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Crisis climática, democracia e historia de la estupidez humana Opinión

Crisis climática, democracia e historia de la estupidez humana

Jaime Hurtubia
Por : Jaime Hurtubia Ex Asesor Principal Política Ambiental, Comisión Desarrollo Sostenible, ONU, Nueva York y Director División de Ecosistemas y Biodiversidad, United Nations Environment Programme (UNEP), Nairobi, Kenia. Email: jaihur7@gmail.com
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Si logramos evitar la destrucción del planeta de aquí al 2050 y se escribe la historia de la estupidez humana, el primer lugar lo ocupará nuestra inacción frente a la crisis climática. En segundo lugar, nuestra indiferencia ante la pérdida de los ecosistemas naturales y de la diversidad biológica que contienen. Enseguida, el tercer lugar lo ocupará nuestra pasividad ante la contaminación del aire, agua y suelos, que dañó la salud y medioambiente de millones de personas. El lugar de la mayor injusticia lo ocuparán las desigualdades ante los beneficios del crecimiento económico, que representaron el peor daño a nuestras sociedades, condenando a miles de millones de personas a la pobreza, pésima salud, limitadas formas de realización personal, y que, en muchos casos, obligamos a emigrar.


En el laberinto de la crisis climática, nos perdemos a diario entre problemas inmanejables como el impacto del COVID-19 (fallecimientos, contagios, testeos, cuarentenas, vacunas, trazabilidad, etc.), en conjunto con el parón económico: quiebras, desempleos, seguridad, desigualdad, corrupción, género, pensiones, educación. Son los titulares que utilizan los noticiarios y los políticos en épocas de elecciones para sacar más votos. A los otros asuntos importantes los olvidan, por ejemplo, las sequías, refugiados climáticos, hambrunas, los incendios forestales, temporales de gran intensidad, aluviones, inundaciones, marejadas, destrucción de hábitats y pérdida de la biodiversidad.

Muy lentamente se avanza hacia una mejor conciencia acerca de cómo el cambio climático afectará nuestro futuro. La pandemia, sin duda, nos ha ayudado a reflexionar, pero –tenemos que admitirlo– aún hay mucha gente cuya mentalidad no ha cambiado. Son aquellos que desean volver pronto a la normalidad de noviembre 2019, que no respetan las cuarentenas y que les da lo mismo sobrevivir con elevadas emisiones de CO2. El mensaje de la ciencia no ha sido asimilado por ellos, esa es la triste realidad. Son aún muchos los empresarios y funcionarios del Gobierno actual chileno que evitan asumir los desafíos para alcanzar la sostenibilidad, ya que significaría que tendrían que cambiar sus formas de vida y, eso, son muy pocos los dispuestos a aceptarlo. 

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), la actual recesión mundial causada por la pandemia dificulta la promulgación de las políticas necesarias para la mitigación, pero también presenta oportunidades para colocar a la economía en un camino sostenible, con el fin de impulsar la inversión en productos verdes y resilientes, infraestructura pública, apoyando así el PIB y el empleo, durante una recuperación verde. Estas observaciones, obviamente, nos indican que no podemos perder las esperanzas ni el tiempo. 

Hasta ahora hemos descuidado un hecho fundamental e indiscutible: la democracia requiere ser protegida. Cuidarla como el bien más precioso de una nación. Los acontecimientos que han sucedido los últimos años en varias capitales del mundo entero, por ejemplo, el 18 de octubre 2019 en Chile y el 6 de enero 2021 en el Capitolio de EE.UU., lo demuestran de una manera brutal. Cuando la democracia se rompe, el sistema político agoniza, y es muy difícil, casi imposible, resolver los problemas políticos y sociales que afectan a una nación. Para enfrentar problemas tan complejos como la crisis climática y la pandemia de COVID-19, se requiere que los supuestos propios de una democracia estén funcionando a cabalidad y que se cumplan de manera satisfactoria en todos los frentes. 

