Publicidad
¿Por qué todavía existen ‘manadas’? Opinión

¿Por qué todavía existen ‘manadas’?

Gloria Jiménez y Christian Berger
Por : Gloria Jiménez y Christian Berger Pontificia Universidad Católica de Chile.
Ver Más

Dado que el castigo no es suficiente, urge ofrecer alternativas para la construcción de una masculinidad que excluya el abuso, que no se fragüe a partir de dinámicas grupales inmorales (sí, el abuso es inmoral), que no se defina a partir de su superioridad sobre las mujeres, que no valide conductas denigrantes. Urge que los hombres se sientan cómodos compartiendo derechos con las mujeres, comprendiendo que ellas son sus pares, ni más ni menos. Necesitamos nuevos modelos masculinos que incorporen valores tradicionalmente femeninos, como la empatía y el cuidado de los otros. Si la sociedad enseña estos valores de cuidados a las mujeres, también puede transmitírselos de la misma forma a los hombres; erradicando así la idea de que existe un género para cada sexo, erradicando el género y dejando que cada persona elija cómo quiere ser, sin importar su sexo.


No hay duda de que en los últimos años el movimiento feminista y su expansión en la llamada cuarta ola, ha influenciado a diversos actores sociales y al avance en la igualdad entre hombres y mujeres. A pesar de que hoy en día es más costoso e ilegítimo dudar de que la mujer debe tener los mismos derechos que el hombre, siguen emergiendo situaciones y dinámicas que nos muestran cómo aún continúan repitiéndose patrones que creíamos superados. Diversas emociones negativas –miedo, rabia, frustración, vergüenza– surgen al conocer el caso del grupo de estudiantes adolescentes que han sido acusados de compartir fotos íntimas de compañeras y de amenazar con abusar de ellas.

Lejos de ser una situación aislada (grupos de hombres en redes sociales que comparten material de mujeres son prevalentes en nuestra sociedad), varias dimensiones de este caso deben ocuparnos y movilizarnos, más que señalar que es un problema específico de un grupo de adolescentes. Es claro que no debemos minimizar su responsabilidad en ello ni olvidar las sanciones que debieran implementarse; sin embargo, las causas de estas conductas y actitudes van más allá de responsabilidades individuales, y constituyen un problema estructural y transversal. El castigo es útil para visibilizar el rechazo de la sociedad hacia estos comportamientos, pero la historia y la ciencia nos han demostrado que las sanciones no son suficientes para erradicar patrones de conducta consolidados, los que además pueden ser recompensados en ciertos contextos.

Este caso vuelve a mostrar uno de esos patrones bien consolidados: que la construcción de una masculinidad que parece predominante, sigue basándose en el poder sobre las mujeres, en su posesión y objetivación. El valor de ellos parece construirse sobre la vulneración y sobreexposición de ellas. Esto no es sólo el problema de algunas personas específicas que abusan de otras, es el problema del poder atribuido por el mero hecho de pertenecer a distintos grupos sociales, por ser hombres o mujeres, y las consecuencias de este desequilibrio estructural. Si el poder es relevante para sentirse valioso, para ser alguien en el contexto de pares, el abuso –y en especial el abuso contra la mujer– puede ser un mecanismo para conseguirlo. La investigación sobre dinámicas interpersonales en la adolescencia es clara a este respecto. Por lo tanto, un castigo individual no responde a los orígenes del problema.

Este poder que unos ostentan a costa de otras, se está viendo amenazado con el creciente apoyo al movimiento feminista. El hecho de que el caso de este grupo de adolescentes se haya conocido a días de la conmemoración del 8 de marzo, no parece casualidad. La pérdida de poder y de control que puede significar para la masculinidad tradicional la igualdad, provoca esta resistencia al cambio en aquellos que se definen a partir de esta construcción social masculina. Su respuesta puede reflejar un intento por aumentar el control, por reafirmar que, como grupo, siguen teniendo poder sobre las mujeres.

Dado que el castigo no es suficiente, urge ofrecer alternativas para la construcción de una masculinidad que excluya el abuso, que no se fragüe a partir de dinámicas  grupales inmorales (sí, el abuso es inmoral), que no se defina a partir de su superioridad sobre las mujeres, que no valide conductas denigrantes. Urge que los hombres se sientan cómodos compartiendo derechos con las mujeres, comprendiendo que ellas son sus pares, ni más ni menos. Necesitamos nuevos modelos masculinos que incorporen valores tradicionalmente femeninos, como la empatía y el cuidado de los otros. Si la sociedad enseña estos valores de cuidados a las mujeres, también puede transmitírselos de la misma forma a los hombres; erradicando así de la idea de que existe un género para cada sexo, erradicando el género y dejando que cada persona elija cómo quiere ser, sin importar su sexo. Esto es especialmente urgente en el mundo educativo, donde patrones de relación con otras y otros se construyen y consolidan, abriendo así posibilidades para la generación de vínculos positivos y nutritivos o, por el contrario, condenando a relaciones basadas en la inseguridad, el poder, y la injusticia.

Más allá del castigo, es necesario educar. Desde el Gobierno y las instituciones escolares, esto debe ser abordado y problematizado con las y los estudiantes hoy, de manera contingente, clara y sin ambigüedades. Ninguna sociedad puede llamarse justa o equitativa mientras el valor de algunas personas se base en la vulneración de otras. Para evitar que esto suceda, para atacar a lo estructural de la asimetría de poder, es urgente intervenir con los y las adolescentes, no solo formando mujeres empoderadas, sino hombres conscientes de su privilegio y la injusticia que esto conlleva.

Reconocemos el valor de las estudiantes que han confrontado esta situación, y comprendemos también a todas y todos quienes, a pesar de condenar estos hechos de manera privada, no se han animado a hacerlo públicamente; esperamos que contextos que brinden condiciones de seguridad física, afectiva y psicológica, permitan a más personas confrontar el abuso, para así construir una sociedad más justa y equitativa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias