No digo que hay que “re”construir la cohesión social porque nunca la hemos tenido, hay que aprovechar esta crisis y convertirla en la oportunidad para construirla. Esta construcción debe hacerse en y con las organizaciones de base, tanto civiles, como son las ONG, y estatales, como son los municipios, con sus juntas de vecinos y otras organizaciones locales. Es allí donde están las semillas de nuestro capital social y ahora toca regarlas. El Gobierno y los empresarios pueden y deben apoyarlas, mas no obstruirlas. Que florezcan una y mil soluciones.
Si no arreglamos el problema de nuestra descohesión social, estamos jodidos. Por mucho que se arreglen las “condiciones objetivas” en materia de inequidad, fin de los abusos, nueva Constitución, disminución de la violencia y saqueos, sanción a todo carabinero y violentista que haya arrasado con los Derechos Humanos de sus com“patriotas”… estamos jodidos igual. Para la una buena mayoría de los ciudadanos ricos, pobres, clasemedieros, encapuchados o sin capucha, no hay el “patriotas” que se le pega al “com” para formar “compatriotas”. Cada uno para su santo y los demás me importan un carajo.
Le robaré algunos párrafos salpicados a Marta Lagos, que escribió hace poco una demoledora columna: “La anomia que nos inunda”, basada en una de sus encuestas estratificadas y metodológicamente correctas que le dan su inveterada credibilidad.
“La anomia es la ausencia de ‘ligaduras’, de vínculos. Las ligaduras entregan sentido, propósito en una sociedad. Lo que hemos visto en este estallido social es que los símbolos patrios como estatuas han sido vilipendiados por las masas, negando la historia y la patria. Ese es un típico síntoma de anomia».
«En el Chile contemporáneo la anomia comienza a formarse por la multiplicidad de opciones (oportunidades) que entrega el crecimiento económico, creando un fuerte individualismo (el yoísmo). Pero son meras oportunidades para elegir, sin un sentido de objetivo (sin ligaduras), es la ausencia de moralidad, un mundo de puras opciones que están más allá del bien y el mal… Eso implica que las oportunidades de elegir pierden su razón de ser y se difunde una ‘falta de sentido’. La violencia imperante es la expresión de esa ‘falta de sentido’. Esas personas tienen la sensación de que no tienen nada que perder. Buscan un sentido y no encuentran modelos, ejemplos, líderes a los cuales mirar hacia arriba ni futuro al cual adherir. Todo lo que les queda es el presente que rechazan, sin considerar norma alguna… No hay contrato social”.
Recuerdo una pared pintarrajeada, que decía “Me sale más barata una bala que seguir en este sistema” y se me aprieta el estómago. Sigamos con Marta Lagos
“En la formación de una sociedad ‘moderna’ es imperativo que existan ligaduras que les entreguen un sentido a las libertades y permitan la construcción de logros en los objetivos. Chile necesita liderazgos que señalen en camino futuro a ser un país desarrollado, con una sociedad abierta, con respeto y buen trato de los ciudadanos los unos con los otros… La violencia que observamos es producto de esa anomia, donde no existe la norma y la autoridad no tiene validez».
«Se instala lo que Albert Hirschman llama ‘la insoportable otredad de los otros’… Si a ello se le agrega el problema de la ‘desconfianza en el otro’, lo que Inglehart llama ‘la confianza interpersonal’ que alcanza apenas un 14%, es decir, un 86% de los chilenos no confía en el ‘otro desconocido’, estamos en serios aprietos como sociedad. Sin ligaduras y con desconfianza”.
Lagos termina con su propuesta:
“El problema más grave para salir de la crisis pasa a ser la reconstrucción de las ligaduras: el sentido de país, la patria, la historia, la familia, los valores morales consensuados, la comunidad, el demos. Salir de la condición en que cada chileno es una isla que actúa sin considerar al otro».
«Ahí hay que abordar como enfermedades sociales la anomia, el individualismo exacerbado, la desconfianza, para volver a recuperar la paz social”.
De ahí me cambio a una demoledora columna de Pablo Ortúzar, “Crisis del alma moderna”. Cuando la leí quedé para adentro… mal… pésimo. Yo que le había presumido ayer a mi esposa que ya estaba logrando un cierto “blindaje emocional” respecto a la crisis, en el sentido de cuidar mi psiquis antes que cualquier cosa, me derrumbé de una. Cito otros párrafos salpicados:
“El ego inseguro se alimenta de la agresión para sentirse reconocido. Y agresión es hoy lo que copa el espacio público… a falta de mensaje, buenos son los enemigos. Turbas y carabineros atrapados en un bucle… cada urbanita enloquecido por su propio deseo de autoexpresión. Millones de asambleas constituyentes unipersonales… Lo que nos afecta es una enfermedad del alma. La desigualdad extrema, los abusos y la corrupción son meros reflejos de ella. Es una mezquindad putrefacta que no nació con la dictadura sino que viene de antes –El Obsceno pájaro de la noche de Donoso y La muralla enterrada de Franz lo atestiguan– y que encontró una afinidad electiva con el llamado ‘neoliberalismo'».
