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El movimiento orquestal: una plataforma para la democracia cultural CULTURA|OPINIÓN

El movimiento orquestal: una plataforma para la democracia cultural

La práctica orquestal desde temprana edad y encuadrada en una política cultural que beneficie, equitativamente, a todas las regiones, contribuirá en una identidad nacional robusta, cuya fortaleza radique en la diversidad de sus identidades locales. Para avanzar en ese camino, la discusión debe estar situada en la democracia cultural como una plataforma para una sociedad más justa, no solo en el acceso a bienes, manifestaciones y servicios culturales, sino que con un énfasis fuerte en la participación de sus ciudadanos en la creación de contenido.


Como una organización que depende del Estado, la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile (FOJI) cumple una función pública que erróneamente puede percibirse como un quehacer elitista y asistencialista. De hecho, cuando pensamos en los beneficios de la práctica orquestal infantil y juvenil como mecanismo de desarrollo social, normalmente el enfoque está en el acceso y aprendizaje de un instrumento. Sin embargo, el potencial cívico e identitario de integrar una orquesta excede por mucho la ganancia individual.
La música puede cambiar vidas, sí, pero también puede cambiar nuestra vida en sociedad.

Al integrar una orquesta, los niños y niñas aprenden desde temprano el sentido de comunidad, ya que el tocar en grupo fomenta la empatía a un nivel psicosocial y también, en las acciones relacionadas con la práctica misma. Cuando alguien interpreta bien un pasaje, son todos los que están a su alrededor quienes, como resultado, lo interpretan bien. La práctica orquestal, así como la vida en sociedad, tiene que ver con eso: armonizar instrumentos disímiles, confiar en la persona que está a tu lado y trabajar para que el sonido de un grupo, finalmente, se convierta en música.

Por otra parte, la dimensión sonora es fundamental para la identidad colectiva. De hecho, muchas veces las tradiciones locales están alojadas en la música como expresión principal. En Cochrane, por ejemplo, existe una tradición oral de la práctica del acordeón. O en Tarapacá y sus alrededores, la interpretación de los ensambles de bronce forma parte de un contexto que excede con creces lo puramente musical. En cada territorio podemos reconocer y potenciar una identidad sonora propia, así como su práctica.

Estas tradiciones permanecen hasta hoy en el imaginario de quienes habitan y visitan estos territorios, y muchas veces, dan cuenta de una subjetividad propia de la zona, lo cual contribuye al reconocimiento de las personas y comunidades como creadores de contenidos, prácticas y obras con representación simbólica. Por ello, para fortalecer la identidad territorial y comunitaria, no solo es necesario que cada región de Chile valore sus propias sonoridades, sino que también, desde el Estado, se impulse el trabajo de los nuevos creadores y creadoras locales.

La generación de contenido desde la práctica orquestal, vinculada a la educación artística a través de nuestro sistema nacional de orquestas, abre una posibilidad para reforzar los derechos culturales de niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Sin embargo, en la actualidad, su participación no es territorialmente equitativa. Aunque la FOJI tiene orquestas propias en todas las regiones del país, la realidad es que en la Región Metropolitana existen condiciones que facilitan su desarrollo: los elencos son más grandes, las temporadas de conciertos están consolidadas, hay instructores para cada instrumento y la infraestructura donde ensayan es acorde a su nivel preparación.

Esto último, es una clara manifestación de la inequidad en el acceso social y territorial de los bienes, manifestaciones y servicios culturales. Como FOJI estamos trabajando para equilibrar la realidad de la práctica orquestal y la formación vinculada a esta. Pero además, estamos mirando hacia un horizonte en que la generación de contenidos a través de nuestra práctica pueda ser democrática. Los territorios y las distintas subjetividades presentes en la sociedad deben estar en el centro de nuestra mirada, por lo que es la transversalización de nuestra actividad a donde debemos apuntar como institución.

La práctica orquestal desde temprana edad y encuadrada en una política cultural que beneficie, equitativamente, a todas las regiones, contribuirá en una identidad nacional robusta, cuya fortaleza radique en la diversidad de sus identidades locales. Para avanzar en ese camino, la discusión debe estar situada en la democracia cultural como una plataforma para una sociedad más justa, no solo en el acceso a bienes, manifestaciones y servicios culturales, sino que con un énfasis fuerte en la participación de sus ciudadanos en la creación de contenido.

Las comunidades, sus territorios, sus espacios sociales e incluso políticos, tienen sonoridades propias, y creo fuertemente en que su proyección a través de las políticas del Estado pueden convertirse en una plataforma sólida para la democracia cultural.

Miguel Farías es compositor y doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile. Además, es profesor de las cátedras de Composición y Orquestación en la Universidad Católica. Actualmente, es el director ejecutivo de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile (FOJI).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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