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ARGENTINA, DECIME QUÉ SE SIENTE… !!

Tras terminar empatados sin goles los 90 minutos de reglamento y los treinta de alargue, la Selección chilena fue más efectiva en los penales. El disparo ganador de Alexis desató la alegría que se diseminó por todo el territorio nacional, haciendo de la noche una jornada linda e interminable.


Fue un momento único. Irrepetible. Histórico y sublime. En los hombros de Alexis reposaban las ilusiones de 17 millones de chilenos para alcanzar por primera vez la Copa América. Fernández, Vidal y Aránguiz habían acertado, mientras que para Argentina sólo había anotado Messi. Higuaín la había mandado a las nubes y Bravo, ratificando su jerarquía, le había tapado el remate a Banega.

Dependía todo de Alexis. De la figura inmensa del Arsenal que, en esta Copa América, había estado lejos del nivel que todos suponíamos y esperábamos.

Y Alexis definió como definen los cracks. Como sólo afrontan los grandes la instancia máxima y decisiva. No lo asustó ni la responsabilidad ni el porte de Romero, que con su estatura superior al metro 90 parecía tapar todo el arco.

Cuando tomó carrera, en el Nacional no volaba una mosca y las calles de las ciudades y villorrios de todo el país parecían pueblos fantasmas. Y Alexis, que ya estaba en la historia del fútbol chileno, decidió que ahora él escribiría su propio capítulo: el más glorioso, el más trascendente, aquel destinado a perdurar en el recuerdo y la admiración de las futuras generaciones.

No tiró a matar. No optó por reventar el arco. Vio en centésimas de segundo que Romero buscaba hacia su izquierda y se la puso con un toque suave que hizo llegar el balón hasta el fondo de las mallas como en cámara lenta (o eso al menos nos pareció a todos), para desatar la alegría indescriptible del público asistente al estadio y de los millones que, con el alma en un hilo, habían seguido las dos horas de partido con el corazón en la mano.

Era verdad: Chile era campeón de América frente al rival más linajudo de todos. Aquel que tiene al mejor jugador del mundo y una corte de cracks que se transforman en los más jerarquizados escuderos de su Rey. La Roja había hecho suyo ese torneo nunca alcanzado y que sólo se había rozado en oportunidades anteriores.

El carnaval, la alegría desbordante, se diseminaba por todo el territorio como marea incontenible.

¿Lo mereció Chile? Por supuesto que sí. Por historia y por presente, era Argentina el inmenso favorito. Pero frente a ese equipo plagado de figuras la Roja se plantó sin complejos de ningún tipo y, aunque careció de la profundidad que todos queríamos, mostró siempre más actitud y ambición que un equipo que, extrañamente, prefirió esperar a ver qué proponía el rival; que, más que asumir el protagonismo, confió en los alardes individuales de Messi, en las pelotas detenidas y en alguna contra que pillara mal parada a la defensa.

Una defensa que, diseñada por Sampaoli para este partido, respondió plenamente, se puso a la altura de las circunstancias, y casi, casi, no mostró fallas. Porque el “Gato” Silva fue prenda de garantía y porque Beausejour mostró, en el partido decisivo, que estaba más que calificado para cubrir su banda y sumarse en ataque cuando la situación lo aconsejaba.

Justo es reconocerlo. Teniendo menos la pelota, llegando con menos frecuencia al arco de Bravo, Argentina dispuso, tras los 90 minutos de juego, de las oportunidades más claras. Con un cabezazo de Agüero, a quemarropa tras un tiro libre de Messi, y ante el cual Bravo demostró, con su notable reacción, por qué es el arquero del Barcelona. Y luego, ante otro remate de Lavezzi, tras pase hacia atrás de Pastore, repelió con los puños un violento remate que buscaba la red.

Pero la Roja también había mostrado lo suyo. Con menos ocasiones de acuerdo a su mayor tenencia de pelota, había tenido siempre preocupado a Romero. Vargas dejó ir una por rematar elevado, tras una arrancada en solitario.

Fue, sin embargo, en el último minuto de los 90 reglamentarios, cuando la historia pudo tener un final distinto. Arrancó Messi desde mitad de campo, en veloz contragolpe, y su habilitación buscó a un Lavezzi que corría destapado por la izquierda. El del París Saint Germain optó por el centro en vez del remate directo y la pelota, que cruzó toda la boca del arco, no pudo ser empalmada en el otro extremo por Higuaín, que llegó un segundo tarde.

