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¿Hay espacio para un populismo de derecha en Chile? Opinión

¿Hay espacio para un populismo de derecha en Chile?

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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Más que un verdadero riesgo a la democracia, la candidatura de Kast representa un dolor de cabeza para la derecha. El verdadero populismo de derecha no se construirá sobre la base de posiciones ultraconservadoras, que ya van en retirada, sino que se apuntalará en visiones que sean capaces de conquistar a las mayorías. A partir de la última CEP, hay que reconocer que el candidato mejor aspectado es Joaquín Lavín. Aderezado con una conveniente dosis de antiestablishment y matizando su conservadurismo –en vez de exhibiéndolo, como Kast–, las mismas ideas de preocupación por los “problemas concretos” de la gente, en desmedro de la política y la ideología, pueden constituir el caldo de cultivo ideal para un populismo “a la altura” del siglo XXI.


La elección de Trump, y ahora la de Bolsonaro (la de Duterte, en Filipinas, la dejamos pasar más o menos inadvertida), ha encendido las alarmas en el país respecto de la posibilidad real de que un gobierno de estas características llegue al poder a través de las urnas. El mayor temor está dado, por cierto, por la figura de José Antonio Kast, cuyo discurso extremo ha obtenido una sorprendente resonancia, si consideramos el 8% que obtuvo en las elecciones pasadas y las cifras que lo acompañan hasta ahora en las encuestas.

¿Hay posibilidad de que Kast siga aumentando su base de apoyo hasta alcanzar una real opción de llegar a La Moneda?

Para responder esta pregunta hay que decir, en primer lugar, que el discurso de José Antonio Kast, no resulta estrictamente populista, sino más bien de ultraderecha y, sobre todo, ultraconservador. Ambas cosas no son lo mismo. El atributo esencial del populismo es la propuesta de soluciones supuestamente fáciles, aunque inviables, a problemas sensibles para la población, que son agrandados por el líder populista hasta transformarlos en terrores colectivos. A esto se une con frecuencia un posicionamiento marcadamente antiestablishment, que pretende barrer con el sistema político y reconstruirlo de cero.

La figura de Trump es un ejemplo emblemático de todo esto. Buena parte de sus medidas son soluciones ficticias para problemas agrandados por su propia retórica. El famoso muro es ilustrativo a este respecto: una medida impracticable, inútil (porque aunque se construyera no tendría un efecto real en detener la migración) y, además, sin mayor relación con los problemas que aquejan a la clase media estadounidense. Sus bravatas para restringir el ingreso de poco menos toda la gente que use turbante, sigue el mismo patrón: se conecta con un temor arraigado en los estadounidenses (de hecho, lo refuerza), pero en la práctica es inviable, ilegal, no tendrá efecto en prevenir el terrorismo en suelo americano que, por otro lado, no es el principal problema en Estados Unidos (mucho menos, de hecho, que los lobos solitarios con acceso a armas automáticas).

[cita tipo=»destaque»] Más que manipular ciertos temores colectivos con fines populistas, el apoyo a Kast refleja una sociedad mixta, todavía en transición, que no ha absorbido de buena manera los profundos cambios sociales experimentados, y que todavía contiene en su interior grupos que reaccionan ante ellos. Por otro lado, es muy importante comprender que las minorías ultraconservadoras no son solo reductos que se van extinguiendo del todo, sino que responden más bien a una pulsión social, que se regenera y reaparece bajo distintas formas. El gran auge de las religiones evangélicas, o de ciertas vertientes de ellas, reflejan muy bien esta fuerza: en un mundo de cambio e incertidumbre, un grupo  de la población busca amparo en ciertas certezas rígidas, a veces de marcado carácter fundamentalista.[/cita]

En ambos ejemplos se observa en acción la receta clásica del populismo: manipular una preocupación o temor de la población y agrandarlo hasta convertirlo en un fantasma terrorífico, para el cual luego se proponen medidas mágicas, pero en verdad inefectivas para resolverlo.

En rigor, ninguno de estos rasgos se observa en el discurso ultraconservador de José Antonio Kast. Su oposición al aborto, a las medidas de reconocimiento de la diversidad sexual, a la llamada “ideología de género”, por más que resulten odiosos, discriminatorios y a veces incluso antihumanos, difícilmente se conectaran con una mayoría electoral. Tampoco se inspiran en un temor extendido entre la población y, en rigor, ni siquiera proponen “soluciones” a ellos, tan solo una especie de retorno al pasado.

El discurso de Kast es en verdad de naturaleza muy distinta al del clásico populismo, se articula en torno a otros ejes. Su apelación principal es a un sector retrógrado del electorado, inmune, refractario a los cambios que ha venido experimentado el país, y el mundo, en las últimas décadas. En este sentido su discurso es una especie de restauración valórica inviable, sin verdadero potencial electoral.

