘bueno, las vueltas de la vida’”. La pregunta que suele seguir es si no tiene miedo de trabajar allí. El suboficial retirado asegura que no, que para él es una casa normal. Ante lo cual le han contestado «vos estai más loco que yo».

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