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“Subterfugio” de Nicolás Poblete: un relato de “lobo estepario” CULTURA|OPINIÓN

“Subterfugio” de Nicolás Poblete: un relato de “lobo estepario”

Hasta bien adentrado el libro, hay mucha intimidad que transcurre en espacios cerrados, ya sea en casa de la sanadora Susana Benveniste o mayormente en la consulta de Sebastián, connotado psicólogo chileno especializado en abuso. Susana ha incursionado en nuevas técnicas, luego de haber ejercido como psiquiatra, pero basa sus análisis principalmente en la intuición, más que en la percepción Gestalt. Su arquetipo es el sabio y la acompaña la experiencia tras sus setenta años. Sebastián ronda los cuarenta y acude por consejo donde Susana, fue la mujer que lo invitó a salir del hoyo en que transitaba su existencia. Siempre mirando al mar, ese vasto universo que contiene sus miedos, pero a la vez le muestra su insignificancia.


Sebastián narra en primera persona sus sesiones con María Ignacia, adolescente de diecisiete años, como también en primera persona sus conversaciones con Susana, conversaciones importantes que son generalmente entre dos personas al interior de una “habitación”. El personaje introduce diálogos en prosa (el autor prescinde del guion) muchas veces respondiendo a una lógica hablante-oyente, pero cuando surge la voz del narrador surge lo subjetivo: deducciones, observaciones finas, empatía y una extrema inteligencia de este ermitaño que nos cuenta la historia, otro arquetipo.

El narrador accede a un amplio conocimiento de la escena, descompone el tiempo con maestría, pero ese conocimiento es limitado, dado que va descubriendo los hechos a medida que avanzan las terapias (con María Ignacia y otros pacientes) y en eso respeta a cabalidad la estructura del thriller, donde la narración se adentra hábilmente dosificando el suspenso.

Recién en la página 189 aparece por primera vez la palabra “subterfugio”, que para el autor es una construcción engañosa para enfrentar lo que va a pasar en el futuro. En ese sentido, la terapia misma es un engaño para dilucidar la verdad, no tanto para hacer avanzar a María Ignacia en su duelo: su madre ha muerto hace algunos meses. La adolescente como respuesta improvisa un hilo de Ariadne, un blog donde ese futuro difuso se irá conformando, una estrategia para dar orden a los acontecimientos, otra trampa esta vez del paciente.

María Ignacia estudia actuación y ese blog es su “teatro mágico”. En él vierte sueños tramposos, planificados y relata sesiones quizás para un único suscriptor. Son bastante francas las alusiones a la terapia de “S” que vierte en un lenguaje directo, muy de adolescente, donde la rabia, la culpa, sobre todo la rabia y el rencor son imposibles de camuflar.

Hay que destacar las sublimes voces narrativas de esta novela. El contacto visual con los personajes es inmediato y no tienen contaminación con la voz narradora. Las palabras que utiliza Nicolás Poblete Pardo transportan y generan potentes imágenes, muchas veces los diálogos adelantan acontecimientos, dan pistas de continuidad al lector, como esas frases de su madre que van acrecentando su significado a medida que los hechos del pasado dan experiencia al narrador.

Los personajes que interactúan y avanzan el relato son principalmente la mentora, el discípulo y la paciente, pero el autor ha introducido otros pacientes para explorar las distintas aristas de la vergüenza, como una suerte de exorcismo para sacar a la superficie su propia vergüenza.
Lo que une a Sebastián con María Ignacia es el padre de esta última: José Miguel Barrios. Personaje ausente de las interacciones (sólo una videollamada), pero siempre omnipresente, debido a que sus conductas pasadas son tan ignominiosas que el autor pareciera sentir vergüenza o pudor en develar. Participa en escasos pasajes, entre las sombras, una especie de Minotauro al que ambos temen.

En el blog, ella se hace llamar Casandra y es preciso ese vínculo con el mito, además el blog anticipa un futuro, donde el síndrome del mismo nombre cobra mayor sentido y el autor juega con el lector sospechando de la confiabilidad de María Ignacia como hablante, debido a que el propio Sebastián ha sido testigo de que su paciente consume drogas.

Subterfugio, no es un thriller realmente, sino un relato de “lobo estepario”, un ser que vive en distintas “habitaciones” una realidad que no es la realidad de la sociedad chilena. Hasta la página 270 casi no hay contexto social más que unos amigos gay, por lo demás pertenecientes al estrato ABC1 y con escasa consciencia social, bastante superficiales. Esta ausencia temática inicial está magníficamente trabajada, ese silencio delata la clase social del personaje.
Su pareja es un arquitecto en silla de ruedas: homosexual y minusválido, un representante de una minoría dentro de otra minoría. Esta última lectura sería muy superficial, debido a la complejidad con que el autor reviste a Sebastián, muy culto, sensible, es verdad que ama a Sergio, pero su personalidad ermitaña se siente feliz al dormir en cuartos separados. Dota a Sebastián de su propia mirada de mundo, que discurre su existencia material de manera confortable gracias a su educación.

