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Lucia Berlin: la soledad como fuente de fortaleza CULTURA|OPINIÓN

Lucia Berlin: la soledad como fuente de fortaleza

Sergio Sepúlveda A.
Por : Sergio Sepúlveda A. Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV
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La autora estadounidense, fallecida en 2004, plasmó en los cuentos de “Manual para mujeres de la limpieza” (Alfaguara, 2015) y “Una noche en el paraíso” (Alfaguara, 2018) parte de una vida repleta de viajes, soledad y adicciones, pero, sobre todo, dio voz a esas mujeres que, en el silencio calmo de la rutina, estaban siempre al borde del abismo.


Lucia Berlin nació en Alaska en 1936 y falleció en 2004 en California. Estos dos lugares no son casualidades y muestran las mismas aristas que puede haber entre el frío y el calor. Si bien tuvo varios premios y condecoraciones —ganó el American Book Award con su libro “Homesick: New and Selected Stories” (1991)— no fue hasta el año 2015 que llegó el reconocimiento. La también escritora Lydia Davis, en conjunto con Stephen Emerson, realizaron una antología de sus relatos que fue todo un suceso literario de ventas y crítica. Sus cuentos estaban escritos con el sabor de la calle, de la derrota y la fortaleza, pero ¿Quién era Lucia Berlin? ¿De dónde había salido esta escritora casi desconocida que todos admiraban?

[cita tipo=»destaque»]Escribía cuándo el cansancio o el whisky no la tiraban a la cama. Convirtió su vida en literatura y sus relatos en una extensión de sus propias experiencias. Es posible que durante esas jornadas de rutina vacía no imaginara que sus historias tuvieran el reconocimiento que poseen. Ha sido comparada muchas veces con Raymond Carver, con quien comparte un origen en la clase trabajadora y temáticas similares [/cita]

Es difícil contestar esta pregunta de manera breve. A modo de resumen fue una constante viajera y su vida da para una serie con varias temporadas. Fue hija de un ingeniero en minas y de una ama de casa. Cuando niña vivió en diferentes ciudades industriales de Estados Unidos, como Idaho, Kentucky, Montana y Arizona. A comienzos de los años 40, su padre se alistó en el ejército para ir a la guerra, y Lucia y su madre se quedaron en El Paso, Texas. Después vino algo aún más extraño. Se trasladó junto a su padre a Santiago de Chile, donde estudió en un exclusivo colegio de la capital y donde pudo disfrutar de las ventajas de la clase acomodada (el cuento «Buenos y malos», lo retrata a la perfección).

No obstante, esta comodidad fue breve. A los 35 años ya tenía cuatro hijos y tres matrimonios fallidos. Era alcohólica y estaba en serios problemas económicos. Se aferró, quizás, al instinto de seguir adelante por inercia y para cuidar de sus hijos. Tuvo una cantidad de empleos desbordante que plasmó en sus escritos: hizo aseo en casas acomodadas, fue enfermera y auxiliar de Urgencias, profesora y telefonista, entre muchas otras.

Escribía cuándo el cansancio o el whisky no la tiraban a la cama. Convirtió su vida en literatura y sus relatos en una extensión de sus propias experiencias. Es posible que durante esas jornadas de rutina vacía no imaginara que sus historias tuvieran el reconocimiento que poseen. Ha sido comparada muchas veces con Raymond Carver, con quien comparte un origen en la clase trabajadora y temáticas similares, pero, en el caso de Berlin, en la oscuridad siempre hay espacio para el humor —en este sentido, se asemeja más a otra excelente escritora estadounidense, Lorrie Moore—. Incluso en los momentos más álgidos sus personajes, imperfectos y entrañables, se ríen de la desdicha propia o ajena, y cuando uno lee sus cuentos es común pasar de la sonrisa al drama. Todo un triunfo estilístico.

Vidas mínimas

Lucia Berlin mostró la cara más virtuosa de la autoficción. La primera persona es tan cercana que se convierte en un personaje más. Su narrativa nos devela las catástrofes silenciosas que nos aquejan en la rutina y, aún más importante, acentúa la entereza moral y ética con la que sus personajes, a pesar de la derrota, no se rinden.

Por las páginas de sus dos únicos libros en español, “Manual para mujeres de la limpieza” (Alfaguara, 2015) y “Una noche en el paraíso” (Alfaguara, 2018), transitan personas que se sienten ajenas al mundo, mujeres que tras la máscara de la normalidad revelan esa lucha interior alejada de todo manto publicitario y consumista. Son vidas sin maquillajes ni pasarelas, gente que podríamos toparnos en la sala de espera de un hospital, en la fila de un supermercado o en un bar del centro después de las dos de la mañana. Madres alcohólicas, dentistas irresponsables, músicos de jazz frustrados, yonquis, jinetes con huesos quebrados, empleadas que enseñan a perder el tiempo, mujeres que van al techo de la casa y se cuestionan su existencia mientras la fiesta sigue en el patio.

Lo llamativo de estas narraciones es que Berlin es capaz de salirse del cliché de la madre esforzada y devota, o de las típicas películas o libros donde los malos siempre son malos y los buenos siempre son buenos. De hecho en muchas ocasiones vemos todo lo contrario. Ambas caras de una misma persona. Y he ahí una de sus principales virtudes. Mirar por encima de la máscara y ver el panorama completo, porque la maldad y la bondad no son un estado constante, sino un asunto circunstancial.

Más allá del paraíso

Lo que atrae de forma inmediata de Lucia Berlin es la cercanía que genera con su prosa. Es una amiga que nos está contando una historia trágica pero divertida. Parece fácil, pero no lo es. Esa supuesta ligereza está sustentada en varias decenas de relatos técnicamente sencillos, pero muy buenos que, como las raíces de un bosque, se entrelazan y muestran las grietas y el fracaso del sueño americano de segunda mitad del siglo XX.

Pero sobre todo, la importancia de Lucia Berlin está en cómo retrata a las mujeres fuera del rol de victimización. Son mujeres, que al igual que los hombres, viven a la deriva, sufren por las adicciones, se comportan mal, lo hacen bien, aman, odian, lloran, se arrepienten de su pasado, anhelan una felicidad más allá de una relación y que, a pesar de lo dura que puede ser la vida, salen a flote. Sus cuentos nos enseñan que vivir es un asunto de resistencia y que la belleza, a veces, se encuentra en plena cara de la desgracia.

Puede que Lucia Berlin haya fallecido sin el reconocimiento pleno de su obra, pero también es cierto que esa honestidad al mostrarnos su mundo no fuese posible en las llamas de una fama que quema y desgasta. Su escritura repleta de matices, de soledad, de risas, de desamparo y de fortaleza, nos hace conscientes de no poner la cara contra el suelo y de ver más allá de la derrota —que siempre es pasajera, como el éxito—. Que incluso en las tareas o empleos más tediosos y desagradables hay espacio para vivir y desarrollarnos. Y vale repetirlo, porque la buena literatura nos enseña eso. Que a pesar de todo, siempre debemos vivir nuestras vidas.

Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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