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Autor de “Las cosas que hice por la Cato”, Joaquín Escobar: “En mi literatura, Foucault y el Beto Acosta son igual de importantes” CULTURA|OPINIÓN

Autor de “Las cosas que hice por la Cato”, Joaquín Escobar: “En mi literatura, Foucault y el Beto Acosta son igual de importantes”

Se trata de un conjunto de narraciones que transitan entre dolores, anécdotas, reflexiones, humor, sucesos delirantes, lo real y su doble, recuerdos de infancia, “banderas y quimeras” (pero sobre todo despojos y miserias), y una pasión incombustible como un relicario que niega a estropearse. «Es un libro que surge desde la rabia. Los hinchas de la Católica durante muchos años sufrimos burlas por no poder salir campeones. Llegábamos hasta instancias finales y cuando estábamos cerca, algo pasaba, como si viviéramos en el limbo de una maldición eterna. Un día eso se quebró, se acabaron las penas y comenzaron las alegrías (somos tricampeones de torneo largo, la U nunca lo hizo). Allí está el punto de inflexión, el espacio donde se triza la historia de la UC y de todos sus hinchas. Es un libro híbrido que deambula por esos lugares. Hay historias que transcurren en la tragedia (lo sucedido en Quillota el 2016) y otras en los triunfos (el bicampeonato obtenido en Temuco o el retorno de Tito Fouillioux el 75). La idea es registrar a la Cato, una institución multicultural, en sus distintos momentos».


“El fútbol es identidad, es pertenencia, es nuestro cobijo ante tanta indiferencia; ahora que nos despojaron de todo, aferrarnos a nuestros colores es una forma de hacerle frente a la sociedad del sinsentido”, fragmento del libro.

Joaquín Escobar (Santiago, 1986) es escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Realiza crítica literaria en el diario La Estrella de Valparaíso y en diversas revistas digitales. Es autor de los libros de cuentos «Se vende humo» (2017) y «Cotillón en el capitalismo tardío» (2019), ambos con la editorial Narrativa Punto Aparte. Conversamos sobre su tercer libro, «Las cosas que hice por la Cato», publicado por Provincianos (2021), un conjunto de narraciones que transitan entre dolores, anécdotas, reflexiones, humor, sucesos delirantes, lo real y su doble, recuerdos de infancia, “banderas y quimeras” (pero sobre todo despojos y miserias), y una pasión incombustible como un relicario que niega a estropearse.

-¿Cómo surge este libro? ¿Cuáles fueron los materiales emotivos y el proceso escritural?

-Es un libro que surge desde la rabia. Los hinchas de la Católica durante muchos años sufrimos burlas por no poder salir campeones. Llegábamos hasta instancias finales y cuando estábamos cerca, algo pasaba, como si viviéramos en el limbo de una maldición eterna. Un día eso se quebró, se acabaron las penas y comenzaron las alegrías (somos tricampeones de torneo largo, la U nunca lo hizo). Allí está el punto de inflexión, el espacio donde se triza la historia de la UC y de todos sus hinchas.

«Las cosas que hice por la Cato» es un libro híbrido que deambula por esos lugares. Hay historias que transcurren en la tragedia (lo sucedido en Quillota el 2016) y otras en los triunfos (el bicampeonato obtenido en Temuco o el retorno de Tito Fouillioux el 75). La idea es registrar a la Cato, una institución multicultural, en sus distintos momentos.

-¿Qué tanto de realidad o de ficción hay en estas historias, si las hay? Pienso, por ejemplo, en las páginas negras como una especie de cuestionario de autopreguntas.

-Los cuestionarios (que fueron pensados como una sección similar a la de la noventera Revista Don Balón) son pura ficción. Contesté pensando en lo que responderían los futbolistas ante esas inquietudes, me parecía un ejercicio lúdico y distinto que le robé a Roberto Bolaño de «Una novelita lumpen». Los otros cuentos del libro tienen autoficción, pero también historias oídas o inventadas.

El objetivo de «Las cosas que hice por la Cato» es que los cruzados se identifiquen, que sientan pertinencia, la idea de un libro-espejo, el famoso yo también estuve allí. Más allá de los límites elásticos que tiene la ficción (de hecho, recordar el pasado o contar una anécdota ya de por sí trae ficción) buscaba un libro verosímil con todo lo que es La Franja, su historia y su gente.

-¿Qué diálogos explícitos o caminos subterráneos existen entre este libro y los anteriores?

-Los tres libros («Se vende humo», «Cotillón en el capitalismo tardío» y «Las cosas que hice por la Cato») no tranzan con el estatus quo del fútbol y la literatura chilena. No reproduzco discursos políticamente correctos sobre lo que se quiere oír, no me interesa caer en lo condescendiente, por lo mismo, el registro que atraviesa la gran mayoría de los relatos es el humor.

Se puede construir desde la sátira y la mofa, burlarse en forma descarnada es mi forma de construir literatura. Ello también trae detractores y está bien que sea así, mis libros no tienen porque gustarle a todo el mundo.

-Eduardo Santa Cruz decía que el fútbol es un fenómeno social muy relevante en Latinoamérica, por él “se ríe, se sufre, se discute, se crean amistades y complicidades fugaces, se vive y a veces también se muere”. ¿Qué ha significado para ti en tanto escritor y fanático? ¿Cómo se da esta complementareidad?

-Eduardo Santa Cruz es un grande, lo respeto mucho, un crack infravalorado al que las ciencias sociales le deben mucho.

El oficio de escritor al conjugarse con el fanatismo por La Franja me permite documentar a la UC desde la literatura. Al realizar este trabajo estoy haciendo club, y ojalá ayudando -desde las letras- a que la institución sea cada día más grande. A la UC la construimos día a día y entre todos, no podemos dejar nuestra condición de hinchas para el día domingo.

De igual forma, y siguiendo lo que señala Ricardo Piglia, la literatura está en todos lados, no solo en la escritura, la narración oral (que en los estadios se observa bastante), también es una forma de hacer literatura. Todos los cruzados somos cronistas que tenemos más de una historia que contar.

-En estas narraciones incorporas elementos de la cultura pop (películas, libros, música, dibujos animados, televisión, etc.) para reafirmarnos que lo que sucede en la realidad sucede también en la ficción. ¿Algo de influencia de autores como Mark Fisher? ¿Quisiste que tu libro también fuera un artefacto cultural y no solo el corolario narrativo de un fanático?

-Exacto, me interesa que «Las cosas que hice por la Cato» también sea un artefacto cultural. Hay referencias a Lynch, Borges, Bolaño, Silvio Rodríguez, Marco Antonio Solís, Pitbull, la Porotito Verde, Foucault, Henry James y Maluma. La cultura es una y horizontal. Como dice un personaje del libro: “En esta casa se habla de biopolítica y de Lucho Pato, de teoría lingüística y de Nacho Prieto”.

Es parte del proyecto Escobar (como lo denominó el dramaturgo Cristian Cristino) realizar estos cruces. Creer que la cultura comienza y se acaba con lo que teoriza un libro es un error. En mi literatura, Foucault y Gorosito son igual de importantes.

-Según Carlos Ossa y Nelly Richard, el fútbol es una forma de cultura urbana que mejor representa la dramatización colectiva del nosotros. ¿Cómo podríamos entender la pasión por este deporte en el contexto actual, atravesado por las grandes transacciones, las marcas, el uso de la tecnología como el VAR? Y en el terreno local, ¿cómo se entiende en un Chile en camino a un cambio constitucional?

-No estoy de acuerdo con lo que plantea Carlos Ossa y Nelly Richard. No es una cultura que solamente se ancle en el terreno urbano, también hay clubes provincianos y rurales que son la identidad y pertenencia de las regiones. Además, llamar al fútbol “la dramatización colectiva del nosotros” me parece un tanto forzoso y exagerado, es la repetición de un discurso que se ha vuelto añejo.

Por lo general, a la gente en Chile no le gusta el fútbol, lo que hace es adherir al fenómeno mediático del momento. Cuando la fugacidad carnavalesca de ese instante expira, las grandes multitudes se enfrascan en otros terrenos. Por ejemplo, los hinchas de la selección, que no son los mismos que los fanáticos de clubes, ellos operan bajo los ritos de la moda mediática.

Además, el fútbol no hay que restringirlo solamente al terreno de lo profesional (VAR, transacciones, grandes marcas). También hay fútbol en barrios, calles, plazas, canchas de tierra. Me parece un reduccionismo pensar el balompié como un mero instrumento de poderosos y multinacionales. Hay un más allá que es necesario visibilizar, y la literatura que ronda a la pelota puede contribuir con este registro.

