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Gabriela Mistral en dos dimensiones: La mujer obrera y el rol del educador CULTURA

Gabriela Mistral en dos dimensiones: La mujer obrera y el rol del educador

Educar es para Mistral sacar de dentro hacia afuera, perfeccionar facultades y potencialidades que cada estudiante tiene en su interior. De este modo Mistral desea que los educadores reconozcan que tienen una profesión de altura y responsabilidad, y que tomen conciencia, además, que las generaciones futuras dependen de lo sean capaces de dar como maestros, como buenos modelos de vida, como auténticos “encendedores de lámparas”. De ahí que les dirá con fuerza: “acuérdate que tu oficio no es mercancía, sino que es un servicio divino”.


Hace 132 años, el 7 de abril de 1889, nació en Vicuña, Lucila Godoy Alcayaga, más conocida por su seudónimo de Gabriela Mistral, poeta, educadora y ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1945.

Su figura y estatura universal en las letras y la educación son razones suficientes para recordar y repasar algunos aspectos de su importante legado en distintas dimensiones.

Hoy hablaré de la labor social que realizó en Punta Arenas cuando fue directora del Liceo de Niñas; y desarrollaré brevemente una de sus ideas sobre la labor de enseñar. Fue nombraba en ese cargo el 15 de febrero de 1918 y el 18 de mayo del mismo año llegó a la ciudad magallánica a bordo del vapor “Chiloé”.

La prensa local destaca que, con la llegada de la nueva directora, el establecimiento dirigido por ella entrará en una nueva era. Y así fue, porque Mistral, con un temperamento lleno de múltiples sensibilidades, no escatimará por influir más allá de las funciones propias de su cargo formal.

Utiliza la infraestructura del establecimiento para abrir y dirigir con entusiasmo clases nocturnas de instrucción femenina para las obreras de la región en lo que se conoció como la “Escuela Nocturna Popular”.

Será Mistral una pionera a nivel nacional al establecer esta actividad para mujeres, pues en ese año solo existían en todo el país cinco liceos de varones con su correspondiente escuela nocturna para hombres.

En sus escritos de esa época, Mistral demanda la falta de esfuerzos por educar a la mujer. Llega a decir que “las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimiento de libertad y cultura nos ha dejado por largo tiempo en la sombra”.

Y en otro lugar dirá sobre la mujer obrera instruida: “el corazón purificado de la mujer más humilde es como el balcón florido que derrama su aroma sobre el viento y va hacia todos”.

Gabriela tenía una muy alta conciencia social, y estaba bien prevenida de la situación de la mujer de su tiempo. Sin participar en política, sino más bien como vocera a un nivel mucho más elevado, esperaba una renovación del ambiente espiritual de ese estrato social, ofreciéndole más dignidad, elevándolo, dándole más luz y más belleza gracias a la promoción de su formación. E insistió declarando: “pondrán ellas un alma nueva, un perfume de delicadeza, un temblor de sentimiento que antes no tuvo, una conciencia más profunda de su misión”.

Por otra parte, sobre la docencia, Mistral utiliza una metáfora para explicar que el maestro es un “encendedor de lámparas” en una catedral.

Para ella el docente llena de vida la catedral del mundo, porque es capaz de encender las luces que permiten ver los vitrales, las piedras, la plata y el oro que pestañean y relucen.

Un joven sin educación deja la catedral oscura, silenciosa, sin coro y sin oficiante. A más luces encendidas, a mayor educación, más capacidad para entender los detalles y los problemas del mundo. Pero, además, encender lámparas presupone que esta posee el líquido que combustiona y que la hace capaz de brindar luz.

Educar es para Mistral sacar de dentro hacia afuera, perfeccionar facultades y potencialidades que cada estudiante tiene en su interior.
De este modo Mistral desea que los educadores reconozcan que tienen una profesión de altura y responsabilidad, y que tomen conciencia, además, que las generaciones futuras dependen de lo sean capaces de dar como maestros, como buenos modelos de vida, como auténticos “encendedores de lámparas”. De ahí que les dirá con fuerza: “acuérdate que tu oficio no es mercancía, sino que es un servicio divino”.

Alfredo Gorrochotegui Martel es académico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad San Sebastián.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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