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Naturaleza y la nueva economía Opinión

Naturaleza y la nueva economía

Alex Muñoz
Por : Alex Muñoz Director de Pristine Seas para América Latina de NatGeo
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Chile tiene una gran oportunidad de fomentar el turismo de naturaleza bien regulado. En Estados Unidos, cada dólar invertido por el gobierno en el manejo de sus parques nacionales genera diez dólares en rendimiento económico. Incluso durante la pandemia, los parques nacionales emplearon a 234.000 personas en hospitalidad, recreación y transporte. Chile tiene una red de parques que es la envidia del mundo, un diamante en bruto que no solo puede proteger nuestra naturaleza, sino a su vez generar ingresos y empleos. Las agendas ambiental, social y económica no se contraponen sino que se necesitan mutuamente. Debemos entender que la economía es también parte de la naturaleza y no un factor externo. Lo que necesitamos es una nueva visión, liderazgo, innovación, tecnologías aplicadas e incentivos en los lugares correctos, y sentirnos, todas y todos, parte de este proceso como agentes de cambio.


En las últimas décadas, Chile atrajo inversiones y generó crecimiento económico, pero los costos los pagaron los habitantes de las zonas de sacrificio, los pueblos que quedaron sin agua, los vecinos de los relaves mineros, los pescadores que ya no tienen qué pescar, las comunidades australes y pueblos originarios que vieron cómo la Patagonia era degradada por las salmoneras. 

La degradación de la naturaleza en Chile es una razón de fondo de los desequilibrios sociales y económicos. La pandemia del COVID-19 solo amplificó la crisis existente.

Si bien antes parecieron excluyentes, hoy sabemos que la protección del medioambiente es también esencial para la economía. El 2020 el informe Waldron, elaborado por más de cien científicos y economistas, señaló que si protegemos el 30 por ciento del mar y la tierra del planeta, los beneficios económicos superarán a los costos como mínimo en razón de cinco a uno.

El gran desafío que tenemos por delante es la construcción de un nuevo modelo de desarrollo que permita, de manera conjunta, proteger el medioambiente y sacar a cientos de miles de personas de la pobreza y reducir la desigualdad, no solo de ingresos sino en dignidad y derechos. 

No basta con maquillar de verde a las mismas actividades económicas o llenarlas de certificados de sustentabilidad sin rigor. Algunas son óptimas para lograr los tres objetivos mencionados y, en consecuencia, deben ser fomentadas. Otras podrán reconvertirse para adaptarse al nuevo modelo. Ciertas actividades van irremediablemente en la dirección errónea y deben –mediante una transición justa– abandonarse.

Las energías renovables son el mejor ejemplo de aquellas que deben ser fomentadas. Hace solo una década el sector generador eléctrico chileno era dominado por cuatro empresas de energías convencionales basadas en generación hidráulica de gran escala con embalses, carbón y gas. Con muchas dificultades, nuevas empresas comenzaron a impulsar proyectos de energías limpias y cambios regulatorios para facilitar su incorporación. Con estos cambios regulatorios y la mayor competitividad de las tecnologías renovables, vino el auge que ha sido reconocido en todo el mundo. 

Hoy Chile es el país de América más atractivo para invertir en energías renovables. El 25% de la generación de electricidad proviene de fuentes limpias y va en aumento sostenido. Esto, más otras inversiones que adecuen la red, el almacenamiento y la electrificación de los consumos, harían posible antes del 2030 el cierre de todas las termoeléctricas a carbón y la transformación de sectores como el transporte y la minería. 

La generación doméstica y a pequeña escala, ubicada cerca de los centros de consumo a nivel de la red de distribución, hará que miles de hogares, equipados con paneles solares y otras soluciones y equipos, contribuyan efectivamente a una descarbonización paralela y complementaria al retiro del carbón, el gas y diésel. Se proyecta que esta generación distribuida represente cerca del 40% de la nueva capacidad instalada de aquí al año 2040. Además de sus enormes beneficios ambientales y sistémicos, creará miles de puestos de trabajo locales y cientos de pequeñas y mediadas empresas, tanto para la instalación como para la mantención de equipos.  

Un sector que puede reconvertirse es el pesquero. Más de la mitad de las pesquerías en Chile están en estado de sobreexplotación o colapso. Pero el poder regenerativo del océano es inmenso. Si aprobamos una Ley de Pesca más estricta para evitar la sobreexplotación, eliminamos la pesca de arrastre, intercalamos áreas sin pesca con zonas de pesca bien regulada, y combatimos efectivamente la pesca ilegal, podremos tener un sector pesquero recuperado, sostenible y generador de empleo.

Por último, están aquellas actividades que nunca serán sustentables. Es el caso de la salmonicultura que en casi cuatro décadas en Chile nunca ha operado sin dañar gravemente ecosistemas de alto valor en los fiordos patagónicos.

Si bien genera millones para sus dueños, los costos de las malas prácticas del sector salmonero los han pagado los trabajadores y el medioambiente. Para la crisis del virus ISA, la industria despidió a cerca de veinte mil personas. La empresa Nova Austral fue condenada por falsear sus mortalidades y alterar el fondo marino con 200 toneladas de tierra para esconder el enorme impacto bajo uno de sus centros de cultivo. Hoy quiere invadir de salmoneras la Reserva Nacional Kawésqar. A pesar de su impacto ambiental y social, Nova Austral ha recibido 137 mil millones de pesos como subvención por la Ley Navarino.  

Finalmente, Chile tiene una gran oportunidad de fomentar el turismo de naturaleza bien regulado. En Estados Unidos, cada dólar invertido por el gobierno en el manejo de sus parques nacionales genera diez dólares en rendimiento económico. Incluso durante la pandemia, los parques nacionales emplearon a 234.000 personas en hospitalidad, recreación y transporte. Chile tiene una red de parques que es la envidia del mundo, un diamante en bruto que no solo puede proteger nuestra naturaleza, sino a su vez generar ingresos y empleos.

Las agendas ambiental, social y económica no se contraponen sino que se necesitan mutuamente. Debemos entender que la economía es también parte de la naturaleza y no un factor externo. Lo que necesitamos es una nueva visión, liderazgo, innovación, tecnologías aplicadas e incentivos en los lugares correctos, y sentirnos, todas y todos, parte de este proceso como agentes de cambio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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