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El miedo que inhibe la participación juvenil Opinión

El miedo que inhibe la participación juvenil

La traba a la participación no está en el terreno objetivo y de la estructuras, sino en el de las emociones. La principal de ellas, el miedo. El miedo a ser cuestionado en la mesa familiar por los padres bajo el argumento de que tú no viviste esa época, ante lo cual es mejor evitar la conversación política. El temor, siempre presente, de que una opinión política por ser diferente signifique perder una amistad o no ser considerado por el círculo de referencia. La participación es altamente valorada, pero solo en cuanto es percibida como una actividad social que no involucra compromisos de largo plazo ni interacciones con otros diferentes a los círculos habituales (los amigos y conocidos).


En las pasadas elecciones de la FECH votó la cuarta parte de los estudiantes, un tercio lo hizo en las de la FEUSACH, mientras que en las de la Federación de Estudiantes de la UDP, un poco más de un décimo –29 puntos menos que hace nueve años– y solo la UC parece mantener tasas de participación en torno al 50%. En contraposición a estas cifras, vemos marchas multitudinarias protagonizadas por los jóvenes, pero es un protagonismo circunstancial, muchas veces acotado a causas (educación, derechos de las mujeres o minorías sexuales) y que no se canaliza como un aporte para el fortalecimiento de nuestra democracia, la que señala urgentemente perfeccionamientos.

Los jóvenes no son los que menos decaen en su participación electoral (Servel), pero sí los más desafectados de una democracia que la caracterizan como un pacto, un espectáculo del que son meros observadores. Son algunos de los conceptos que recoge un estudio cualitativo a estudiantes de universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica con diferentes niveles de participación política –desde la ausencia total de ella a la militancia en algún referente político– realizado por el Laboratorio Constitucional de la UDP y Subjetiva.

[cita tipo=»destaque»]El próximo año tendremos un nuevo ciclo electoral –concejales, alcaldes y gobernadores– que plantea, nuevamente, un desafío al mundo político. La apelación a los jóvenes a participar no es efectiva, entre otras razones, porque apunta a aspectos formales o institucionales y no respecto a prácticas cotidianas. El cómo se vive la participación en la mesa familiar, el colegio, las universidades o centros de formación superior promueve las interacciones que hacen posible la participación. Hay que pasar de la mirada macro al enfoque micro, donde la emoción juega un rol mucho más relevante.[/cita]

La traba a la participación no está en el terreno objetivo y de la estructuras, sino en el de las emociones. La principal de ellas, el miedo. El miedo a ser cuestionado en la mesa familiar por los padres bajo el argumento de que tú no viviste esa época, ante lo cual es mejor evitar la conversación política. El temor, siempre presente, de que una opinión política por ser diferente signifique perder una amistad o no ser considerado por el círculo de referencia. La participación es altamente valorada, pero solo en cuanto es percibida como una actividad social que no involucra compromisos de largo plazo ni interacciones con otros diferentes a los círculos habituales (los amigos y conocidos).

Una participación que es negada o, al menos, no promovida adecuadamente en los colegios en la percepción de los jóvenes, salvo que se haya estudiado en uno emblemático o que tenga una cultura al respecto, muchas que han ido forjando los propios alumnos, más que su autoridades.

Finalmente, el miedo mayor emerge en la universidad. El temor a ser estigmatizado no solo por lo que se pudiera decir, sino por la carrera que se estudia, la forma de hablar o vestir, el ser silenciando en una asamblea o sufrir bullying, si es que finalmente alguno se atreve a participar políticamente.

La demanda de los jóvenes no tiene que ver con petitorios concretos, mayores espacios formales de participación o cambios legales, sino simplemente con la posibilidad de ser escuchados, reconocidos. El petitorio, muchas veces, es la reivindicación de la emoción en toda su expresión, evitar que se normalicen situaciones que ellos parecen no estar dispuestos a aceptar. Se produce aquí una brecha significativa: mientras los adultos buscan soluciones, los jóvenes esperan interacciones en un plano de mayor igualdad.

El estudio se realizó mientras los estudiantes de Arquitectura de la Universidad de Chile instalaban su protesta por la carga académica, la que se extendió a otros centros de estudio. Un conflicto que sintetiza la brecha señalada en los relatos de los jóvenes sobre la participación política.

El próximo año tendremos un nuevo ciclo electoral –concejales, alcaldes y gobernadores– que plantea, nuevamente, un desafío al mundo político. La apelación a los jóvenes a participar no es efectiva, entre otras razones, porque apunta a aspectos formales o institucionales y no en relación con prácticas cotidianas. El cómo se vive la participación en la mesa familiar, el colegio, las universidades o centros de formación superior promueve las interacciones que hacen posible la participación. Hay que pasar de la mirada macro al enfoque micro, donde la emoción juega un rol mucho más relevante.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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