Era el gol del triunfo y del campeonato para Argentina. Pero no fue, y entonces surgió la sospecha que, si no habíamos vivido en esa jugada la frustración tantas veces repetida, la noche podía convertirse en fiesta.

Los 30 minutos de alargue mostraron dos equipos al borde de la extenuación, pero sin la más mínima intención de bajar los brazos o rendirse.

Y así como Argentina lo había tenido en ese contragolpe encabezado por Messi, así Chile lo tuvo cuando terminaba el primer tiempo suplementario.

Se pifió ostensiblemente Mascherano y Alexis arrancó solitario con el balón dominado. Entrando al área, cometió el mismo error que Vargas había cometido durante la primera etapa: prefirió, ante la marca que se le venía encima, tirar violento pero por alto, desperdiciando una oportunidad que a lo mejor no habría cambiado el desenlace, pero bien pudo quitarle una buena dosis del dramatismo que al final tuvo.

Porque la ceremonia de los penales, que no es azar o una lotería, como muchos afirman, fue propia de un guión del más talentoso de los guionistas de Hollywood dedicados a vender emoción y suspenso.

En esa instancia cumbre, en que hay que tener la cabeza fría y el corazón caliente, se impone el que mejor técnica muestra al momento del remate, el que es capaz de sobrellevar en mejor forma la presión inmensa y hasta insoportable que se le viene encima.

¿Cuántas veces una definición por penales no nos había sumido en la frustración angustiante, en la tristeza más profunda?

Fernández, el primero elegido por Sampaoli, la puso arriba como un maestro. Messi replicó dejando sin opción a Bravo. Vidal, otro especialista, le puso suspenso, haciendo llegar el balón a las mallas luego que golpeara el palo. Fue, entonces, el turno de Higuaín y su remate, violentísimo, se fue por sobre el travesaño, haciendo que la ilusión nacional se fortaleciera.

Pero había que asegurar, y Aránguiz lo hizo con un remate a media altura que Romero adivinó, pero que no pudo manotear. Y entonces fue Banega por su turno. Sabiendo que, si fallaba, Argentina quedaba caminando sobre la cornisa. Cuando Bravo lo atajó, la explosión de júbilo corrió por todo el país como reguero de pólvora.

Chile estaba a un disparo de ser campeón de América y el destino quiso que fuera Alexis, este mismo Alexis que no había brillado en los partidos precedentes, que sólo había mostrado chispazos de su genialidad y jerarquía, quien la puso en un rincón bajo dejando a Romero tirado para el lado opuesto.

Chile era, por fin, Campeón de América. Atrás habían quedado decenios de contrastes dolorosos y frustraciones lacerantes. La historia, que siempre nos había dado la espalda, esta vez nos abría los brazos y nos acogía como uno de sus hijos predilectos.

Gloria a estos muchachos, que necesitaban ganar algo para ratificar aquello de ser la mejor generación del fútbol chileno a través de toda su historia.

Gloria a estos jugadores que, entregándolo todo, siempre tuvieron el resto suficiente para seguir luchando y buscando lo inédito.

Gracias, muchachos. Gracias por este trozo de historia que nos han regalado.

Gracias por este momento único, inédito y sublime.

PORMENORES
Partido final, Copa América.
Cancha: Estadio Nacional.
Público: 45.643 personas.
Árbitro: Wilmar Roldán (Colombia).

CHILE: Bravo; Isla, Medel, Silva, Beausejour; Aránguiz, Díaz, Valdivia (73´ Fernández), Vidal; Sánchez, Vargas (94´ Henríquez).

ARGENTINA: Romero; Zabaleta, Demichelis, Otamendi, Rojo; Pastore (80´ Banega), Mascherano, Biglia, Messi; Agüero (73´ Higuaín), Di María (28´ Lavezzi).

Goles: No hubo
Tarjetas amarillas: En Chile, Silva, Díaz y Aránguiz. En Argentina, Rojo y Mascherano
Penales: Para Chile convirtieron Fernández, Vidal, Aránguiz y Sánchez. Para Argentina, Messi. Fallaron Higuaín y Banega.

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