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La crisis climática llega a nuestra mesa CULTURA|OPINIÓN

La crisis climática llega a nuestra mesa

El desbalance climático que estamos experimentando llegó para quedarse, al menos por muchos años más, si la humanidad no logra alcanzar la disminución de la emisión de gases de efecto invernadero de aquí al 2050. Por eso se hace urgente tomar medidas, no solo paliativas (aunque necesarias) como las anunciadas hace pocos días para hacer frente al grave déficit hídrico que enfrentamos, sino potenciar y fortalecer las capacidades de adaptación y resiliencia de todo el sector agrícola en su conjunto frente a la crisis climática. Se requiere, por lo tanto, un esfuerzo interdisciplinario en donde se prioricen los programas de I+D a largo plazo aunando esfuerzos entre el sector científico, los productores, el estado, la actividad privada y la ciudadanía.


Hace un par de semanas nos enteramos de las lapidarias conclusiones del último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, 2021): “el calentamiento global y el cambio climático que esto genera son causados por las miles de gigatoneladas de CO2 que hemos lanzado a la atmósfera producto de la actividad humana”.

Para poner esto en contexto, si los dinosaurios se extinguieron hace más 60 millones de años a raíz de un repentino cambio en las condiciones climáticas globales causado por el impacto de un meteorito, y citando a Fernando Santibáñez, bioclimatólogo de la Universidad de Chile, “nosotros estamos fabricando nuestro propio meteorito”. Por lo que cabe preguntarnos: ¿En dónde podría impactar este meteorito en nuestro territorio? La respuesta está en nuestra mesa, en el corazón del agro nacional.

La agricultura es especialmente sensible al cambio climático, debido a que muchas de sus actividades dependen directa o indirectamente del clima. Además, lo vertiginoso de los cambios se contraponen con los mayores tiempos requeridos para la adaptación de las especies de cultivo, e inclusive, los requeridos por los programas de mejoramiento genético.

No sorprende que, durante agosto, cuatro regiones del valle central hayan sido declaradas en emergencia agrícola por déficit hídrico a causa de la megasequía, que ha estado afectado a nuestro país por más de 10 años. La aridización de este territorio avanza a pasos agigantados, al mismo tiempo que la temperatura tenderá a aumentar en todo el país, por lo que es altamente probable un desplazamiento de las actuales zonas climáticas hacia el sur.

Es necesaria una re-evaluación del uso del suelo a escala nacional y regional, así como la exploración de nuevas zonas y especies de cultivo. Ejemplo de ello, ya se han cosechado con éxito vides y cerezos en las cercanías del lago General Carrera en Chile Chico, en la región de Aysén. El desafío en estas zonas es hacer los cultivos cada vez más productivos y competitivos a nivel comercial para minimizar el impacto negativo del cambio climático en otras zonas del país.

No sólo a la falta de lluvias deberán adaptarse los productores agrícolas nacionales, especialmente los de la zona central, ya que los eventos climáticos extremos como olas de calor, granizadas, heladas, entre otros serán más frecuentes e intensos. Si esos eventos se presentan en periodos claves para los cultivos, como la floración y el llenado de los frutos afectarían severamente los rendimientos de cultivos anuales (trigo, maíz, papa) y perennes como los frutales. Por otra parte, las nuevas condiciones afectarán la distribución e intensidad de enfermedades, plagas y malezas de los cultivos, comprometiendo aún más la sanidad vegetal.

El desbalance climático que estamos experimentando llegó para quedarse, al menos por muchos años más, si la humanidad no logra alcanzar la disminución de la emisión de gases de efecto invernadero de aquí al 2050. Por eso se hace urgente tomar medidas, no solo paliativas (aunque necesarias) como las anunciadas hace pocos días para hacer frente al grave déficit hídrico que enfrentamos, sino potenciar y fortalecer las capacidades de adaptación y resiliencia de todo el sector agrícola en su conjunto frente a la crisis climática. Se requiere, por lo tanto, un esfuerzo interdisciplinario en donde se prioricen los programas de I+D a largo plazo aunando esfuerzos entre el sector científico, los productores, el estado, la actividad privada y la ciudadanía.

Anita Arenas-M es investigadora del Instituto de Bioquímica y Microbiología (UACh) y del Instituto Milenio de Biología Integrativa (iBio).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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