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La educación hecha Cubillos y la pseudolibertad presidencial Opinión

La educación hecha Cubillos y la pseudolibertad presidencial

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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Llevar a los desposeídos del presente al matadero parece, en consecuencia, un sacrificio ineludible. Un niño está condenado por su origen, por haber nacido amenazado por el narcotráfico, la prostitución, etcétera. De él no podríamos esperar otra cosa que velarlo a disparo limpio –como ocurriera con aquel muchacho, el “Chipamogli”, quien dándose a la fuga saliera en 2014 eyectado por el parabrisas de un automóvil robado–, en lugar de soñarlo todo pulcro y bien perfumado, cómodamente sentado con su notebook, pidiendo a una azafata o aeromozo que le sirva otra ginger ale, mientras va de camino desde Sidney a Beijing a cerrar un negocio. ¿Es justo eso?


¿Puede sin más un ministro pasar de una cartera a otra? Pienso que siempre hay perjuicios y, en algunos casos, bastante graves. Si algo distingue a un gerente que ha hecho escuela en un rubro determinado de aquel que viene de otro sector, es que el primero, si bien tiene la desventaja muchas veces de ser miope debido a los sesgos operacionales que le afectan, lleva dentro de sí la esencia del oficio. Cosa que no puede tener el otro, quien haciendo uso de toda su sociotecnia, si no sabe a dónde apuntar, tendrá blancos por doquier y probablemente se le acaben todas las balas antes de alcanzar el que debía ser su objetivo primordial. Creo que hasta acá la analogía está clara: la transición de la ministra Cubillos desde la cartera del Medio Ambiente a la de Educación, parece experimentar mermas.

Del pomposo proyecto “Admisión Justa”, blanco de críticas por parte de la oposición, se pregunta uno para quién es justo realmente el tipo de educación que vindica y si vale, por lo tanto, el dinero que la secretaria de Estado ha invertido en su gira propagandística a lo largo y ancho de nuestro país y si detrás de ella no hay sino un móvil ideológico. Ahora bien, si es ideológico, ¿se refiere a la “libertad” tan manoseada discursivamente por el Presidente Piñera o a la conservadora lógica de la resabiada derecha latifundista chilena?

Si se cuelga uno de las palabras de Nicole Cisternas, directora de Política Educativa de Educación 2020, que sostiene que “lo que pretende hacer es reponer la selección por notas y devolver a los colegios el poder de decisión de seleccionar a las familias”, está claro que el foco se halla puesto en el privilegio de la elección, en la discriminación, y de ninguna manera en la inclusión. ¿Qué colegio querría reclutar, digamos, a “ovejas negras”?

Está claro que el éxito de un establecimiento se mediría sobre la base de una competencia feroz y displicente, que pondría el foco de directivos y pedagogos en la financiación (el capital) y no sobre lo que importa verdaderamente: el educando. Además, ¿quiénes encarnan a las “ovejas blancas” del sistema?

La ministra, interpretada por el organismo mencionado y refrendada por sus tuits, no sería clara. Por un lado, hablaría de notas –aludiendo entonces al “alumno”– y, por otra, expresamente de la “familia”. Y aunque en cualquier caso se incurre en discriminación, tratando de hilvanar lógicamente tan ambigua declaración, podría hablarse de las “notas de la familia”.

Luego, ¿no es cierto que merecen entonces una educación de primer nivel solo aquellos que vengan de un núcleo familiar estable y con proyecciones? ¿Y quiénes sino los hijos de aquellos que ostentan una situación económica estable y favorable están en condiciones de merecer tal educación? ¿No cabe acaso pensar que los otros no serían más que desechos y quienes, bajo una lógica capitalista, son los que han de desempeñar el papel del obrero y el delincuente, mientras que los otros el del superejecutivo y el político sponsor? Porque bajo el enfoque libertario contemporáneo, ¿no son estos últimos acaso los únicos facultados para maximizar la grandeza de una sociedad y, por lo tanto, beneficiar a los desposeídos del futuro?

Llevar a los desposeídos del presente al matadero parece, en consecuencia, un sacrificio ineludible. Un niño está condenado por su origen, por haber nacido amenazado por el narcotráfico, la prostitución, etcétera. De él no podríamos esperar otra cosa que velarlo a disparo limpio –como ocurriera con aquel muchacho, el “Chipamogli”, quien dándose a la fuga saliera en 2014 eyectado por el parabrisas de un automóvil robado–, en lugar de soñarlo todo pulcro y bien perfumado, cómodamente sentado con su notebook, pidiendo a una azafata o aeromozo que le sirva otra ginger ale, mientras va de camino desde Sidney a Beijing a cerrar un negocio. ¿Es justo eso?

La realidad no es un cuento de hadas. “De utopías, nada”, podría decir un defensor acérrimo de la ministra. “El socialismo fracasó. ¡Aterrice, compatriota!”. Y, por consiguiente, he de aclarar que esto no tiene nada que ver con litigar desde la vereda opuesta, sino desde el mismísimo liberalismo matriz, con el fin de ordenar el discurso ministerial y buscar encajar las piezas, para ver si el puzle completo es al cabo razón o sinrazón.

