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Inti Castro, el embajador del street art en el mundo: «El arte no cambia a la sociedad pero la educa» CULTURA

Inti Castro, el embajador del street art en el mundo: «El arte no cambia a la sociedad pero la educa»

Es uno de los muralistas más reconocidos de la actualidad. «Uno nunca imaginó que podía vivir de esto, ni mucho menos tener la posibilidad de viajar y pintar en lugares, entre comillas, importantes. Yo lo veía como una contracultura, algo totalmente fuera del sistema, que difícilmente iba a ser apreciado por las personas. Pero uno creyó y siempre quiso hacerlo mejor. Yo, por lo menos, viví ese proceso de aceptación», cuenta en esta entrevista.


Convertido en una estrella y con la humildad de un grande, Inti Castro (1982) ha vuelto a Chile. Residente actualmente en Barcelona, el artista urbano fue uno de los cinco invitados al Festival Barrio Arte para plasmar su mural en reemplazo del que ya había pintado a la salida del Metro Bellas Artes, en Santiago.

Cuenta ya con veinte años de trabajo, un libro (Inti, Editorial Ocho Libros, 2014) y con la experiencia de pintar en lugares tan dispares como El Líbano, Noruega, Bolivia, Polonia, Puerto Rico, Francia y Canadá. Ahora se prepara para pintar por tercera vez en Colombia (tras Bogotá y Cali, esta vez será en Barranquilla), Berlín y Ragusa (Sicilia), mientras admite estar sorprendido de cómo el arte urbano se ha sido incorporando a la cultura.

Parte del nuevo mural de INTI en Metro Bellas Artes

«Nunca imaginé que podía vivir de esto, ni mucho menos tener la posibilidad de viajar y pintar en lugares, entre comillas, importantes. Yo lo veía como una contracultura, algo totalmente fuera del sistema, que difícilmente iba a ser apreciado por las personas. Pero creí y siempre quise hacerlo mejor. Yo, por lo menos, viví ese proceso de aceptación», cuenta.

Castro atribuye esa aceptación a la maduración de los artistas. «No estamos intentando crear o ser parte del arte contemporáneo. El arte contemporáneo lo considero algo muerto. Para mí el arte urbano es el arte contemporáneo. Son otros códigos, otras formas, no puede ser integrado dentro de lo que consideramos arte contemporáneo», plantea.

[cita tipo=»destaque»]»A mí me toca ir a diferentes países. Yo tengo una forma de interpretar los símbolos, que uno cree que podría ser la misma para todos, pero uno tiene que ir ecualizando la imagen en función del lugar donde estás. Para eso a veces tengo que quitar algunos íconos o darles menos importancia y sumarles importancia a otros. Uno empieza a cambiar la receta en función del paladar de las personas, no para darles en el gusto, sino para poder llegar a ese límite donde uno tiende a proponer algo, mover un poco a la gente, pero sin generar un rechazo, cautivando a través de la belleza».[/cita]

También cree que, gracias al trabajo callejero, «ha cambiado la receptividad de la gente en la calle, fue madurando. El arte fue creando una mejor conexión con las personas. Y esa aceptación de las personas abre nuevos espacios, se generan proyectos y de cierta forma termina obligando a las instituciones artísticas a involucrarse con nosotros».

«La gente está pidiendo esto», recalca.

Y profundiza: «Hoy en día la cosa se está abriendo. Yo lo entiendo como una cosa que nace, como la semilla de un árbol con muchas ramas. Yo estoy en una; otras personas, en otra. Yo estoy en la del muralismo, pero el grafiti también ha evolucionado hacia otros lados. No podemos decir que el arte urbano ha sido totalmente aceptado. Siempre habrá una rama vandal, que muchos no lo van a considerar arte, aunque yo sí. Otros son más comerciales y van a trabajar sin problemas con una marca y el arte urbano va a ser publicidad».

¿Un tag es arte?

«Partamos con que el grafiti no pretende ser arte. Si uno lo considera o no… yo le doy valor. Yo mismo empecé con tags, con letras, con personajes. Luego fue cambiando, se fueron incorporando materiales, cambiaron las técnicas, los soportes, la maquinaria», manifiesta.

La nueva obra

En el caso de su nuevo mural, que por ahora no tiene nombre y que está hecho con acrílico, con una dimensión de 15 por 18 metros, tiene un peso importante la circunstancia de la colaboración con Alejandro «Mono» González (1941), quien también fue invitado a pintar, pero que por motivos de salud fue reemplazado por su hijo Sebastián.

«La obra nace de la idea de compartir el espacio con el ‘Mono’ González. El eliminar un mural, al que la gente le tenía mucho cariño, intenta dar un mensaje sobre lo efímero del arte urbano. Me pidieron muchas veces que restaurara el mural, porque estuvo vandalizado, pero les decía que no, que eso es parte de la obra», cuenta.

Murales de INTI y «Mono» González

Como parte de un trabajo compartido, el arte del «Mono» está presente  en el mural de Inti y viceversa, con la idea de «que hubiera cierto diálogo entre los dos». Un «Mono» que, pese a su ausencia, «está vibrando a full con este proceso».

Inti se resiste a «explicar» sus murales. «Yo tengo una historia, pero trato que la gente cree la suya. Me ha pasado que le explico el mural a una persona que pasaba todos los días , y después de eso no lo mira más», revela.

En este caso, Inti tiene un boceto y una idea general, pero siempre está abierto a lo que va ocurriendo, como en este caso el tema de salud del «Mono» González. «Todo eso me hizo replantearme lo que ocurría aquí», dice.

