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¿Cuenta Pública o cuenta regresiva? Opinión

¿Cuenta Pública o cuenta regresiva?

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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El error garrafal de Piñera fue “la desconocida” que le hizo a la Democracia Cristiana con la gestión del 4% de ahorro previsional. Mal que mal, ese partido se desangró internamente con un costo que ni aun Chahin dimensiona, ya que fue gracias a la falange que el Gobierno sorteó la primera valla legislativa. La DC de inmediato congeló sus relaciones con La Moneda, lo que hace suponer que la aprobación de los proyectos emblemáticos de Sebastián Piñera se pondrán cuesta arriba. Pero quizás lo más delicado para el Ejecutivo es que su propio sector es el que parece estar incómodo con el estilo unipersonal del Mandatario y, claro, esta Cuenta Pública hace prever que no se moverán mucho las agujas, que los anuncios se cumplirán en el largo plazo, por tanto, los partidos empezarán a mirar ahora al 2021. Candidatos ya tienen de sobra.


Lo cierto es que hacía muchos años que no llegábamos a una Cuenta Pública con tanta expectación. La Moneda se encargó, en las semanas previas, de dar a conocer desde detalles sobre cómo el Presidente usaría el teleprompter hasta instalar la imagen del Mandatario trabajando largas horas diarias en su escritorio para escribir de puño y letra el mensaje que conocimos el sábado. Además, hicieron trascender diversos proyectos que presentarían, así como el balance de lo logrado. También se cambió el horario buscando subir un rating que venía cayendo de manera sostenida desde 2009 –38 puntos vs. los 18 del año pasado–.

Sin embargo, el interés logrado –de hecho, subió el rating en 7 puntos respecto de 2018– comenzó a chocar con un contexto político muy adverso para La Moneda. Y se creó entonces un efecto búmeran: aumento del interés –especialmente de la prensa– en un ambiente de bajo apoyo al Gobierno. Cuando esto ocurre, suben las expectativas, el nivel de exigencia es mayor, por tanto, las personas esperan anuncios que puedan resolver problemas específicos y cotidianos. Nada de proyectos a largo plazo, como son los de infraestructura.

A esto se sumó una cadena de eventos desafortunados –todos autoinfligidos– que pusieron cuesta arriba la Cuenta Pública con anticipación. El lío de los hijos –que sigue penando al Presidente y que incluso significó que la prensa especulara toda la semana sobre si estos asistirían o no–, las presiones de la coalición para hacer un ajuste de gabinete antes del día D, para rematar en la insólita carrera presidencial, ultraadelantada, que se ha desatado en Chile Vamos y que significó que Piñera volviera –innecesariamente– a intervenir para criticar a Allamand, lo que generó una dura e inédita respuesta de Mario Desbordes.

De más está decir que un Gobierno que lleva apenas 15 meses, que sigue teniendo una oposición paupérrima, pero que cuenta con 6 o 7 candidatos presidenciales en franca campaña, habla de una derecha que una vez más se termina autodestruyendo, como ha sido una constante en su historia. Más que la primera Cuenta Pública –porque la anterior fue a solo un par de meses de haber asumido– el ambiente que se creó fue el de un Gobierno que pareciera estar llegando al final de su período. Y, por supuesto, el oficialismo contribuyó de manera importante a generar esta sensación.

Partamos por el ambiente en que se desarrolló la Cuenta Pública.

En primer lugar, debutaron las protestas nocturnas, condimentadas por barricadas, detenidos y disturbios al igual que todos los años, pero quizás lo más llamativo fue una alineada “barra pop” que terminó aplaudiendo desenfrenadamente después de cada frase del Presidente. Se notó que había un alto nivel de coordinación y pauteo previo. Sin duda, el momento más gracioso fue cuando la galería y parlamentarios de Chile Vamos terminaron aplaudiendo a rabiar cuando Piñera mencionó ¡el eclipse!, como si fuera un proyecto de autoría presidencial. ¿Era necesario hacer un show tan obvio?

