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Errores diplomáticos Opinión

Errores diplomáticos

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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No hay indicador que pueda medir la diplomacia, porque ella se mueve en intangibles que tienen que ver con la preservación de la paz, del diálogo internacional, de la influencia de un país en el ámbito multilateral, de la estatura estratégica de un Estado. Un cierre de embajadas es una de las medidas más fuertes en política exterior, no es un resorte de la Cancillería, el responsable principal es el Presidente de la República. A él le corresponde la dirección de nuestra diplomacia y ella no está subordinada a otros ministerios, menos a asesorías informales, como ha ocurrido en casos recientes.


Es un consenso ampliamente compartido que la política exterior, al igual que la política de defensa, no tiene color político ni es de un Gobierno en particular. Se trata de una política de Estado, transversal y suprapartidaria. Representa los intereses de todo Chile, no está sujeta a vaivenes de contingencia. Persigue objetivos de largo plazo.

Por lo mismo, cuando se transgrede este consenso, se cometen errores. Los comete una administración, un Gobierno en particular, pero lo paga todo Chile. Y las consecuencias son de largo plazo.

En la presente administración, desgraciadamente hemos conocido varios episodios de este tipo. Se confunde muchas veces a las relaciones diplomáticas, que son entre Estados, con relaciones entre gobiernos, que son por esencia pasajeros. Se ideologiza la diplomacia y, muchas veces, se relega a la experiencia profesional por criterios de otra índole.

[cita tipo=»destaque»]Las razones de esta lamentable decisión no quedan claras. Se argumenta racionalización, lo que siempre es bueno, pero eso no implica gestos tan hostiles como el cierre de una misión. Se escuchan razones financieras, que son entendibles con los tiempos que vivimos, pero un ajuste tampoco es incompatible con preservar nuestra presencia. En relaciones internacionales, el retiro de embajadores y, peor aún, el cierre de embajadas, es casi una ofensa. A modo de ejemplo, recordemos que los japoneses mantuvieron su embajada en Washington DC hasta casi el mismo día de Pearl Harbor. Los puentes nunca se deben dinamitar.[/cita]

Uno de los ejemplos más elocuentes de este tipo de errores lo representa la fracasada «Operación Cúcuta», donde bajo el pretexto de entregar ayuda humanitaria en la frontera colombo-venezolana, se alentó un intento de desestabilización política e, incluso, se promovió una insubordinación de las Fuerzas Armadas venezolanas. Nada de esto ocurrió, Chile aportó 14 toneladas de ayuda que, además de lo exiguas, nadie sabe dónde quedaron. De los trascendidos del libro de John Bolton, asoman detalles que revelan la chapucería de la Casa Blanca en este tema, incluso de su escepticismo frente al mismo. Cabe preguntarse cuáles fueron las razones para que el propio Presidente Sebastián Piñera se embarcara en esta operación, junto a su inexperto canciller de entonces, Roberto Ampuero. Papelón y fracaso internacional. Ningún otro país se embarcó, aparte del gobierno anfitrión, en este fracaso.

A renglón seguido, la diplomacia chilena –más bien La Moneda más que la Cancillería– promovieron un nonato al que llamaron Prosur, que sigue navegando en las aguas de la insignificancia. Es cierto que Unasur se ideologizó en sus años finales y se desvirtuó, pero el fallido Prosur repitió el mismo error, tratando de unir más bien a gobiernos de centroderecha y no a estados. Recordemos que, en tiempos de pandemia, Prosur ha sido incapaz siquiera de coordinar temas tan básicos como el trato a los ciudadanos “varados” en terceros países, muchos de ellos en dramáticas condiciones.

Afortunadamente para los intereses permanentes de Chile, se tomó nota de la inexperiencia. Todo parecía indicar que retomamos las buenas prácticas de consultar a todos los sectores, escuchar a los profesionales, no involucrarse en los asuntos internos de otros estados, en fin. Por lo mismo, llama dolorosamente la atención el incomprensible cierre de embajadas que se nos ha notificado.

Las razones de esta lamentable decisión no quedan claras. Se argumenta racionalización, lo que siempre es bueno, pero eso no implica gestos tan hostiles como el cierre de una misión. Se escuchan razones financieras, que son entendibles con los tiempos que vivimos, pero un ajuste tampoco es incompatible con preservar nuestra presencia. En relaciones internacionales, el retiro de embajadores y, peor aún, el cierre de embajadas, es casi una ofensa. A modo de ejemplo, recordemos que los japoneses mantuvieron su embajada en Washington DC hasta casi el mismo día de Pearl Harbor. Los puentes nunca se deben dinamitar.

No hay indicador que pueda medir la diplomacia, porque ella se mueve en intangibles que tienen que ver con la preservación de la paz, del diálogo internacional, de la influencia de un país en el ámbito multilateral, de la estatura estratégica de un Estado. Si somos un país abierto al mundo, mayor razón para tener una presencia equivalente para atender nuestros intereses.

Por ello, ante esta aciaga noticia, voces de todos los sectores han demandado la anulación de esta medida. Desde excancilleres como Hernán Felipe Errázuriz hasta Juan Gabriel Valdés.

Por cierto, un cierre de embajadas es una de las medidas más fuertes en política exterior, no es un resorte de la Cancillería, el responsable principal es el Presidente de la República. A él le corresponde la dirección de nuestra diplomacia y ella no está subordinada a otros ministerios, menos a asesorías informales, como ha ocurrido en casos recientes.

Asimismo, llama más la atención cuando, en días previos a esta lamentable decisión, se había constituido un Consejo Asesor de Política Exterior, el cual se enteró por la prensa de esta decisión, lo que ha motivado renuncias de destacados integrantes. Por ello, se trata de una decisión que en el fondo y en la forma se hace necesario revertir por el superior interés de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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