Sebastián, pese a sus privilegios, es una víctima de la sociedad. Vivir en el centro de Santiago es un accidente que le permite visualizar a otras víctimas con menos recursos económicos marchando por las calles para protestar contra las injusticias. Esa ausencia de contexto social, el autor hábilmente la ha silenciado, debido a que su personaje es una víctima por motivos distintos al de las personas que marchan. Él es un especialista en casos de abuso sexual, de abuso a secas, en cambio, el resto sufre otros abusos del sistema económico imperante.

La vertiente interesante es constatar que Sebastián fue abusado por José Miguel Barrios cuando era alumno en un colegio del barrio alto. Sebastián ahora ayuda a otros a superar esos miedos, esas “vergüenzas” (vaya paradoja), pero el autor cuela cierto complejo de inferioridad en el terapeuta, esa víctima que hasta el momento es incapaz de hacer frente a su Minotauro, le teme y, sin embargo, su respuesta es emparejarse con alguien más débil (mayor, minusválido), la novela es brillante en camuflar ese amor, ya no como algo desinteresado, sino que implica un miedo visceral a que le vuelvan a hacer daño.

La víctima tiene la culpa de no haber denunciado al padre de María Ignacia. “Sanación: una decisión”, un título de mierda. Sebastián es incapaz de seguir la única directriz que impone su propio libro. Elige sentirse culpable, sus fantasías de venganza gritan a los cuatro vientos: Sebastián ha elegido ser una víctima durante toda su vida. Lucha contra los abusos sexuales en sus terapias, pero da consejos de víctima a sus pacientes, inconclusos.

Susana, la sacerdotisa, intuye que Sebastián se levantará a sí mismo mientras ayude a María Ignacia. Otra abusada, de su propio padre. Ella no quiere ser víctima y se practica un aborto. En el blog declara ciertos eventos peligrosos que podrán ocurrir en el futuro. Una abogada amiga le aconseja que borre esas entradas de la página, las verdades que encierra. Susana presiente un camino sanador en esa terapia recíproca que Sebastián sostiene con María Ignacia. Quizás este terapeuta, al ayudar a rescatar a la adolescente de su padre, por transitividad también se rescate a sí mismo, aunque no ha sido del todo honesto con Susana.

En las habitaciones de Sebastián está el guía, el aprendiz, el amante, sobre todo la víctima y a través del blog de la adolescente, vislumbra una venganza contra José Miguel Barrios, quizás en el fondo de su alma desea que María Ignacia lo haga pagar, pero él es el terapeuta y no debería haber visitado ese blog-habitación.

Nicolás Poblete Pardo ingresa y abandona los pensamientos del personaje. El autor es también el terapeuta que nos está guiando para desentrañar este elegante thriller psicológico. La estructura de la novela roza la perfección en este juego de espejos que permitirán al lector acceder a su propia sanación.

Novela ejemplar que rescata de los miedos propios. A veces relata eventos sumamente escabrosos, pero les da contexto, jamás los utiliza para provocar morbo. Hay una gran dosis de verosimilitud en la obra y gran habilidad de su autor para saltar de una conversación a otra, al asociar ideas libremente dentro de las sesiones terapéuticas. El narrador es un profesional avezado.

La potencia del abuso sexual hace que el juez castigue el delito con las máximas penas; no así otro tipo de abuso que tiene que ver con la humillación del ser humano mediante maltrato psicológico, intrafamiliar, dentro de la empresa, para que decir los abusos a minorías sexuales, esos miembros insatisfechos del mercado.

Atentar contra la dignidad de otro ser humano, ese es Chile, el país que habita Sebastián y que observa desde su ventana las pintorescas banderitas de la diversidad pisoteada.

La novela remece, saca al lector de la zona de confort, de las noticias (José Miguel incluso apareció en los diarios) y de nuestro reflejo en la pantalla del computador. Verdadera terapia, el proceso de sanación de un personaje abusado (nosotros mismos), una manera de exorcizar el odio hacia el otro, de aplacar los deseos de venganza.

El “teatro mágico” desemboca en una habitación al frente del cerro Santa Lucía, una única habitación donde tres personajes despliegan la obra para la víctima principal.

En esa habitación se ha conjurado la venganza, la gran escena que luego resonará en las pantallas de televisión de esas otras víctimas que al igual que su profesor, no se habían enterado de la muerte de la rata.

Nicolás Poblete Pardo exprime las emociones del lector, genera rabia, impotencia, hasta que los deseos se hacen realidad y la venganza nos hace renacer de esta pesadilla que nunca acaba.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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