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Chile en lo inmediato: un semestre muy difícil Opinión

Chile en lo inmediato: un semestre muy difícil

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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Todos los procesos que vive este país, emulsionados desde hoy hasta el plebiscito, serán los ingredientes que conformen nuestro diario quehacer. Viviremos entre el alza del pan y la gasolina, la violencia delictual y los vaivenes de la Convención. Ojo, a una buena parte de la población, especialmente a esa que no vota y a los que votan “por el mal menor”, les importa mucho más su día a día que las discusiones sobre regímenes institucionales. Que no suban los precios, que suban los salarios, que se pueda caminar tranquilo por las calles y que los hijos puedan ir a estudiar sin sobresaltos. Claro, que se mejoren las pensiones y que los aprovechadores no se coludan. Se llama buen gobierno, y es un gran desafío para este corto e intenso semestre que se nos viene.


Desde la instalación del nuevo Gobierno hasta el plebiscito constitucional, viviremos un semestre muy complejo. Complicados procesos como los que se viven en La Araucanía persisten sin vislumbrar caminos de solución, la migración ilegal y no controlada persiste también, gota a gota desbordando la capacidad del país para absorberla. La delincuencia común ha aumentado, especialmente en las grandes ciudades.

En el plano económico, el duro golpe de la pandemia aún se resiente. Ha desordenado la cadena logística mundial y ha provocado una inflación que, en el caso nuestro, se ha agravado por el incremento de demanda que provocaron las diversas políticas sociales destinadas a apoyar a la población. Los sectores más pobres literalmente se comieron sus ahorros previsionales y, los no tanto, cambiaron de auto. Por si fuera poco, la guerra en Ucrania amenaza con desfondar todavía más la economía global, que es el escenario que hemos elegido para nuestra estrategia exportadora. Qué decir del aumento del combustible y de los alimentos.

Políticamente el país se mueve en dos niveles. Por un lado, tenemos el cambio de Gobierno, que desde su primer día debe enfrentar esta compleja realidad, cuyas soluciones no son fáciles ni rápidas. Además, como toda administración, tiene su compromiso de llevar adelante sus promesas de campaña. La instalación de la administración Boric es un nivel de la política. Otro, es el trabajo constituyente que en estos meses deberá culminar, proponerle al país un nuevo pacto social y que la ciudadanía deberá aprobar o rechazar en el plebiscito venidero.

¿Plebiscito constitucional y evaluación de Gobierno?

Dado el curso probable de los acontecimientos, es previsible que ambos procesos, la instalación del nuevo Gobierno y el proceso constitucional, converjan en la coyuntura del plebiscito. Este último puede ser no solo una opinión respecto a las bases fundamentales del país que queremos, también se puede convertir en un referéndum sobre la marcha de la nueva administración gubernamental. Como dos hermanos siameses, ambos procesos están unidos, ya sea por su origen como por las expectativas que generan en diferentes sectores del país.

Es difícil hipotetizar hoy cuál será la propuesta constitucional que la Convención ofrezca a la ciudadanía, aunque algunos indicios ya se vislumbran. El Gobierno no tiene la total responsabilidad de lo que allí salga, pero sí es responsable de la buena marcha del país, y la oposición al proyecto constitucional puede ser la base sobre la cual se constituya una oposición robusta al nuevo Ejecutivo. Qué decir de un escenario donde ganase el Rechazo, o que la aprobación fuese por márgenes mínimos.

Por eso, politológicamente es posible sostener que la nueva administración no tiene cuatro años por delante, porque enfrentará una coyuntura crucial en el plebiscito que reordenará la marcha del país.

¿Reordenamiento de fuerzas políticas?

Chile, en la tercera década del siglo XXI, no es el de 1970 ni el de 1990. La sociedad cambió, el país creció, aunque paradójicamente se ahondaron sus desigualdades. Emergió una nueva generación, todo en medio de una sustancial revolución científico-técnica. No todos los chilenos nacieron con un chip incorporado para asimilar las TICs. Pero sí, a lo largo de los años, la fisonomía valórica del país se fue impregnando de los valores propios del individualismo. Y terminó impregnando la política y los partidos. Ello contribuyó a la emergencia del clientelismo y la consolidación de diversos tipos de caudillismos, desde los carismáticos hasta los no tanto, como en San Ramón. El resultado es lo que elegantemente hoy se denomina “las agendas personales”. Ello genera una ciudadanía desconfiada de las instituciones y de la cosa pública.

Las dos grandes coaliciones, de centroizquierda y centroderecha, que dominaron la fase de la transición, han sido superadas. Los partidos que las conformaron viven complicados momentos, ya nadie se acuerda de los “coroneles” de la UDI, y los “barones” del PS fueron reemplazados por diversos caudillos diestros en acumular “militantes fichas”. La DC pasó de ser el partido hegemónico de la transición a un difícil presente.

Por la derecha emerge el Partido Republicano, y por la izquierda surgió el Frente Amplio que, asociado al PC, obtuvo el 28% en la primera vuelta, donde votó la mitad del electorado. Ganó posteriormente con un 55% indiscutible, pero, obviamente, atrayendo una gran votación del progresismo que antaño votaba por la Concertación. Fue una mayoría electoral que requiere ser transformada en una alianza política que le dé sustentabilidad al Gobierno. Y no es fácil, dado el recelo mutuo, la predominancia de prácticas del pasado (léase cuoteos) o por la inexperiencia en el manejo del Estado y una cuota importante de vanguardismo. Todo indica que el Presidente lo tiene clarísimo, será difícil su concreción, con los partidos, pero especialmente con los parlamentarios que cobran especial autonomía a la hora de gasto público.

Todos estos procesos, emulsionados desde hoy hasta el plebiscito, serán los ingredientes que conformen nuestro diario quehacer. Viviremos entre el alza del pan y la gasolina, la violencia delictual y los vaivenes de la Convención. Ojo, a una buena parte de la población, especialmente a esa que no vota y a los que votan “por el mal menor”, les importa mucho más su día a día que las discusiones sobre regímenes institucionales. Que no suban los precios, que suban los salarios, que se pueda caminar tranquilo por las calles y que los hijos puedan ir a estudiar sin sobresaltos. Claro, que se mejoren las pensiones y que los aprovechadores no se coludan. Se llama buen gobierno, y es un gran desafío para este corto e intenso semestre que se nos viene.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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