El 2018, antes de entrar a la cancha para un clásico contra Colo Colo, el Luli Aued dijo: “Estos son los partidos que soñábamos jugar cuando niños”. Esa forma de arengar a sus compañeros, me pareció hermosa. Allí está la construcción del jugador desde el amateurismo, es la concepción previa a la figura del profesional.

-Pienso en este fragmento: “Los hinchas de los otros equipos son rivales, son adversarios, pero nunca serán nuestros enemigos. Los enemigos son los que nos explotan. Los que nos enajenan. Los que nos precarizan. Los que privatizan el fútbol. Los que les ponen impuestos a los libros. Los que nos quieren robar la memoria”. ¿Crees que hay un sentido reivindicativo en estos relatos? ¿De visibilizar la madeja más allá del estigma o bien el clasismo que todavía pervive respecto a la pasión de multitudes?

-Sí, en los relatos hay reivindicación. Para mí el fútbol y la política son expresiones que van de la mano. La historia lo ha demostrado, son muchos los casos en donde el balompié sirvió como bálsamo para contener a las multitudes (Argentina 78, Colo Colo 91 o la participación de Chile en el mundial de España 82).

Los primeros cánticos contra la dictadura de Pinochet fueron dentro de un estadio, cuestión que después se replicó en el estallido social, pues las barras haciéndose parte de los movimientos sociales se levantaron como formas de expresión y lucha. Debemos entender el fútbol como bastante más que un deporte, esto no es como el golf o el tenis de mesa, acá hay un sentido de identidad y pertinencia que funciona como una forma de vida.

Y sí, el hincha de otro equipo es adversario y rival, pero nunca el enemigo. Los enemigos son los que han perfeccionado un sistema de libremercado que beneficia solamente a los grupos de poder.

-En «Paremos de exagerar con eso del pueblo cruzado» hay una cruda apelación a un señor escritor, ¿cuál es la genealogía de este relato? ¿A quién va dirigido? ¿Lo podemos considerar una declaración de principios del Proyecto Escobar?

-Hay mucha literatura de fútbol que muestra a los jugadores como superhéroes, guerreros vietnamitas o semidioses griegos que bajaron del olimpo para darle al balón. Toda esa pomposidad me parece falsa y poco auténtica. Esa figura del barrilete cósmico, impulsada por El Gráfico y el Olé, es propia de Maradona y todo el universo que se construyó en torno a su figura.

En el 86 fue interesante, sus dos goles contra los ingleses (que significó una reivindicación por la Guerra de Malvinas), merecían esos adjetivos propios de la construcción de los estados-nación. Estas concepciones (que sin duda las podemos leer como una corriente literaria) no son trasladables a otros contextos y lugares.

He ido toda mi vida al estadio (la primera vez me llevó mi papá fue el año 93), y si bien hay partidos con épica (para nosotros lo fue el 2016 contra el Audax o un partido contra Puerto Montt en el sur el año 97, por nombrarte solo dos), también hay cotejos aburridos y olvidables donde ni jugadores ni hinchas tienen muchas ganas de estar ni de jugar. Por ejemplo, la Copa Chile es un campeonato fome y vacío que no tiene ninguna importancia. Eso también es parte del fútbol y merece ser narrado.

Por otra parte, los periodistas deportivos también han creado un lenguaje lleno de lugares comunes que le han hecho daño al fútbol. Dan vuelta dentro de los mismos vocablos hace 100 años: “El ave fénix, la mochila de ilusiones, la rebelión de los humildes, el café cargado”. Todos son conceptos añejos que resultan reiterativos y odiables. Ese eufemismo de decir “le pegó la pelota en el bajo vientre” por no querer decir “le pegó la pelota en el pene y los testículos” me parece siútico, cartucho y de mal gusto.

Sería más beneficioso para la actividad que gente de distintos lugares y profesiones pueda darle una vuelta de tuerca a la forma en que narramos el fútbol. Se necesita más pluralidad, otras miradas y directrices, no solamente la periodística.

-¿Qué hace este libro distinto a lo que se han escrito sobre equipos de fútbol? ¿Qué podrían esperarse lectores y lectoras al leerlo?

-Los hinchas de la Cato que han leído el libro señalan un tránsito por distintas emociones. Dentro de una misma página han reído y llorado, se han visto reflejados en lo carnavalesco de todo triunfo y han sentido congoja al revivir la muerte del «Mumo». Me parece que la hibridez (ese tobogán de emociones literariamente dirigidas) es lo que marca «Las cosas que hice por la Cato».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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