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Cómo liberamos a una ballena herida de una red pesquera en aguas chilenas CULTURA|OPINIÓN

Cómo liberamos a una ballena herida de una red pesquera en aguas chilenas

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Nos encontrábamos en Juan Fernández, luego de haber buceado en la isla de Santa Clara, cuando un informe radial nos avisó de la presencia de una ballena navegando con una red atrapada en su aleta caudal. Sin pensarlo enfilamos de inmediato a las coordenadas indicadas y en menos de veinte minutos ya estábamos a un costado de lo que sin dudas era una ballena jorobada. Comenzamos inmediatamente a seguirla para determinar su estado. El peso y la tracción contraria ejercida por las boyas, plomos, redes y cordeles no impedían que se sumergiera, sin embargo el peso extra era un impedimento para bucear en busca de alimento. Su navegación era errática complicada, en la superficie, el roce de las redes con las olas transformaba la simple actividad de respirar en una función agotadora, liquidando todas sus oportunidades de sobrevivir.


Dedicado a Victoria, César Jr. y Olivia.

Meses de travesía por las más increíbles costas de Chile, nos comprobaron que nuestra estructura territorial es tan diversa como variable.

Desde Arica a la Antártica, un borde costero, extenso y accidentado, emerge desde un océano indomable, que desafía a cualquiera que se atreva a navegar en el y que esconde uno de los patrimonios vivos más importantes de nuestro planeta.

Crédito: César Villarroel

Fue en este imponente escenario, que con el equipo de la serie documental de TV “Océano… Chile frente al mar”, conducido por Celine Cousteau, nieta del mítico Jaques Cousteau y el periodista Rafael Cavada, realizamos numerosas exploraciones.

En este recorrido pudimos visitar tanto la Antártica como el Estrecho de Magallanes, en donde no fueron pocas las veces que nos encontramos con delfines australes, orcas y un sin fin de vida.

Sin embargo lo que más llamó nuestra atención fueron las numerosas balleneras abandonadas y varios restos náufragos de los denominados «indus» o barcos balleneros. En su presencia testimonial esta lo que fue una industria, prominente y letal, que impulsó la colonización de los sitios más australes del planeta.

Crédito: César Villarroel.

Nuestro afán de investigar nos impulso a sumergirnos frente a cada uno de estos enclaves, encontrando en todos, el mismo paraje submarino. Fosas comunes sumergidas, repletas de cráneos, vértebras y costillas de cetáceos, que reposaban inertes sobre fondos silenciosos y olvidados. Como mudos testigos del holocausto ballenero, del saqueo sin límite que estos gigantes vivieron. Un panorama triste y devastador.

Imposible sacar de la memoria al «Governor» , el ballenero que se hundió en la Antártica en 1916, producto del incendio de sus calderas con aceite de ballena. Mientras a su costado reposan los cráneos de ballenas azules en su interior, aún conserva las bodegas repletas de arpones cargados con dinamita.

Crédito: César Villarroel.

Ante esto, nuestra reflexión se centró fundamentalmente en el sentido de pertenencia con el que es nuestro principal “monstruo marino” y con el “leymotiv” de muchas de nuestras acciones como equipo, Chile es un país que da la espalda al mar, desde siempre, desde el mítico «Moby Dick» (1851), estamos separados de las ballenas y sin embargo siempre rodeados de ellas.

Nacen y mueren acá, pero no somos una patria ballenera. Otras culturas, en otras latitudes, han generado una producción elocuente y nada escasa de novelas, pinturas, tratados, fotografías, relatos y crónicas en torno a estos inmensos mamíferos o al monstruo marino como lo señaló Melville, tomando el nombre de la mítica ballena de nuestras latitudes, Moby Dick o mas bien …Mocha Dick.

En intertanto, noruegos, escoceses y japoneses organizan álgidos debates sobre la explotación de nuestra fauna ballenera, en las bien provistas aguas de nuestro país y de América Latina, y para nosotros la ballena sigue siendo lejana, ausente, un recurso de otros.

Meses más tarde, en el recién pasado diciembre, esta realidad nos enfrentó a un hecho único y revelador, una experiencia de vida irrepetible…

Crédito: Capkin Van Alphen/Nuevo Espacio

Nos encontrábamos en Juan Fernández, luego de haber buceado en la isla de Santa Clara, cuando un informe radial nos avisó de la presencia de una ballena navegando con una red atrapada en su aleta caudal. Sin pensarlo enfilamos de inmediato a las coordenadas indicadas y en menos de veinte minutos ya estábamos a un costado de lo que sin dudas era una ballena jorobada.

Comenzamos inmediatamente a seguirla para determinar su estado. El peso y la tracción contraria ejercida por las boyas, plomos, redes y cordeles no impedían que se sumergiera, sin embargo el peso extra era un impedimento para bucear en busca de alimento. Su navegación era errática complicada, en la superficie, el roce de las redes con las olas transformaba la simple actividad de respirar en una función agotadora, liquidando todas sus oportunidades de sobrevivir.