«La única gran oportunidad que abre esta crisis social es la de mirarnos de una vez frente al espejo, reconocernos y perdonarnos por lo que somos… una nación de copiones mediocres y pichuleritos chaqueteros, de ‘sórdidos y pálidos calumniadores’. Un atado imbunche”.
Ortúzar termina con similares propuestas en forma de preguntas:
¿Cómo sanarnos el alma? ¿Cómo ponemos el crecimiento económico al servicio de un ‘yo’ y de un ‘nosotros’ verdadero y amado?… Si somos incapaces de tal esfuerzo, no habrá Constitución ni ‘primera línea’ que nos salve».
Se requirieron dos cientistas sociales para escarbar y llegar al fondo del asunto. Sus observaciones, con distintas tonalidades, van a lo mismo: la desaparición o inexistencia del ser colectivo. Y ambos proponen ideas similares: ¿cómo comenzamos a construir el “nosotros”? ¿Lo tuvimos alguna vez? ¿Entenderán este problema los economistas que armaron nuestro modelito?
No soy narco ni violentista y no me puedo poner en sus zapatos, pero podría jurar que cuando un cabro de 14 en la población decide ingresar a ser soldado narco, si bien parte de sus motivaciones son económicas, también lo son por su deseo de pertenecer a algo, a lo que sea, la banda narco del barrio por ejemplo. Muchos jóvenes violentistas en la “primera línea” se sienten por primera vez parte de un algo más grande que ellos. Y Chile no ha sido capaz de ofrecerles un “algo” que no sea mafioso ni destructor. Es lo mismo que nos dice la joven que aparece en la foto inicial de esta columna. “Quienes solo tienen aspiraciones INDIVIDUALES jamás entenderán una lucha COLECTIVA.”
Cuando algunos empresarios se coluden tienen únicamente aspiraciones individuales. The Clinic los titularizó certeramente: “Pollos, Farmacias, Confort y Pañales: Cuatro megaportonazos al bolsillo de todos los chilenos los últimos 20 años”. ¿Cuál es la diferencia moral entre el delincuente del portonazo y el gerentón coludido?
Cuando un político o un general se corrompe, su aspiración también es individual o, a lo más, del colectivo de generales beneficiados. Pero la falta de moral colectiva está presente a todo nivel. Cuando un dueño de pyme pide factura en vez de boleta en un restaurante, almorzando un domingo con su familia… o cuando un padre de clase media se horroriza ante la posibilidad de que a la escuela de sus hijos entren algunos niños de clase un poco más baja, ya ni siquiera “flaites”, las aspiraciones de ambos son individuales y no colectivas, y son inmorales.
Los médicos en las clínicas privadas que exigen exámenes innecesarios, y los habitantes de Las Condes que se horrorizan porque Lavín les quiere construir condominios cercanos para gente que ni siquiera es pobre, sino de clase un poco más baja, están cortados por la misa tijera, al igual que las farmacias que venden medicamentos a precios 10 veces más altos que lo normal. Hacia donde los violentistas y los narcos miran, encuentran segregación académica, social y económica, así como corrupción y abuso grande, mediano o pequeño… ¿por qué ellos habrían de parar de robar o destrozar?
Esta crisis logró hacer aflorar y naturalizar la violencia –que estaba escondida bajo la alfombra– como forma normal de coexistencia, pero esta se está montando en la previamente existente corrupción como forma casi normal de expresión del contrato social. Ya lo escribió el tanguero Julio Sosa: “Siglo veinte, cambalache, problemático y febril. El que no llora no mama. Y el que no afana es un gil”. Recomiendo la lectura completita de la letra del tango, porque es una cruel fotografía del Chile actual.
Este tango no estaba solamente arraigado en el alma argentina, sino también en la chilena, los supuestos “ingleses de América Latina”. En el sentido tanguero, somos igual que los argentinos pero hablamos peor y nos vestimos de gris. Con una diferencia: en las protestas argentinas a nadie se le ocurriría incendiar su país, el de Messi y el Papa.
¿Somos todos los chilenos igual de desalmados? Todos no, ciertamente. Los que marchan pacíficamente buscan y aprecian las soluciones colectivas. Asimismo, en el país existen literalmente miles de ONG que, casi por definición, son personas agrupadas en busca del bien común. Muchos de sus integrantes han participado pacíficamente en las marchas. Educación 2020, Enseña Chile, Elige Educar, la Fundación para la Superación de la Pobreza, Desafío Levantemos Chile, las organizaciones por la infancia, el Hogar de Cristo. Hay nada menos que…¡234 mil organizaciones de la sociedad civil!, incluyendo a juntas de vecinos, clubes deportivos, organizaciones que defienden derechos o causas específicas, y agrupaciones de voluntarios, hasta de bomberos que han sido agredidos por violentistas.
Entre todas, creo no exagerar que pueden llegar con su mensaje a más de tres millones de ciudadanos, un verdadero ejército de defensa contra la violencia, la anomia, el individualismo y la corrupción… si es que estuviera organizado. Estas organizaciones son parte de la solución y no del problema. Ya lo veremos más adelante.