Disponemos de muy poco tiempo para salir del laberinto de la crisis climática y avanzar hacia un sistema democrático en el cual se protejan los derechos sociales esenciales, como la salud, educación, trabajo y vivienda; donde se vele de manera especial por el bien común y por el bienestar de las generaciones futuras; y se garantice el derecho a vivir en un ambiente libre de todo tipo de contaminación. En otras palabras, un sistema democrático que lleve consigo exigencias éticas y morales profundas, a saber, el respeto de los derechos humanos de las presentes y futuras generaciones y la justicia ambiental.

Si logramos evitar la destrucción del planeta de aquí al 2050 y se escribe la historia de la estupidez humana, el primer lugar lo ocupará nuestra inacción frente a la crisis climática. En segundo lugar, nuestra indiferencia ante la pérdida de los ecosistemas naturales y de la diversidad biológica que contienen. Enseguida, el tercer lugar lo ocupará nuestra pasividad ante la contaminación del aire, agua y suelos, que dañó la salud y medioambiente de millones de personas. 

El lugar de la mayor injusticia lo ocuparán las desigualdades ante los beneficios del crecimiento económico, que representaron el peor daño a nuestras sociedades, condenando a miles de millones de personas a la pobreza, pésima salud, limitadas formas de realización personal, y que, en muchos casos, obligamos a emigrar.

A nuestros bisnietos y sus descendientes, les resultará imposible comprender nuestra insensatez por no entender desde el comienzo la gravedad del cambio climático. Igualmente, no comprenderán nuestra desidia ante la degradación de nuestras democracias, cuando no impedimos la corrupción o el secuestro de las instituciones reguladoras y observamos pasivamente cómo se dañaba nuestro medioambiente, muchas veces con impactos irreversibles. 

Esa historia relatará que nos dimos cuenta demasiado tarde de aquellas calamidades que pusieron en peligro nuestra supervivencia y a las cuales, incluso ante evidencias indiscutibles, la mayoría no quiso aceptar, por considerarlas como algo ajeno a sus vidas, a sus sistemas económicos y a sus sistemas políticos. Algo ajeno, que estaba más allá, fuera de sus responsabilidades. Tales actitudes serán la prueba de que, para nuestra generación y las anteriores, se trató siempre de algo de lo que tendrían que preocuparse otras personas, otras generaciones u otros gobiernos. 

Las futuras generaciones, al revisar la historia de la estupidez humana, también constatarán que estuvimos dominados por el individualismo, hedonismo, egoísmo y la codicia. Verán que solo al final nos percatamos del proceso autodestructivo en que estábamos inmersos. Un proceso nefasto que finalmente superamos cuando fuimos capaces de adoptar una política verde impulsada por disrupciones tecnológicas en energía, transporte e información digital, las cuales, cuando estábamos al borde del abismo, nos ayudaron a salir del laberinto de la crisis climática. 

Verán también que no fue fácil desligarnos de nuestros sueños megalómanos y curar nuestra miopía ecológica, que pretendían autoconvencernos de que los peores daños climáticos ocurrirían a décadas o siglos de distancia. A sus ojos quedará expuesta nuestra lamentable equivocación, al no percibir que estábamos en 2021 ya en presencia de desastres climáticos extremos, pero como ocurrían en lugares lejanos del planeta, se escapaban de nuestra percepción egoísta inmediata. 

No comprenderán por qué comprendimos tan tarde que era urgente cambiar esa limitada percepción y reemplazarla por una preocupación global de mayor alcance, y velar por el bien común de toda la humanidad. Por qué nos tomó tanto tiempo aceptar en nuestra conciencia que los peligros del cambio climático aumentaban a diario, con daños potenciales mucho mayores a los estimados inicialmente, incluso irreparables.

Finalmente, el legado de la historia de nuestra estupidez, se verá reducido al anhelo de que ella sirva a las futuras generaciones para que estén advertidas, mejor preparadas y no cometan nuestros mismos errores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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