Publicidad
Más ander, y menos ground CULTURA|OPINIÓN

Más ander, y menos ground

Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
Ver Más

Quizás exista una cierta sobredimensión en su postura, pero es importante consignar como suele ser habitual que, con el paso del tiempo, muchos momentos y lugares quedan en el olvido, y poner en valor ambos sitios, me parece muy meritorio, en especial para quienes no lo vivieron, incluso por culpa de su auto represión.


“La cultura oficial sale a tu encuentro,
pero al underground, tienes que ir tú”. (Frank Zappa).

 

Prescindir del optimismo, no es necesariamente una profecía autocumplida, ni tampoco un berrinche de este díscolo estado anímico, evidenciado desde que estamos constituidos como nación. Debe entenderse, como una lógica reacción, luego de bancarse una dictadura donde los espacios culturales fueron eclipsados por el “apagón”. Además de restringidos, coartados, supervigilados y reprimidos. Pero, aquel proceso involutivo, trajo su contraparte que de forma incipiente empezó a propiciar instancias que ayudaron a reconstruir un lesionado corpus que calladamente comenzaba a desperezarse y despertar.

Así es como fueron surgiendo vías de escape que quedaron plasmadas en nuestra memoria, y que hoy se pueden constatar en «ANDER: Resistencia cultural en El Trolley y Matucana 19», exposición multidisciplinar curada por Juan José Santos, junto al productor Matías Cardone, y el museógrafo José Délano, la que estará abierta al público hasta al 24 de diciembre del 2022 en la Sala Matta del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).

Aun cuando lentamente afloraron diversas iniciativas, como el emblemático Taller 666 (1976-1980), una academia de arte y cultura que convocó a un significativo grupo de intelectuales y artistas, muchos exonerados de las distintas casas de estudios, la Agrupación Cultural Universitaria (ACU), que reactivó la casi inexistente vida cultural en los campus universitarios y el Colectivo de Escritores Jóvenes (CEJ, 1982‐1985) que visibilizó a una emergente generación de escritores de todo Chile y el exilio, para resistir ese urgente periodo de oscurantismo.

Sin embargo, quienes remecieron la escena cultural con su atrevimiento, fueron el garaje de Matucana y el mítico Trolley de San Martín con San Pablo, dos epicentros de la escena cultural disidente, surgidos según Ramón Griffero, quien estrenó sus óperas primas en El Trolley. – “Para no hablar como ellos hablan, ni representar como ellos representan. Autónomos porque no tenemos nada, y nada nos dieron. Autónomos porque auto-generamos y nos auto-conducimos”.

Desde ya, concuerdo con el enfoque de Jorge Letelier de Ciper: “Que hoy lleguen al principal centro artístico del país, da cuenta de las operaciones de legitimidad y puesta en valor patrimonial que ciertos procesos artísticos van adquiriendo con los años, a contrapelo de las ideas preconcebidas sobre lo canónico en el arte”.

Reflexión que compendia la recuperación de un material historiográfico que testimonia la precariedad, la rebeldía y la urgente necesidad de sublevarse, expresada en estos disruptivos escenarios marcados por el aporte del destacado director y coreógrafo Vicente Ruiz, quien en este espacio convocante instaló la performance como una forma de lenguaje que comienza como dijo él – “Con la aparición del cuerpo”. Tomando como base la tragedia griega e intercalando la sexualidad, la identidad de género y la expresión corporal como instrumento.

Por eso ANDER, es un término que al chilenizarlo, sugiere algo más que el simple hecho de concebirlo como subterráneo, ya que incuba en sus génesis una transgresión mayor, porque se sacude el cepo moral impuesto, tal como lo evidencia el anterior artículo de El Mostrador,  en “espacios en los que el baile y la fiesta se fusionaba con el compromiso político en una mezcla de emociones de júbilo, rabia, desesperación y optimismo en una tribu, como se denominaban muchos de ellos, que desconocían lo que el futuro depararía”.

Aunque la incertidumbre, no sólo determinó a artistas y asistentes de las desenfrenadas fiestas espandex, sino a quienes intentábamos brasear infructuosamente contra la corriente. Por tanto, reconozco en esta muestra un reencuentro con quienes vimos en un fanzine, no sólo una caricatura, vibramos con los acordes de los grupos punk, rock o new wave y las obras del Teatro del Silencio y Teatro Cinema, pero también con las adelantadas propuestas de artistas visuales como Víctor Hugo Codocedo (1954-1988), a quien destaco, porque pese a su prematura desaparición, dejó una serie de obras que van desde la pintura al video-arte, y una instalación conformada por un imponente caballo recreado mediante una suerte de holograma a escala real, siguiendo su esquema original.

En paralelo, identifico una acción de arte de las Yeguas del Apocalipsis en contra de la masacre de Tiananmén, haciendo un entrecruce referencial entre Kazuo Ono, figura de la danza Butoh y la caligrafía china grabada sobre la piel. Sin duda, dos obras donde la vanguardia se dejó sentir, y a la que se suma todo un compromiso que por una parte da cuenta de eso que los japoneses llaman el arte del Kintsugi o la belleza de las cicatrices, y por otra se prolonga en un eco que retumba en nuestra conciencia, dado que retrotrae dos lugares de culto, donde todavía se oyen las voces más influyentes de la escena disidente, y donde la experimentación o la invocación a la discrepancia fue la consigna para deconstruir los miedos.

Cabe destacar incluso donde está emplazada Ander (en el subsuelo de la Sala Matta), pues le da total coherencia, permitiendo al público hacerse una panorámica de lo que significó, ya que prevalece además la dispersión de aquello hecho con más ímpetu que nada. Por lo que la espontaneidad también debe estar considerada, ya que ambos lugares fueron un oportuno oasis en ese mar de restricciones, pero no sólo como un espacio de subversión, sino como un espacio de liberación, donde se reconoce el coraje de quienes, como Rosa y Jordi Lloret, hicieron de un galpón un escenario abierto, donde estaba todo pasando, y que se expresa en lo dicho por el propio Jordi, “el renacimiento de una algarabía que cortó el Golpe de 1973”.

Quizás exista una cierta sobredimensión en su postura, pero es importante consignar como suele ser habitual que, con el paso del tiempo, muchos momentos y lugares quedan en el olvido, y poner en valor ambos sitios, me parece muy meritorio, en especial para quienes no lo vivieron, incluso por culpa de su auto represión.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias