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El populismo y la demagogia ya están aquí EDITORIAL

El populismo y la demagogia ya están aquí

Una “abuela” provocadora que viene de la farándula y que es capaz de decir y hacer cualquier cosa, sin límites, con tal de congraciarse con sus “nietitos”, los muchos “cabreados con todo” que hay en el país. Donde todo lo ajeno a esta “familia” –conectada a nivel emocional– es el “enemigo”, es el “otro”, al que se tiene que insultar, denigrar, ofender y, ojalá, destruir. Por su parte, la elite política chilena, por miopía y tozudez dogmática y monetarista, insiste en discutir por plata, mientras el populismo deconstruye la idea de democracia en el país; no visualiza que la alternativa es entre demócratas y autócratas, y que el populismo es autocracia, nunca democracia. Y lo que bien vale para Pamela Jiles, también vale para José Antonio Kast.


La primera etapa de una gesta populista que busca imponer su verdad es el negacionismo absoluto de todo lo que se vive, y la instauración de una figura pública providencial, un(a) salvador(a), anclada en los símbolos más protectores de la memoria: la divina providencia, el héroe total, la abuela contenedora, la familia acogedora; todo, con la intención de simplificar e infantilizar los mensajes políticos.

Todo lo ajeno a esta “familia” –conectada a nivel emocional– es el “enemigo”, es el “otro”, al que se tiene que insultar, denigrar, ofender y, ojalá, destruir, incluidas las instituciones de la democracia. Para esto, bienvenido el lenguaje violento, tóxico, burlón, incluso soez, que radicaliza y depreda.

Se califica de conspiración todo intento de racionalizar –una crisis política, por ejemplo– y de buscar salidas negociadas, institucionales. En esta etapa de instalación inicial, el populismo no es la construcción de un proyecto de país, para beneficio de la sociedad, sino solo la “toma de la Bastilla”, es decir, la construcción de una fuerza política que barra con lo que existe. Su mecanismo básico es el efecto de auditorio, esto es, impactar a las audiencias políticas menos informadas o más enojadas con la realidad, y levantar su emotividad para el “vamos a por ellos”, cualquiera sea el costo a pagar.

[cita tipo=»destaque»]El populismo llegó y está derrumbando por inercia lo poco que queda de instituciones, y lapidando lo esencial de la acción política: el diálogo. Porque no le interesa y porque, cuando gobierna, lo hace con la dádiva y el garrote. Esa es la experiencia universal, independientemente de dónde proviene. No hay que olvidar que Mussolini escribía poemas, Hitler era pintor y Stalin era el padrecito de todas las gentes de Rusia.[/cita]

Esto es lo que hay detrás de la planificada instalación de Pamela Jiles como “la abuela”, líder política populista y demagoga. Promete transformar a Chile en una gran familia de “nietitos”, donde todos estén protegidos, no por las instituciones de una democracia, sino por la voluntad de la líder providencial: la abuela.

Una abuela provocadora e irreverente, que viene de la farándula y que es capaz de decir y hacer cualquier cosa, sin límites, con tal de provocar al poder vigente y congraciarse con sus “nietitos”, incluso correr disfrazada de animé japonés por el hemiciclo del Congreso, interpretando así a los “cabreados” con todo.

Su puerta de entrada a la política fue un extraviado Partido Humanista, que nunca entendió lo que estaba haciendo –al igual como Trump inadvertidamente capturó por dentro al Partido Republicano en Estados Unidos– y la ocasión la hicieron las brechas sociales y abusos múltiples, malos gobiernos sucesivos (aunque especialmente este último) y, sobre todo, una elite sorda, egoísta e incompetente, demasiadas veces venal y corrupta. Y el broche de oro: una crisis sanitaria y económica como la que estamos viviendo.

Frente al malestar ciudadano y la desconfianza institucional, que inunda a nuestra sociedad, debido en gran medida a la irresponsabilidad de la elite que no supo leer su tiempo, y “no vio venir” lo evidente de la desigualdad y la fuerza de la frustración, Jiles se erige como la “rebelde”, como la intérprete de la eterna sospecha sobre los reales intereses de los políticos y los “acomodados”. Pero lo suyo no es mérito, propender a la encarnación de ese descontento es fórmula, la misma utilizada por una larga lista de líderes populistas que usaron la insatisfacción, el fracaso y las crisis económicas para llegar al poder.

Eso ha sido el “Huevo de la serpiente”, para que, en el momento justo, como bien lo desarrolla Bergman en su filme homónimo, surja abiertamente el populismo en el país, con reconocimiento y apoyo público que le permite construir la base de una acción política más amplia: “El líder populista y la masa de adherentes”. Abuela y nietitos al poder.

Pamela Jiles aspira a ser Presidenta y quienes practican la racionalidad política de los tiempos normales se preguntan «¿y con quiénes?». No entienden que para el populismo de segunda etapa, esto es, el del ejercicio del poder, esa es una pregunta baladí y fuera de contexto. Porque el populismo gobierna en la excepcionalidad y con pragmatismo, bajo un principio básico: el ejercicio del poder es una relación amigo/enemigo. Si estás de mi lado eres mi amigo, si no, mi enemigo. Los instrumentos son dádivas y garrote.

No existe ni un solo populismo en la historia occidental que no haya instrumentalizado las instituciones de todo tipo, y que no haya usado el poder para ablandar conciencias (incluso para eliminar opositores). Desde este punto de vista, su vocación es totalitaria y al margen de los derechos humanos, los civiles y los derechos políticos, y también de instituciones sanas. La dádiva le permite, a través de diversos mecanismos, mantener contento al pueblo, al menos a buena parte de él, para asegurar cierta estabilidad social. Sirven mucho las grandes obras y los bonos esporádicos. A los poderes constituidos como el Poder Judicial o las FF.AA., les da autonomía o presupuesto abundante o, simplemente, los “clienteliza”. Electoralmente, tanto en plebiscitos como en elecciones regulares, el gran elector es el mandatario populista.

Y la elite política chilena, por miopía y tozudez dogmática y monetarista, insiste en discutir por plata, mientras el populismo deconstruye la idea de democracia en el país. Todavía no visualiza que la alternativa es entre demócratas y autócratas, y que el populismo es autocracia, nunca democracia.

El populismo llegó y está derrumbando por inercia lo poco que queda de instituciones, y lapidando lo esencial de la acción política: el diálogo. Porque no le interesa y porque, cuando gobierna, lo hace con la dádiva y el garrote. Esa es la experiencia universal, independientemente de dónde proviene. No hay que olvidar que Mussolini escribía poemas, Hitler era pintor y Stalin era el padrecito de todas las gentes de Rusia.

Y lo que vale para Jiles también vale para José Antonio Kast, en cuyo universo excéntrico no solo habitan los defensores de Pinochet y su violencia, sino también los ultraconservadores católicos, los movimientos antivacuna y los terraplanistas.

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