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“Cabros de mierda” remeció la memoria de los brasileros CULTURA

“Cabros de mierda” remeció la memoria de los brasileros


El pasado reciente de nuestra historia, la dictadura de Pinochet expuesta en todo su horror en el filme “Cabros de mierda” que compite en el festival de Cine Ceará, se transformó en un espejo inesperado para gran parte del público brasilero asistente. El convulsionado panorama político y social -con elecciones a la vuelta de la esquina y con Lula en la cárcel, a pesar de ser el líder con mayor intención de voto según las encuestas- y con la chance de que llegue el ultraderechista Jair Bolsonaro al Palacio de Planalto, las imágenes del largometraje viajaron en la mente de los espectadores del elegante Cine San Luiz en el centro de Fortaleza, desde el pasado chileno recreado por Gonzalo Justiniano al incierto futuro del gigante continental.

Emoción desbordada que se apreciaba en los rostros de decenas de espectadores, que vivieron los años de la dictadura que comenzó 1964, o en aquellos que sienten que la caída de Lula, el impeachment a Dilma y la presidencia de Temer son parte de una operación política similar a a un golpe de estado con guante blanco. Entre lágrimas, tras finalizar la proyección de “Cabros de mierda”, parte del público le manifestó sus inquietudes al cineasta chileno, representante de la película en el 28º versión del más influyente certamen en el norte de Brasil.

[cita tipo=»destaque»]Los festivales en Brasil, son mucho más que una competencia de películas. Se debe destacar que el desarrollo cultural está entendido en Brasil, no sólo como la oportunidad para el nacimiento y difusión de artistas, sino que ejerce un rol social relevante en la inclusión de minorías. Además, se involucra de forma directa en la generación de audiencias en los sectores más desposeídos.[/cita]

En la perspectiva de un país que cuenta con 300 o más festivales de cine, cifra enorme pero engañosa en la voluble actualidad, pues se podría avizorar un acelerado proceso de extinción o al menos un drástica caída en el número de pantallas festivaleras. Catástrofe en absoluta dependencia del imprevisible futuro político de un país, que en su mayoría sueña con “Lula livre”, sin embargo la posibilidad de que eso suceda son escasas si se atiende a la realpolitik brasilera, y a las evidencias  que surgen de los acontecimientos vistos en retrospectiva.

Los temores no son infundados sobre la amenaza de un colapso cultural, pues el peor de los casos para el séptimo arte brasilero, ya dejó una cicatriz en la memoria colectiva audiovisual de este país. La mega crisis del cine brasilero que se vivió entre 1990-1992, durante el gobierno de Collor de Melo, cuando la gigantesca industria audiovisual brasilera estrenó sólo 3 filmes nacionales en tal período aún se recuerda como si se tratase de una pesadilla. Una hecatombe para Cinema made in Brasil, si se advierte que el consumo interno de la oferta “hecha en casa” llegó al 35 %, durante los 70, mientras en plena crisis se desplomó al, 04% , según los datos publicados por la especialista y critica María Do Rosario Caetano, en su libro “Cinema brasileiro (1990-1992) : da crise dos anos Collor à retomada” .

Con tal bestia negra, (desatada ya con la democracia en plena instalación) y la recientes pérdidas, como la ocurrida con el promisorio Paulinia (en buena parte solventado por Petrobras) y otros que apenas sobreviven por el mencionado “ajuste” presupuestario, los malos augurios no son histerismo de ultimo minuto. Por cierto hay excepciones, como lo sucedido con la reciente versión del festival Cine Pe en Recife cuya curatoría intentó dejar en el olvido desastre del año pasado. En su versión 2017, hubo un boicot organizado por los propios competidores por la presencia del documental  “El jardín de las aflicciones” (acusado de constituir una apología a Olavo de Carvalho, el gurú del capitalismo brasilero) que la postre consiguió una victoria pírrica al llevarse el principal palmarés.

Los festivales en Brasil, son mucho más que una competencia de películas. Se debe destacar que el desarrollo cultural está entendido en Brasil, no sólo como la oportunidad para el nacimiento y difusión de artistas, sino que ejerce un rol social relevante en la inclusión de minorías. Además, se involucra de forma directa en la generación de audiencias en los sectores más desposeídos, como una atractiva alternativa que -de manera indirecta por el sentido de espectáculo y porque que la pantalla los transporta a horizontes menos trágico que lo de su cotidianidad-, los aleja del delito.

Prueba de ello, aquí en Fortaleza, resulta común ver a las personas en situación de calle como asistentes a las proyecciones al aire libre en la plaza colindante al Cine San Luiz. De igual manera, durante la inauguración del festival, el primer trabajo audiovisual que fue exhibido resultó ser una dinámica animación realizada por niños que cursan los talleres de la Escuela Euselio Oliveira, fundador del festival (asesinado en 1991 por un sargento de marina) y que desde hace 26 años su hijo, Wolney Oliveira, perpetúa el legado.

En ese sentido, hoy no resulta fácil sacar adelante a un certamen fílmico fuera del eje conformado por San Paulo y Río de Janeiro, y de seguro tampoco lo es en dichas metrópolis, frente al fantasma del cierre y a un evidente retroceso en la descentralización de recursos para la cultura. Derribar las fronteras en que se mueve el arte y la cultura apareció como bandera de lucha y uno de los mayores éxitos de la Era Lula-Dilma. Incluso se llegó a una redistribución del 30% del presupuesto total de cultura, sólo para el audiovisual periférico a los estados que son los centros de producción y poder (SP, RJ y Río Grande do Sul).

Todas esas conquistas artísticas, sociales y políticas hoy están en suspenso, y por tales motivos la cinefilia brasilera presente en Fortaleza, vio en “Cabros de mierda” un posible reflejo, de tiempos dolorosos que también afectaron a Brasil y que muchos temen que retornen. Además del largometraje de Justiniano, compiten por el trofeo Mucuripe al mejor filme iberoamericano, la apuesta trágica de la española “Petra”, la cómica e intimista “Amalia, la secretaria” que representa a Colombia, y el emotivo recuerdo en “Eduardo Galeano Vagamundo”, un el documental brasilero que revisa la memoria del genio uruguayo fallecido en 2015, y cuya hija Florencia contó reveladoras anécdotas durante la conferencia de prensa.

Leopoldo Muñoz, Fortaleza, Brasil. Crítico de cine y cineasta

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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