Quisimos que nuestra evaluación fuera completa, para ello tomamos una osada decisión, saltaría con Gloria Bermúdez sobre la red para apreciar la situación y determinar de que manera podríamos ayudarla, y luego de varios intentos, saltamos.

En una rápida maniobra nos afirmamos de la red, la ballena al sentirnos aumentó su velocidad, igualmente trepamos por ella hasta llegar a su gran cola. Fueron momentos de gran emoción y pesar. En ambos costados, un amasijo de redes y cordeles, encarnados en sus lóbulos, habían producido grandes heridas, estos con cada movimiento aserraban su carne, dejando expuesta su grasa.

Su estado nos comprometió a todos. La red que pesaba alrededor de 250 kilos, prácticamente cercenaba su cola. Decidimos rescatarla.

Crédito: Capkin Van Alphen/Nuevo Espacio

Para eso debíamos cortar la red lo más cerca posible de sus heridas. Una operación riesgosa, ya que quedarse atrapado en las redes y terminar como el capitán Ahab o recibir un letal coletazo, eran situaciones posibles que debíamos tratar de evitar. La concentración y el trabajo en equipo era fundamental.

Nos separaríamos en dos grupos; Céline y Capkin Van Alphen grabarían la operación e intervendrían solo en caso de emergencia. Por otro lado, Gloria y Rafael se preocuparían de que no quedara atrapado en las redes mientras cortaba la red.

Lo que siguió fue una mezcla de emociones, adrenalina y situaciones vividas al límite. Nuestra presencia era una amenaza, que percibíamos en sus clavados, cambios de curso, velocidad y en los fuertes movimientos de su cola.

En este trance, Gloria se accidentó una mano, la aleta de Rafael quedó atrapada en la red, logrando zafarla y en varias oportunidades pudimos escapar de su clavado, incluso en una de ellas sin el cuchillo atado a mi mano no hubiera podido librarme.

Cortar el lado derecho de la red fue un trabajo arduo, pero que ninguno de nosotros estaba dispuesto a abandonar. Ahí, el mar y la ballena se levantaron como un yo colectivo e individual que debíamos enfrentar si deseábamos renacer, a la vida o la muerte con ella.

No solo luchábamos por liberarla, sino que también para probar nuestro compromiso, aquello de lo que tanto hablamos pero que poco hacemos, buscábamos en esta acción reivindicar prácticamente mas de un siglo de indiferencia y borrar el estigma de ser espectadores asumidos, ya vencidos, de un mar de otros. De un mar, que antes de ser vía de descubrimientos, de estudio y de progreso, es por sobre todo una puerta cerrada.

Después de una hora de trabajo extenuante, que sólo mitigaba la adrenalina, pudimos cortar el costado derecho de redes. Nuestros gritos eufóricos hicieron eco en el agua. Quedaba aún el otro lado.

Nuestra ballena se sumergió por varios minutos. Al emerger era otra. Al parecer, el efecto con la red que cargaba cambio. Quizá se sintió más ligera o dejo de sentir dolor, al sujetarnos nuevamente de ella su conducta fue otra. Ya no se clavaba, su aleta caudal se movía más suave y dejo que nos afirmáramos de ella.

De ahí todo fue envolvente. Sujeto a ella, de columna vertebral a columna vertebral, no se cuantas veces me sumergí aferrado a su cola, ni cuantas veces salimos a respirar. Tampoco cuanto tiempo nos tomó. Solo recuerdo la red y mi mano dirigiendo el cuchillo con fuerza y decisión.

Con el último corte, pudimos ver su cola alejándose libre. Mientras nosotros, flotábamos en la superficie aferrados al enjambre de red y cordel.

Una emoción intensa nos invadió. Volvimos a creer, en nosotros, en el espíritu de equipo, en la necesidad de seguir en una tarea, que aunque muchas veces sea difícil, el perseverar esta coronado por la satisfacción. El rescate fue posible, realizarlo fue una acción concreta que no esta reservada para la literatura ni la ficción.

Existe un decreto que declara a todo territorio marítimo de Chile como santuario ballenero, sin embargo la pesca industrial, nacional y extranjera, en todas sus formas, está en demasía con garantías de libertad, operando sin grandes restricciones o control. El decreto es un papel archivado lejos del mar.

¿De que sirve este decreto si no hay fondos para fiscalizar, si no se apoyan estudios de rutas de migración? Si cuando vara una ballena se impide a las organizaciones de estudio tomar muestras de ella antes de que se lleven sus cuerpos para destruirlos mar adentro.

Esta ballena se salvó… ¿Pero cuantos cetáceos son arrojados al mar cuando se recogen redes? Es insostenible. Las pesqueras deben asumir el costo de cambiar las formas de pesca, invirtiendo en conjunto con el gobierno, en investigación y protección.

Debemos exigir el respeto de nuestro patrimonio natural hoy y no mañana, ya que en ese futuro las ballenas serán solo un recuerdo para las generaciones venideras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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