Publicidad
Deuda de gratitud CULTURA|OPINIÓN

Deuda de gratitud

En fin, el texto se está conociendo y está en debate; hay dudas razonables y tergiversaciones con malas artes. Si la ciudadanía así lo estima, incluso puede ser rechazado. Y si es aprobado, el mismo texto expresa los mecanismos para su perfeccionamiento y profundización de la democracia. El mandato se cumplió. Ahora, sin embargo, el rol de las y los constituyentes debe ser valorado en toda su dignidad. A mi juicio, hicieron un genuino servicio a la patria, que merece toda nuestra gratitud.


Por distintas circunstancias –“es caprichoso el azar”, canta Serrat- he tenido el privilegio de conocer personas que fueron elegidas para integrar la Convención Constitucional. Por ello -es decir, por haberlas conocido antes de que fueran convencionales, en diferentes ámbitos y sin tener una amistad estrecha-, he seguido sus trayectorias profesionales y comportamientos ético-ciudadanos.

Pienso en Elisa Loncón, Roberto Celedón y Patricia Politzer. Siento admiración y afecto por estas personas. Honorables, trabajadoras, inteligentes y con sentido de comunidad. Como ellas, la mayoría de los y las convencionales hicieron el trabajo encomendado: escribir una nueva Constitución. Para ello fueron elegidos/as por la ciudadanía. Tuvieron el mandato y la legitimidad para ello.

Dando lo mejor de sí, redactaron y acordaron un texto en poco tiempo, en condiciones precarias, por amplia mayoría y en una situación inédita: por primera vez en nuestra historia la Constitución la escribieron personas elegidas –una muestra del país real-, con paridad de género, participación de los pueblos originarios y, finalmente, con la posibilidad de que toda la ciudadanía pudiera conocer el texto y pronunciarse sobre su aprobación.

Y siento, que en el tráfago del plebiscito de salida, el trabajo de los y las convencionales ha sido injustamente denostado. Se les ha faltado el respeto. El acento se ha puesto en las excepciones y no en el trabajo de la mayoría ni en la amistad cívica que se dio en las comisiones ni en lo central del contenido y marco valórico que lo inspira.

Como en otras ocasiones, los términos del debate los ha impuesto la derecha económica y política con toda la fuerza comunicacional que posee, sin escrúpulos, favoreciendo la polarización y poniendo a la defensiva a quienes deberían defender los méritos de la propuesta constitucional, reduciendo el debate a eventuales garantías de cambios posteriores. Nada nuevo. La historia es elocuente.

En este caso la táctica ha sido, desde el inicio del proceso, la creación y difusión de noticias falsas, sembrar dudas y boicotear la difusión del texto para que la ciudadanía vote informada. En esa atmósfera el trabajo de las y los constituyentes ha sido basureado y caricaturizado. En la medida que la campaña de desprestigio avanzó, no faltaron quienes estratégicamente tomaron palco –como hizo una senadora- y fueron revisando las encuestas para re-definirse y pasar al rechazo.

Y se critica, además, que el Gobierno reparta el texto para que la ciudadanía vote informada. Tal vez porque el empresariado tampoco necesita leer para mantener y defender sus privilegios. No estamos, como escribe uno, “en tierra de nadie”: sabemos que es de unos pocos y que la Convención fue un momento –como diría la vicepresidenta de Colombia- de “los nadie”.

Por ello, es patético cómo desde una supuesta elite se desincentive el debate y con arrogancia se dude de que las personas –“sin herramientas de análisis y los conocimientos”- vayan a entender el texto, que en muchas partes se ha leído y discutido comunitariamente.

Otro promotor de la no-lectura, se dedicó a contar las palabras para concluir que el texto es muy largo “que llega a ser latero y enredado”, luego de descubrir que “el texto menciona la palabra Chile y los gentilicios, chilenas o chilenos, 77 veces. La palabra indígena y su plural, aparece 78 veces”. Ese nivel, para analizar un texto en el que participó gente con diversas experiencias de vida de todo el país, experta en diversas áreas del conocimiento y de buenas plumas, como Agustín Squella -por ejemplo- Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.

En fin, el texto se está conociendo y está en debate; hay dudas razonables y tergiversaciones con malas artes. Si la ciudadanía así lo estima, incluso puede ser rechazado. Y si es aprobado, el mismo texto expresa los mecanismos para su perfeccionamiento y profundización de la democracia. El mandato se cumplió.

Ahora, sin embargo, el rol de las y los constituyentes debe ser valorado en toda su dignidad. A mi juicio, hicieron un genuino servicio a la patria, que merece toda nuestra gratitud. Es evidente que hubo actitudes frívolas e incluso deshonestas de una minoría en nada representativa, que dio pábulo para que interesadamente se amplificaran en la campaña por desacreditar el diálogo y trabajo de la mayoría.

Pero eso es quedarse en la pequeñez. La obra se realizó en conciencia para que sea aprobada por los mandantes: la gente del pueblo, la ciudadanía, que pagó altos costos para conquistar la oportunidad de cambiar la constitución generada en dictadura. No habrá medalla a “la misión cumplida” como la que entregó Pinochet a civiles y militares, luego de dejar amarrada y bien amarrada su Constitución. No obstante, aunque seamos malos para dar las gracias, la gratitud hacia las y los convencionales es merecida. Y está pendiente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias