Ha sido interesante darme cuenta que no era Mañalich y su estilo intransigente y beligerante el único culpable del permanente escándalo mediático, porque a Paris le pasa lo mismo, solo que con su actitud más abierta lo contiene mejor, para que lo rechacen menos. Pero ahí andan sueltos los actores sedientos de protagonismo, los académicos salidos del clóset, los epidemiólogos que parecen ser en Chile muchísimos más que los que nos habíamos imaginado quienes nos dedicamos a formarlos. Como diría Warhol, hay muchos que encuentran en estos espacios sus cinco minutos de gloria. Por cierto, habrá también quienes reserven sus hallazgos con prudencia para cuando llegue el momento de la verdadera reflexión.
Profetas y Frenéticos se llamaba la primera banda de Claudio Narea en su carrera solista, post-Prisioneros. Interesante, porque a propósito de la pandemia la tele está plagada de frenéticos profetas que opinan de un cuanto hay con todo desparpajo y que alimentan a los medios ansiosos de noticias, al punto que el coronoavirus ha sustituido a la crónica roja y se ha transformado en el mejor medio para aterrorizar al público y mantenernos a todos como “loros en el alambre”, pero en sintonía.
Ha sido interesante darme cuenta que no era Mañalich y su estilo intransigente y beligerante el único culpable del permanente escándalo mediático, porque a Paris le pasa lo mismo, solo que con su actitud más abierta lo contiene mejor, para que lo rechacen menos. Pero ahí andan sueltos los actores sedientos de protagonismo, los académicos salidos del clóset, los epidemiólogos que parecen ser en Chile muchísimos más que los que nos habíamos imaginado quienes nos dedicamos a formarlos. Como diría Warhol, hay muchos que encuentran en estos espacios sus cinco minutos de gloria. Por cierto, habrá también quienes reserven sus hallazgos con prudencia para cuando llegue el momento de la verdadera reflexión.
Por qué digo todo esto y por qué lo digo así. Porque en mi corazón de salubrista en el ámbito de la gestión, no de la epidemiología, lo aclaro, mi deontología me indica que lo primero es gobernar una pandemia y conseguir la convergencia generosa de todos los actores para tal propósito.
Es que el problema ha estado ahí, como La Batalla de Epping Forest, afuera de la puerta de nuestra casa. Por cierto, en el empeño le sacaremos punta al lápiz, miraremos los números nuestros y ajenos y veremos el modo de seguir avanzando, no cabe duda. Pero lo primero es lo primero y ahí hemos fallado como país, por fortuna no completamente. No logramos crear las condiciones más apropiadas para gobernar con cierta tranquilidad la emergencia y, antes que eso, para generar un estado de ánimo de confianza colectiva. Postulo que ello ha tenido que ver principalmente con la transferencia del conflicto de Plaza Italia a la arena de la epidemia y también con el interés político de derrocar al Gobierno que, digámoslo claramente, quienes lo tienen habrán de estar “en su derecho”. No sería la primera vez que se haga en Chile, por lo demás. Tenemos práctica.
Entonces vamos a la cosa de fondo, la herida que no cierra. Y esto es importante porque nos vamos a instalar prontamente a dibujar el marco general que queremos para que Chile se desenvuelva en el futuro, por algunos años: la Gran Institución, la Nueva Constitución. Reconozco que no puedo olvidar a The Police en Viña del Mar, en el año 1982, cuando nos decían que no habría solución política para nuestra agitada situación evolutiva y que no cabía ya tener fe en asuntos como la Constitución, porque no éramos más que “espíritus en un mundo material”.
Pero, bueno, en fin, nosotros creemos que sí hay algo ahí y que no es poco importante lo que hay, porque nos permitió aflojar con tal promesa la tensión de octubre recién pasado y porque tal vez represente un espacio para apuntar nuestros deseos profundos, nuestros sueños ciudadanos, en formato de política pública. Tiendo a pensar que más que el nuevo dibujo que hagamos será muy importante dejar atrás el dibujo hecho por Jaime, como le dice Longueira, por las circunstancias singulares en que fue realizado. No es y nunca fue legítimo. Tal cosa es parte importante del problema.
Ahora bien, en cuanto al dibujo que vayamos a ser capaces de hacer es que nos surge la duda. No solo respecto de su utilidad práctica, que a veces parecemos sobredimensionar, y cuidado con las expectativas, sino que principalmente respecto del grado en que tal marco institucional nos represente verdaderamente a todos y no solo a una mayoría circunstancial. Y esto sí que no es trivial, es negociación, es política.
¿En qué estamos de acuerdo y en qué no? ¿Qué estamos disponibles a entregar a cambio de qué? ¿Qué tenemos en común? Esto es algo que las nuevas generaciones no consideran necesario en su fantasía revolucionaria o de cambio radical. Algo que desconocen y que no saben hacer o que no les importa. Y en la inmadura fantasía de algunos retroexcavadores más viejos tampoco importa. Pero resulta que conseguir acuerdos duraderos es lo que uno espera de la clase política, no la “guerra civil”. Se espera de tal clase la conducción hacia un momento de verdadera paz, justicia y convivencia social, sin abusos, y no hacia el despeñadero.
Entonces, pobre mi Chile. ¿Sanaste las heridas del pasado? ¿Resolviste la tensión entre expropiadores y torturadores? ¿Confías en ese que tienes sentado al frente cuando sostienes tu conversación? ¿Esperas algo de él? ¿Te gustaría, Chile querido, sacarte a ese “facho” de encima y no tener que ponerte de acuerdo con él? ¿O te gustaría saltarte el acuerdo con ese “rogelio” dueño de nada que orbita todavía alrededor de la influencia moscovita y simplemente ponerle de nuevo una pata encima? ¿Te sientes en condiciones de sentarte a diseñar y a negociar con ese otro a quien desprecias y que preferirías ver desaparecer? ¿Crees que ese otro sea, acaso, un legítimo otro?