«A mí me toca ir a diferentes países. Yo tengo una forma de interpretar los símbolos, que uno cree que podría ser la misma para todos, pero uno tiene que ir ecualizando la imagen en función del lugar donde estás. Para eso a veces tengo que quitar algunos íconos o darles menos importancia y sumarles importancia a otros. Uno empieza a cambiar la receta en función del paladar de las personas, no para darles en el gusto, sino para poder llegar a ese límite donde uno tiende a proponer algo, mover un poco a la gente, pero sin generar un rechazo, cautivando a través de la belleza», sostiene.

«El cautivar es un resquicio técnico. Son fórmulas gráficas mediante la utilización de colores. Es como, digamos, la matemática. Después de pintar harto, uno empieza a conocerlas y las usa para lograr una primera mirada. Son hasta publicitarias. Uno las usa para que la gente diga ‘me gusta’, ese primer impacto de tres segundo donde no alcanzas a cuestionar nada, pero tu interior te dice si te gusta o no. Es el inconsciente. Ahí uno juega, y luego entrega algo. Si logras cautivar, tienes la posibilidad de hablar. Si no te cautivo a la primera impresión, tu reacción es protegerte, no escuchar, no querer entender, no abrirte al diálogo», plantea.

En este caso, la influencia del «Mono» está en el trasfondo, «el trazo negro, los colores planos. Es su diseño». En la parte inferior, en tanto, hay dos figuras renacentistas con los símbolos de la religión y el dinero. También un corazón. «Una composición piramidal clásica renacentista», concede.

Además, su técnica efectivamente remite al muralismo. «Yo trato de desligarme del formato que estamos viendo hoy día acá, donde uno tiene cuatro días para pintar porque eso dura un festival, existe una máquina y un proceso rápido, donde todos trabajan al mismo ritmo. Los últimos años se empezó a formar una especie de maquinaria en el arte urbano. Al principio eso era lo que yo quería, pero una vez que se estandarizó, uno trata de desvincularse para crear algo nuevo. En ese sentido me estoy acercando más a los clásicos. Me gustaría poder trabajar dos o tres semanas un mural para tener un resultado diferente. Y eso significa otro tipo de materiales, otro tipo de textura, dejar las cosas rápidas como el spray y buscar la sutileza del acrílico y la brocha», se explaya.

Vínculo intergeneracional

Con esta colaboración, además, se está intentando crear un vínculo entre dos generaciones: la de los 60, del «Mono», cuya estética remite a la Brigada Ramona Parra y al arte político, con la de los 90, donde Inti es uno de los principales referentes.

«Él es de la época anterior al apagón cultural y yo soy de la que aparece luego de la dictadura. La idea es juntar ambas», explica.

Inti destaca que su generación empezó con el tema del grafiti, de influencia estadounidense, sobre todo por desconocer que habían existido manifestaciones como el muralismo político. «Yo luego me di cuenta. Pintando en la calle me di cuenta que había gente que pintaba de antes, de otros tiempos, con otras estéticas y otras finalidades. Ahí hubo un primer acercamiento», detalla.

Hoy, en su obra, Inti destaca por símbolos como elementos naturales, por ejemplo la vegetación y productos de la tierra, y «siempre está la muerte muy presente, observando todo, o los recuerdos de los muertos», todo relacionado a su biografía personal.

«A veces intento incluir otro tipo de elementos, voy sumando cosas a medida que voy yendo a diferentes lugares. Voy a México, trabajo con amigos de allá, me siento un poco mexicano, aprendo y eso se termina sumando. Y eso pasa con todos los países», enfatiza..

«Es como si fuese un patchwork y uno fuera recogiendo pedacitos de tela y los va zurciendo al traje que uno lleva», compara.

Influencias

Él comenzó a los 13, 14 años, por allá por 1996, en La Serena, en su barrio y en la calle, en espacios «que a la gente igual le gustaban. Cuando conversas y trabajas con respeto, te vas ganando espacios», afirma.

«Había un impulso creador. Después me preguntaba si debía seguir o no. Al final me arriesgué  y dije: con esto puedo pintar los carteles de la panadería de la esquina y me regalarán pan. De hambre no me voy a morir», dice.

Finalmente, realizó estudios en la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar.

«Tuve la suerte de estar en una escuela de oficio, de mucha práctica. Me acercó al mundo de arte más clásico y al buen oficio. Un training de trabajo de un pintor profesional. Eso de que uno pinta cuando quiere y, cuando no quiere, también pinta. Una disciplina de trabajo», remarca.

Allí recogió influencias del arte moderno, contemporáneo, religioso, barroco latinoamericano… «Uno empieza a robar un poquito de todas. Pero me influencian más otras cosas, no artistas directamente. Una vez regalé toda mi biblioteca, mandé todo a la cresta. Trato de no mirar mucho. Trato de influenciarme con otras cosas: música, las mal llamadas artesanías, los viajes, las comidas». Por ejemplo, ahora está pegado con el DJ francés Quantic, que recorre distintos países de África y América y rescata su música tradicional.

Para concluir, Inti reconoce que hay cambios en Chile, en comparación a cuando él empezó, «en relación con la aceptación del arte urbano, a los nuevos espacios que hay, a que se está incluyendo al artista».

«El arte difícilmente cambie la sociedad en el corto plazo, pero por lo menos educa o te distrae de tu rutina. A largo plazo, claro que tiene un peso, porque es educativo. Es tan potente como la educación», sentencia.

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