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Hacia un cambio institucional que incorpora el género como eje central de la democracia Opinión

Hacia un cambio institucional que incorpora el género como eje central de la democracia

Javiera Arce-Riffo y Vania Figueroa Ipinza
Por : Javiera Arce-Riffo y Vania Figueroa Ipinza Coordinadoras programa feminista de candidata Yasna Provoste
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No tenemos el feministómetro para evaluar quién es más o menos feminista. No nos parece que sea el momento tampoco. Es el momento de observar cuánto hemos avanzado, a pesar de los partidos, y cuánto nos falta, por ejemplo, para terminar con la violencia contra las mujeres en política, donde somos cada vez más antagonizadas con el discurso de odio misógino y sexista en las esferas públicas y en los medios de comunicación, especialmente en las redes sociales. Este es un costo inaceptable de nuestro avance en la esfera política.


El movimiento feminista no es un partido político, de hecho es plural y tiene muchas variantes, no es sólo un único feminismo. Es dinámico y va a la vanguardia en determinados momentos de la historia. También es diverso y procura cambiar las lógicas patriarcales de la política tradicional y sus dinámicas basadas en la masculinidad hegemónica así como  instalar nuevas lógicas para habitar la política. Es por esta razón que influir en los programas de gobierno se transforma en un deber ineludible para las mujeres, nos toca instalar agendas feministas con el objetivo de transformar la realidad.

Entendiendo que los partidos políticos y las instituciones no son género-neutrales, sino profundamente patriarcales, con  mecanismos múltiples de exclusión, debiese ser motivo de orgullo que los programas de gobierno de las futuras candidaturas de la centroizquierda planteen cambios sustantivos en la lógica de ampliar y garantizar los derechos humanos de las mujeres y disidencias, como la incorporación de una ley que legaliza la interrupción voluntaria del embarazo y concibe los derechos sexuales, reproductivos y no reproductivos como una política pública que debe ser diseñada y asegurada por el Estado. 

Por otro lado, poner en el centro la necesidad de profundas modificaciones a la institucionalidad de género, agregando otras dimensiones como la clase, etnia y territorio, incorporando nuevas formas de relacionamiento con los distintos niveles del gobierno es un triunfo del feminismo. En particular, si además se sitúa como eje central la participación de las organizaciones de mujeres y la descentralización de la política pública de género, así como la necesidad de instalar una ley que permita impulsar la creación de direcciones de género en todas las instituciones de educación superior. 

La violencia requiere tratamientos específicos que vayan más allá de lo punitivo . Declarar el derecho a vivir una vida libre de violencia como política de Estado, introduciendo nuevos enfoques como el tratamiento con los agresores y potenciales agresores, es una innovación que no existe aún. En la actualidad,  se encuentra como una de las ramas del Sernameg, con escaso financiamiento y relevancia política y pública. 

Finalmente asuntos como la democracia paritaria como piso y no como techo, y la necesidad de impulsar una fuerte legislación para la erradicación y prevención de la violencia de género de la política, resultan claves para entender esta nueva etapa del feminismo, que apunta a eliminar las barreras políticas, legales y sociales que existen para la participación efectiva de las mujeres en la esfera del poder. 

El programa de género de la senadora Yasna Provoste, del cual nos hacemos parte como feministas académicas y activistas, procura no sólo instalar lo que en las calles y las aulas hemos planteado como movimiento social. Un movimiento marcado por su propia diversidad. Por supuesto que del dicho al hecho hay mucho trecho”, ¡qué duda cabe!. Los partidos políticos actuales, sin distinción, ofrecen pocas garantías, pero es en estos espacios en que a las mujeres nos toca instalar agendas feministas con el objetivo de transformar la realidad, y esta candidatura no sólo nos invitó a hacerlo, sino que se comprometió con dicho avance, porque así lo ha demostrado la propia Senadora con sus últimas iniciativas: apoyar la paridad de género para la Convención Constitucional, aprobar la Ley que previene y sanciona, el acoso sexual, la discriminación y la violencia de género en los espacios académicos, el postnatal de emergencia, los mínimos comunes y la ampliación del IFE,  entre otras iniciativas.

No tenemos el feministómetro para evaluar quién es más o menos feminista. No nos parece que sea el momento tampoco. Es el momento de observar cuánto hemos avanzado, a pesar de los partidos, y cuánto nos falta, por ejemplo, para terminar con la violencia contra las mujeres en política, donde somos cada vez más antagonizadas con el discurso de odio misógino y sexista en las esferas públicas y en los medios de comunicación, especialmente en las redes sociales. Este es un costo inaceptable de nuestro avance en la esfera política.

Como señala Diana Maffia: “es legítimo que expresemos nuestro compromiso político con un partido. Lo que no nos pueden pedir desde los partidos es que les entreguemos como tributo la ruptura del movimiento de mujeres. En ese conflicto de lealtades siempre recuerdo que mi posición política es el feminismo”, planteamiento al que suscribimos sin dudarlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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