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¿Hacen mal las drogas? Opinión

¿Hacen mal las drogas?

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Políticamente el moralismo contra las drogas es atractivo, es un modo simple –simplista y, por lo tanto, extremadamente destructivo– de «combatir» al mal, entendido como una substancia negruzca que está fuera de nosotros, y que casi siempre adopta la forma de unos sujetos concretos a los cuales es preciso exterminar para limpiar el mundo, lo cual además es divertido: drogadictos, narcos, acosadores, saboteadores, extremistas, carteristas, ladrones, corruptos, herejes, contrarrevolucionarios, guerrilleros… ¡a por ellos! La configuración de lo que se considera el mal va variando, el moralismo necesita siempre lo mismo: un listado de sujetos a guillotinar ante la satisfacción de la galería. La humanidad ha vivido sucesivas épocas moralistas, que más que resultados en reducción del mal nos señalan cómo a los males que ya había se añaden otros nuevos, a veces letales.


¿Hacen mal las drogas? Todo hace mal para algo y bien para otras cosas. Ya en el siglo XVII, el incomparable Spinoza postuló que lo Bueno y lo Malo no existen como tales para las personas: cada cual persevera en su propio ser, dice, y lo que me ayuda a ser mejor en lo que soy, haciéndome pasar a un estado de mayor perfección, eso será para mí lo bueno: por ejemplo, un viaje, un amigo, un libro, una comida pueden hacerme bien o pueden hacerme mal. No son buenos o malos por sí solos.

Las substancias psicotrópicas lo mismo: un pisco sour puede ser muy indicado para disfrutar de un encuentro social y afectivo y encontrar esa tarde, quizá, al amor de nuestra vida dando inicio a una nueva familia y a un conjunto de seres queridos; o muy malo si lo tomo antes de conducir mi auto y me estrello al poco rato. Efectivamente el alcohol hace mal, y la falta de alcohol quizá también, por ejemplo, Steve Jobs se alimentaba en dieta vegana con cero alcohol y murió joven de un cáncer, quizá unos tragullos le hubiesen bajado el estrés.

Dicho esto, es quizá conveniente ir al otro tema que subyace en este tipo de debates: el moralismo. Moralista es quien desecha los contextos, se complica ante la dialéctica propia de la vida, y prefiere reemplazar la intuición honesta caso a caso (siempre relativa) por un recetario de normas rígidas aplicables en todos los casos a todas las personas. Es la senda de la Inquisición, el estalinismo, la Liga de Damas por la Decencia, los años de la Prohibición norteamericana o la Guerra contra las Drogas que produjo muchísimos más muertos y encarcelados y violencia que la propia droga: en realidad, «la droga» no produce nada, son las personas las que pueden destruirse con su uso inadecuado, tal como «las piedras» no producen nada, salvo si unas personas las utilizan para lapidar a otras o para hundirse en el agua.

Políticamente el moralismo es atractivo, es un modo simple –simplista y, por lo tanto, extremadamente destructivo– de «combatir» al mal, entendido como una substancia negruzca que está fuera de nosotros (pure evil, dicen los anglosajones), y que casi siempre adopta la forma de unos sujetos concretos a los cuales es preciso exterminar para limpiar el mundo, lo cual además es divertido: drogadictos, narcos, acosadores, saboteadores, extremistas, carteristas, ladrones, corruptos, herejes, contrarrevolucionarios, guerrilleros… ¡a por ellos! La configuración de lo que se considera el mal va variando, el moralismo necesita siempre lo mismo: un listado de sujetos a guillotinar ante la satisfacción de la galería. La humanidad ha vivido sucesivas épocas moralistas, que más que resultados en reducción del mal nos señalan cómo a los males que ya había se añaden otros nuevos, a veces letales.

[cita tipo=»destaque»]Dicho esto, es quizá conveniente ir al otro tema que subyace en este tipo de debates: el moralismo. Moralista es quien desecha los contextos, se complica ante la dialéctica propia de la vida, y prefiere reemplazar la intuición honesta caso a caso (siempre relativa) por un recetario de normas rígidas aplicables en todos los casos a todas las personas. Es la senda de la Inquisición, el estalinismo, la Liga de Damas por la Decencia, los años de la Prohibición norteamericana o la Guerra contra las Drogas que produjo muchísimos más muertos y encarcelados y violencia que la propia droga: en realidad, «la droga» no produce nada, son las personas las que pueden destruirse con su uso inadecuado, tal como «las piedras» no producen nada, salvo si unas personas las utilizan para lapidar a otras o para hundirse en el agua.[/cita]

Respecto de los niños, uno ve que están cada vez menos con sus padres y más en servicios externalizados, aunque siempre salen mucho a relucir cuando se habla de estos temas, y se esgrimen como arma arrojadiza. Creo que simbolizan la pretensión de irresponsabilidad de unos adultos que no quieren ser adultos, y que adicionalmente pretenden impedir de modo oficial, coercitivamente, que los demás lo sean. Les gustaría transformar a la sociedad en un internado muy estricto. Lejos de propiciar una vida social civilizada, de sujetos libres y responsables, insisten en que las personas somos objetos. Se resisten a crecer y pretenden infantilizar al resto.

Son quienes prefieren creer que las cosas “les pasan” a las personas, que las personas –y lógicamente también ellos– son víctimas inocentes e inermes del Mal. Un Mal que anda suelto por ahí y que puede caer sobre cualquiera de nosotros, en cualquier momento, para devorarnos. La droga sería una de esas substancias narcotizantes ante la cual se derrumban todas las defensas de la persona adulta. Es esta una de las caras de toda una cultura de la victimización, de la irresponsabilidad, del cese de todo debate cívico. ¿Qué pueden debatir seres inocentes, primitivos, que no logran responsabilizarse no ya de sus dichos sino ni siquiera de sus hechos?

Naturalmente que la droga en manos de los niños no es una buena idea, como no es buena idea poner en manos de un niño un auto, una motosierra, un botiquín de remedios, un biberón con pisco sour o dejarlo solo en un aeropuerto. No por eso vamos a estar en contra de los aeropuertos…

Todo hace mal para algo y bien para otras cosas. La persona adulta es la que sabe qué le hace bien y qué le hace mal. Y es la que, con el debido respeto por los demás y por sí misma, asume los riesgos cuando no tiene la seguridad absoluta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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