Algo similar ocurre con su violenta defensa de la dictadura y su relativización o “contextualización” de las violaciones a los Derechos Humanos. Nos puede repugnar que un político enarbole estas ideas, podemos censurar la responsabilidad que tiene en propugnar visiones que fomentan el odio, pero difícilmente será un discurso de mayoría. Por otro lado, mal puede sorprendernos que encuentre adherentes en cierto segmento de la población. Todos sabemos que subsiste un grupo de la población que es todavía impermeable a la verdad histórica acerca de la dictadura (probablemente siempre lo será), que guarda nostalgia de ese período oscuro y que trata a Pinochet de “Presidente”.

Más que populismo con vocación de mayoría, lo que Kast pone de manifiesto entonces son las zonas más oscuras de un proceso de democratización y modernización del país, que está lejos de ser homogéneo. Su electorado representa a un grupo de la población que simplemente se resiste a aceptar los cambios por los que ha transitado la mayor parte del país en los últimos años: el reconocimiento de las minorías sexuales, el nuevo rol de la mujer y, desde luego, la condena a los crímenes de la dictadura. Su discurso sin duda tiene responsabilidad en la consolidación, incluso reforzamiento de estas ideas, pero es esencialmente un discurso de minoría, de un grupo que va en retirada.

Más que manipular ciertos temores colectivos con fines populistas, el apoyo a Kast refleja una sociedad mixta, todavía en transición, que no ha absorbido de buena manera los profundos cambios sociales experimentados, y que todavía contiene en su interior grupos que reaccionan ante ellos. Por otro lado, es muy importante comprender que las minorías ultraconservadoras no son solo reductos que se van extinguiendo del todo, sino que responden más bien a una pulsión social, que se regenera y reaparece bajo distintas formas. El gran auge de las religiones evangélicas, o de ciertas vertientes de ellas, reflejan muy bien esta fuerza: en un mundo de cambio e incertidumbre, un grupo  de la población busca amparo en ciertas certezas rígidas, a veces de marcado carácter fundamentalista.

En este sentido, más que un verdadero riesgo a la democracia, la candidatura de Kast representa un dolor de cabeza para la derecha, que se verá obligada a negociar otra vez con estas vertientes integristas, sobre todo para la primera vuelta, y a derechizar, por tanto, su discurso para no perder demasiado terreno frente a ellas.

¿Significa esto que estamos libres de un populismo de derecha? De ninguna manera, tan solo quiere decir que JA Kast no es el verdadero riesgo en este sentido.

El verdadero populismo de derecha no se construirá sobre la base de posiciones ultraconservadoras, que ya van en retirada, sino que se apuntalará en temas y visiones que sean capaces de conquistar a las mayorías. Sin duda habrá aquí una recurso a temas candentes, que inquietan a la población y que puedan ser utilizados como arma para construir discursos electoralistas: la delincuencia, la migración, el tema mapuche. Pero sospecho que su sentido más profundo no tendrá que ver con estas áreas temáticas, sino más bien con la visión misma de la política.

Este será el terreno privilegiado en el cual emerjan las respuestas fáciles, falaces, e inviables, clásicas del populismo: la idea de que la política no sirve para nada, que es solo una pérdida de tiempo y un gasto innecesario de plata, que conspira contra la resolución de los problemas concretos de la gente. La desideologización, en el sentido de que no tiene sentido modificar el sistema en su conjunto, sino tan solo generar pequeños cambios que permitan simplemente que cada vez funcione un poco mejor. Y, por último, la individualización a ultranza, en el sentido que no vale la pena desgastarse en soluciones colectivas, necesariamente laboriosas y arduas, sino tan solo en mejorar, aunque sea un poco, mi pequeño ámbito de bienestar personal.

Hasta la semana pasada, pensaba que el representante más peligroso de este discurso populista lo representaba Manuel José Ossandón. A partir de la última CEP, hay que reconocer que el candidato mejor aspectado es Joaquín Lavín. Con un pequeño aggiornamento a los tiempos que corren, es probable  que su discurso no se aleje demasiado del que estuvo a punto de llevarlo a la Presidencia a finales de los 90. Aderezado con una conveniente dosis de antiestablishment y matizando su conservadurismo –en vez de exhibiéndolo, como Kast–, las mismas ideas de preocupación por los “problemas concretos” de la gente, en desmedro de la política y la ideología, pueden constituir el caldo de cultivo ideal para un populismo “a la altura” del siglo XXI.

El espacio para el crecimiento del populismo de derecha es proporcional a la medida en que las demás fuerzas políticas dejen el flanco desprotegido. La izquierda debería tener especial cuidado en levantar discursos convincentes y realistas, sobre la importancia, y utilidad, de la democratización, la búsqueda de soluciones colectivas y el camino concreto propuesto para el tan bullado “cambio de modelo”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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