Porque, siguiendo con mi torpe mayéutica socrática, ¿qué pasa cuando asoman de pronto 358 mil compatriotas entre 6 y 21 años que no asisten al colegio de forma regular, de acuerdo con un estudio recientemente publicado y elaborado en conjunto por el Hogar de Cristo, el Centro de Investigación Avanzada de Educación de la Universidad de Chile, el Centro de Justicia Educacional de la Universidad Católica y la Unicef? ¿Qué hay de estos marginados y qué futuro, pues, les puede deparar? ¿Para qué es justa una modalidad de admisión propuesta por el actual ministerio sino para hacer añicos la educación más de lo que se encuentra, para disgregar aun más la sociedad?

Quizá la ministra debiera contratar como asesor al economista Klaus Schmidt-Hebbel, quien parece tener la película un poco más clara. La semana pasada, en entrevista con Emol, el académico de la Universidad Católica rescataba que tres cosas le quitaban el sueño, todas estrechamente imbricadas: la Revolución Industrial 4.0, las dictaduras y la educación, siendo esta última probablemente la más importante, en tanto y en cuanto una mala educación es la catapulta para la generación de lo que el antropólogo israelí Yuval Harari llama una “masa de trabajadores redundantes” y, por supuesto, también para repetir los errores (horrores) del pasado de la mano del fascismo populista (¿Trump, Bolsonaro y Kast?).

La cuestión de la Cuarta Revolución Industrial, específicamente, apunta sobre todo, desde el punto de vista de las consecuencias, a los desastres medioambientales. Entonces, de nuevo, interpélese desde la tribuna ciudadana a la ministra: ¿cómo pretende ella, habiendo sido secretaria de Estado de la cartera del Medio Ambiente, crear conciencia sobre el clima si a un tiempo está generando hordas de ignorantes (inconscientes) y pone el foco de la educación en cuestiones que apuntan más a la forma que al fondo del problema (los inminentes desastres ecológicos, por ejemplo)?

De ahí que no en balde cuestionara al principio hasta qué punto el gerente de un rubro puede rendir de la misma manera en otro distinto. (Y eso que aquí se concede la posibilidad de que el desempeño de la ciudadana Cubillos fuera mejor en el anterior ministerio.)

Pero quizá la ministra –y el propio Presidente, quien defiende con uñas y dientes a sus secretarios, convencido seguramente de que están muy en línea con su programa–debiera mejor asesorarse por los emblemas fundamentales del liberalismo y, entonces, moderar sus razones (o purgar sus sinrazones). Y por respeto al espacio, voy a referirme solamente a uno de ellos: John Stuart Mill, el filósofo y gran patriarca del Utilitarismo moral.

Los que hemos estudiado a Mill, sabemos que, lejos de asimilar la Utilidad al vulgar margen utilitario de un balance financiero, significaba para él la Felicidad, esto es, un estado de placer devenido de una conciencia enriquecida con las más instructivas experiencias (el Utilitarismo, recuérdese, bebe intensivamente del empirismo). Por lo tanto, mientras más experiencias nutran el juicio, tanto mejor será el desempeño de este, el hombre será más libre y, consecuentemente, el placer será más sofisticado, refinado y, en definitiva, “humano”, puesto que será producto de una razón altamente cultivada.

Ahora bien, para lograr esto, la libertad y consiguiente felicidad del ser humano, según señala Juan Ramón Fuentes Jiménez (2013), profesor de filosofía en el instituto asturiano de Turón y experto también en el pensamiento del filósofo, hacen falta dos cosas.

Primero, digamos, una sociedad abierta e integrada democráticamente, ya que ella es la que aporta al sujeto el dato antropológico de la realidad diversa.

Segundo, la educación, que provee las oportunidades básicas para el autodespliegue del individuo; se trata de un aparato mnemotécnico que vindica y funge como recordatorio de la necesidad empírica de la diversidad y el autocultivo ilustrado para evitar quedarse en el círculo de confort y espolear el cambio maximizante de la libertad y Felicidad. Como se ve, la apertura al otro, en Mill, es conditio sine qua non del hombre libre. En la medida que los hombres se nutren mutuamente se edifica, por sinergia, el máximo poder libertador.

Sin entrar a discutir por Twitter, como hiciera con el ex profesor de sus hijos, le imploro a la ministra que en lugar de viajar por todo Chile repartiendo panfletos de su modelo de admisión, compre dos vuelos a Londres, uno para ella y otro para el profesor Schmidt-Hebbel, quien puede servirle de orientador, con su permiso, y vaya entonces a dejarle flores al monumento de John Stuart Mill en el Victoria Embankment Gardens. Si habiendo leído previamente al menos las obras Utilitarianism y On Liberty reflexiona sobre ellas y sintetiza un orden para su proyecto ministerial, creo que todos los chilenos sabremos al cabo bien invertidos nuestros impuestos, así como confiado correctamente el futuro educativo de nuestros niños de la mano del más puro liberalismo. Estaremos mejor preparados, pues, para la hecatombe climática y el tecnocalipsis de la nueva Revolución Industrial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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