El Presidente partió tenso, pero con el correr de los minutos –de las casi dos horas de su discurso– se fue soltando hasta terminar echando mano a sus características piñericosas. La alusión al teleprompter le dio un toque más suelto a una intervención cargada de adjetivos y alusiones patrióticas. También llamaron la atención los enfoques de cámara constantes a una Cecilia Morel que miraba justo hacia adelante, como si supiera que venía un plano hacia ella. El Presidente la mencionó en un par de ocasiones para destacar su rol en “Elige Vida Sana”, además de una broma doméstica referida a que él pertenece a la tercera edad. Estoy convencido: Morel perfectamente podría ser la “tapada” del piñerismo para 2021.

Pero de fondo, la Cuenta Pública fue pobre y poco novedosa en materia de anuncios. Prácticamente todo ya se había dado a conocer en las semanas previas. Abundaron las autoalabanzas, se insistió majaderamente en que los males del país vienen de antes, esquivando responsabilidades. Se hicieron promesas de infraestructura que con suerte verán la luz entre 5 y 10 años más. Y, por supuesto, se anunciaron proyectos en la esfera política que de seguro le importan poco a la gente –como el número de parlamentarios–, algo parecido a lo que intentó Bachelet con la Constitución.

Pero lo más importante: sinceró que la promesa de crecimiento no se va a cumplir. La muerte definitiva del eslogan “tiempos mejores”.

En los ámbitos que les interesan a las personas, solo salud se llevó la nota alta. Me atrevo a pronosticar que la reforma al sistema público y a las isapres pasará a convertirse, inesperadamente, en el legado de Piñera. Algo bastante paradójico si revisamos el programa con que ganó las elecciones en 2017. Incluso, sumó la rebaja a 2 mil medicamentos vía compra del Estado. Y eso fue todo. El resto, como el aumento de pensiones, depende exclusivamente de la habilidad que tengan para negociar en el Congreso

Los anuncios de infraestructura hicieron recordar a Lagos y, aunque están bien orientados –como mejoras en transporte o telecomunicaciones, así como calificar de “interés público” el metro en Concepción o trenes en distintos puntos del país–, definitivamente son buenas declaraciones de intenciones, pero solo generarán expectativas que no se cumplirán ni en el mediano plazo.

Donde sí hubo controversia fue en el terreno político. El Presidente se movió entre los llamados a un acuerdo nacional y búsqueda de unidad, pero con duras críticas a sus opositores, a los que volvió a calificar de obstruccionistas. Se mofó del Transantiago, culpabilizó a Bachelet por el bajo crecimiento –sin nombrarla– y al mismo tiempo salió a defender los proyectos que están ingresados al Congreso, aunque sin conceder espacio para cambiarlos, de hecho, enfatizó todos los puntos controvertidos.

Pero, sin duda, el error garrafal de Piñera fue “la desconocida” que le hizo a la Democracia Cristiana con la gestión del 4% de ahorro previsional. Mal que mal, ese partido se desangró internamente con un costo que ni aun Chahin dimensiona, ya que fue gracias a la falange que el Gobierno sorteó la primera valla legislativa. La DC de inmediato congeló sus relaciones con La Moneda, lo que hace suponer que la aprobación de los proyectos emblemáticos de Sebastián Piñera se pondrán cuesta arriba y, de paso, es probable que esto facilite un nuevo rearme de la oposición.

Quedó pendiente el cambio de gabinete, pero el anuncio de fusión de ministerios será ahora una buena excusa para un Gobierno que parece estancado políticamente y cuyas cifras de apoyo van y seguirán a la baja. Pero quizás lo más delicado para La Moneda es que su propio sector es el que parece estar incómodo con el estilo unipersonal del Mandatario y, claro, esta Cuenta Pública hace prever que no se moverán mucho las agujas, que los anuncios se cumplirán en el largo plazo, por tanto, los partidos empezarán a mirar ahora al 2021. Candidatos ya tienen de sobra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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