Tanto Lagos como Ortúzar no solo coinciden en el diagnóstico sino también en la ruta de salida, aunque en rasgos muy generales. Marta Lagos dice que «hay que abordar como enfermedades sociales la anomia, el individualismo exacerbado, la desconfianza, para volver a recuperar la paz social”. La pregunta sería cómo abordar ese “hay que”.
Postularé algunas rutas más concretas. Pero antes mencionaré los obstáculos, que a nivel prosaico son dos:
a) Cómo lograr que la derecha política, Piñera incluido, comience a creer en lo colectivo, cuando su razón ideológica de existir es lo individual, a lo más con unas gotitas de caridad cristiana para que el alma no se les vaya al infierno; y b) como me dijo un amigo que leyó la columna de Ortúzar, los problemas del alma no se pasan de un día para otro, o sea, tenemos para rato.
Una primera avenida de solución sería que un hada madrina tocara con una varita mágica a Piñera para que se convierta en un líder carismático, visionario, acogedor para todos, que nos infunda entusiasmo por un proyecto país que no deja atrás a nadie, ni siquiera a los violentistas y a los carabineros. Una cruza de Obama con el adorable Pepe Mujica, que nos diga yes we can en español. No way. Ni en sueños. No siquiera vislumbro a ningún futuro Presidente o Presidenta que pudiera reunir estos atributos para, como dice Ortúzar, invitarnos a “mirarnos de una vez frente al espejo, reconocernos y perdonarnos por lo que somos”.
Una segunda es, precisamente, la de las ONG arriba mencionadas. Es a ellas, agrupadas en la Gran ONG de todas las ONG, la “madre de todas las ONG”, con ayuda económica, financiera y organizacional del Gobierno y los empresarios, que les correspondería inventar un proyecto país que sea atractivo para todos, un Chile Solidario y Transformador, con visión económica, ecológica, tecnológica y de políticas públicas, que acoja incluso a los bandos en pugna, que promueva el diálogo. Que vaya al Congreso y golpee la mesa para apoyar su visión y sus propuestas, que les dé asistencia técnica a las miles de organizaciones sobre cómo organizarse y hacerse más viables, cómo incrementar sus diálogos ciudadanos, cómo participar en el proceso constitucional. Yes, they can!
A largo plazo, sin duda es la educación la que nos puede cambiar el alambrado cerebral. Y no es con esas míticas clases de educación cívica en la educación media, pues a esas edades los jóvenes ya tienen alambrado con fuego el individualismo, la anomia y la desconfianza. Es en la educación básica, y ahí sí que me pongo francamente optimista.
En Educación 2020 hemos aprendido, con certeza absoluta, aunque todavía a escala piloto en La Araucanía y la RM, que el uso del método pedagógico de las tutorías entre pares no solo mejora radicalmente los aprendizajes, sino que produce cambios emocionantes en su entusiasmo, su empatía por los demás, y el respeto mutuo en comunidades completas de aprendizaje que incluyen hasta los apoderados. Además, es barato y rápido de implementar, con los mismos profesores que hoy existen en las escuelas públicas y privadas. No exagero al decir que, con recursos adecuados y decisión ministerial, en 5 años se podría abordar toda la educación pública, y en 10 a la totalidad de las escuelas, produciendo transformaciones culturales mayores para el país.
Finalmente, y en concordancia con la propuesta anterior, el Gobierno tiene que operar descentralizadamente. Si hay que ponerle coto y por lo menos frenar a los narcos en Puente Alto, eso lo puede hacer el alcalde de Puente Alto junto con la PDI y nadie más. Si hay que ofrecer oportunidades de empleo en Chiloé, eso lo pueden hacer los alcaldes de la isla y su futuro gobernador, en diálogo con los ciudadanos, y nadie más.
Alguien podría responderme que, por ejemplo, el municipio PS de San Ramón está coludido con los narcos (lo que es cierto) y que por eso no se les puede ni debe pasar recursos centrales a los municipios locales. Yo mismo había sido bastante reticente a la descentralización de recursos para pasarlos a intendencias y municipios, tanto por su baja capacidad de gestión como por la posibilidad de dispendio y/o corrupción. Pero en esta pasada cambio de opinión, la urgencia y gravedad del problema es tal que prefiero que un 10 o 15 por ciento de esos recursos se dilapiden, a que nos paralicemos esperando que desde las ocho manzanas del gobierno central, ni menos del Congreso y sus impopulares partidos políticos, surjan soluciones y entusiasmos desde Arica a Punta Arenas. Hoy toca reforzar y apañar a los intendentes y alcaldes, en lugar de dudar de ellos. Esta idea podría incluso gustarle a la derecha.
No digo que hay que “re”construir la cohesión social porque nunca la hemos tenido, hay que aprovechar esta crisis y convertirla en la oportunidad para construirla. Esta construcción debe hacerse en y con las organizaciones de base, tanto civiles, como son las ONG, y estatales, como son los municipios, con sus juntas de vecinos y otras organizaciones locales. Es allí donde están las semillas de nuestro capital social y ahora toca regarlas. El Gobierno y los empresarios pueden y deben apoyarlas, mas no obstruirlas. Que florezcan una y mil soluciones.