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Cuenta presidencial en el vacío Opinión

Cuenta presidencial en el vacío

Marco Moreno Pérez
Por : Marco Moreno Pérez Decano Facultad de Ciencia Política y Administración Pública, Universidad Central de Chile.
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Esta última Cuenta Pública parece más un intento desesperado por dar una señal de vigencia de un Gobierno sin capital político y extenuado. También de una pulsión presidencial irrefrenable por trascender. Estas pretensiones parecen caer en el “vacío” de una ciudadanía a la que ya le resulta irrelevante lo que haga o deje de hacer el Gobierno. Que le irrita con cada vez mayor frecuencia la figura presidencial y que, más bien, parece contar los días para que el Presidente concluya su mandato.


No hay duda respecto de la poca trascendencia de la que hoy gozan las cuentas presidenciales. Hace rato que este rito republicano perdió su objetivo y simbolismo de antaño. Su lógica –que los gobernantes rindieran cuenta a la Nación– descansaba en los primeros pasos de un ejercicio de accountability de la gestión pública que hoy parece superado y que requiere de una mayor densidad, más allá del solo ejercicio formal de comparecencia pública. 

Así concebida y, aunque deseable y necesaria, la Cuenta Pública que hacen nuestros mandatarios tenía más sentido en un mundo analógico y donde los medios tradicionales ⎯diarios en papel, radio y televisión⎯ jugaban el rol clásico  de intermediación, ya que eran los únicos canales a través de los cuales la ciudadanía accedía a información acerca del rendimiento social de las decisiones y de las iniciativas en materia de políticas públicas de los gobernantes. Hoy hemos pasado del examen final a la evaluación continua, con un nivel exigente y crítico de monitorización, fiscalización y observación, aumentado y empoderado gracias a las tecnologías digitales de las redes sociales. De ahí que las cuentas presidenciales tengan más del ciclo que está muriendo que del que está por nacer.

Por eso la intrascendencia e irrelevancia para el clima de opinión pública de la última comparecencia de Piñera para dar cuenta del estado de la Nación. Los medios deben seguir informando de estas, pero una parte significativa de la ciudadanía ⎯si no la mayoritaria⎯ probablemente ni se entere de este ejercicio republicano.

Junto a las cuestiones de formas, hay elementos de fondo que sobresalen del análisis de las cuentas presidenciales de Sebastián Piñera, incluida esta última: el hiperliderazgo y personalismo, la negación de la realidad y la simplicidad de las soluciones ofrecidas. 

Hasta en su última Cuenta el gobernante y sus asesores no renunciaron al relato del Presidente como único y principal actor del juego político. Según esta última, Piñera y su Gobierno habrían propuesto y promovido la salida institucional del acuerdo por la Paz, Justicia Social y Nueva Constitución. También habría sido su decisión colocar urgencia al proyecto de matrimonio igualitario, lo que ha provocado una intensa polémica al interior de su coalición por lo que acusan como una decisión personal y unilateral. En otra parte de la Cuenta Pública realizó un conjunto de afirmaciones como “ciudadano” sobre el Convención Constitucional. Esta toma de posición en la práctica es una suerte de rayado de la cancha al trabajo de los convencionales. Gran parte de la Cuenta es esencialmente la respuesta personalista a los desafíos y retos del país.

El tono de esta última careció de realismo político. Varios de los anuncios –mismos que requieren de tramitación legislativa– parecen buscar recuperar el programa de Gobierno perdido hace tres años. El problema es que cuenta solamente con seis meses efectivos de mandato para materializar varias de las iniciativas anunciadas. Todas las cuentas presidenciales de Sebastián Piñera ⎯y la de este año no fue la excepción⎯  han girado sobre las expectativas que generan sus anuncios. La realidad muestra que mucho de estos anuncios tiene su viabilidad política comprometida o seriamente amenazada por la correlación de fuerzas del Gobierno.

Lo que observamos es una suerte de negación de la realidad. El Presidente ha agudizado su problema de ceguera situacional, es decir, aquella parte o perspectiva de la realidad que no vemos. Se agrega a lo anterior un problema estructural de cierre cognitivo del gobernante y su equipo. Ignoran el dato clave. En todas las encuestas el Mandatario y su Gobierno tienen un rechazo de más del 75% de las personas y menos del 20% de respaldo. Con ese dato no parece realista pensar en delinear una agenda para los últimos 9 meses de su mandato, como la que se anunció en la Cuenta Pública.

Por último, observamos una vez más un estilo de liderazgo presidencial caracterizado por una cierta tendencia a la simplificación de los problemas políticos y sociales, que permea además en las soluciones que propone. El problema de La Araucanía, donde reconoce que ha fracasado el Estado, se intenta abordar con soluciones como mejoras a la conexión de internet, infraestructura vial, trasporte, catastro de tierras, leyes e incluso declarar feriado el 24 de junio como Día de los Pueblos Originarios. El Presidente olvida que este es, ante todo, un problema político donde las soluciones deben ser primero políticas y luego técnicas. Fiel a su estilo, las respuestas simples a problemas complejos se han caracterizado por: ser apuestas al azar, apoyadas en la intuición y por una puesta en escena pensada siempre en términos comunicativos para consolidar la marca personal. Todas con el sello indeleble de la sospecha de “letra chica”.

Esta última Cuenta Pública parece más un intento desesperado por dar una señal de vigencia de un Gobierno sin capital político y extenuado. También de una pulsión presidencial irrefrenable por trascender. Estas pretensiones parecen caer en el “vacío” de una ciudadanía a la que ya le resulta irrelevante lo que haga o deje de hacer el Gobierno. Que le irrita con cada vez mayor frecuencia la figura presidencial y que, más bien, parece contar los días para que el Presidente concluya su mandato.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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